
RAÚL SALGADO | Ferrol | Lunes 18 julio 2016 | 7:37
Recuerda el historiador cedeirés Xosé Manuel Suárez Martínez en su obra Guerra Civil e represión en Ferrol e comarca que la extensión del nuevo régimen dictatorial al amplio entorno de Ferrolterra, Eume y Ortegal se completó aquel mismo julio.
Sin mayores incidencias, pero con la detención del alcalde de Fene, el ataque de Artillería por haber barricadas en Mugardos o el amplio despliegue para entrar a Pontedeume. Voluntarios de Falange y guardias civiles toman con los militares ferrolanos Cariño el 24 de julio y Cedeira el 26. Sería el 28 cuando caería As Pontes.
Los batallones encontraron respuesta en Cedeira, Mugardos o As Pontes, aunque la rendición o abandono de las plazas no tardó. Los vecinos fueron armados por los partidarios del Alzamiento en parroquias alejadas del rural, caso de Covas, Mandiá o Pantín. El triunfo nacional había sido capital para lo que acaecería en el resto de su comarca e incluso en toda Galicia.
Cuando todo parecía decantado, Ferrol sufre un bombardeo al mediodía del 15 de agosto de 1936, rememora Suárez en su documento. Muere un obrero de los astilleros y hay varios heridos por el ataque de un trimotor afín a la República. Otros cuatro individuos mueren por actuación semejante en septiembre en Mugardos, que sufrió hasta seis incursiones aéreas.

Las autoridades impiden que haya alumbrado público y comercial desde las 21:00 y fijan como refugios las iglesias de las Angustias, San Julián y San Francisco, además de la estación de tren, dos sucursales bancarias, un cine y una escuela. Aparentemente, todo vuelve a su senda convencional, reabriendo el comercio y sucediéndose la actividad lúdica o laboral a cubierto y al aire libre.
Los bombardeos dejaron daños en el astillero, pero no en el Arsenal, que era a lo que se aspiraba, detalló José López Hermida en su investigación sobre la contienda para el número 24 de FerrolAnálisis. Los cementerios de Canido o San Mateo fueron testigos mudos de la barbarie gestada en emplazamientos históricos como la punta del Martillo, en el Arsenal.
Objetivo principal eran los que se significaron por su activismo, como el socialista Quintanilla y el profesor García Niebla. Ocurrió aquel verano. Se les procesó por supuesto intento de desarmar a falangistas, rezaba la comunicación oficial. La ausencia de comparecencias previas al paseo perdió fuerza mediado el otoño y ganaron importancia consejos de guerra igualmente injustos.
Las ejecuciones colectivas habían sido hasta entonces más que abundantes. También aquí acababan ciudadanos de otros puntos del país, especialmente Asturias o Euskadi; mayoritariamente, varones. Alcaldes, concejales o sindicalistas compartían triste protagonismo con empleados de toda clase al servicio de la Marina o del Estado.

Los cálculos son diferentes en función de la fuente, pero coinciden en aludir a unos 380 ejecutados solo entre agosto y septiembre de 1936. En total, 715 en tres años; un 73 %, naturales de la comarca. Un 44 % eran menores de 31 años. El fortín de San Felipe asistió al paseo de la mugardesa Amada García, historia dolorosa como tantas y como pocas a un tiempo.
Adelantada a su tiempo, la militante comunista fue detenida cuando estaba embarazada. Dio a luz y fue conducida al castillo, enero de 1938. Se tardó en conocer lo que había ocurrido en el resto de Ferrolterra, tan importante como lo que pasó en la ría ferrolana. El campo de concentración de la playa de Cedeira se destinó a atrapados en barcos que huían a Francia por el Cantábrico.
Fue desde 1937; en marzo de 1938 llegó a acoger a 724 presos. Sería cerrado poco después. En el cercano arenal de Vilarrube fueron ejecutados varios de sus reos. De los 369 que contó en 1937, nada menos que 254 eran asturianos. Las tropas nacionales se hacían con unidades enemigas y las remitían a la principal estación de la Armada.
Entregados con fruición a tales encomiendas, las muertes se sucedían y la cabecera de comarca no bastaba, por lo que camposantos de los alrededores hacían las veces de fosas comunes. Tampoco llegaban los penales y personalidades como Esther, la hija del político Casares Quiroga, permaneció retenida en el Hospital de Marina, hoy campus universitario de Esteiro.

Serantes, Pontedeume, Mugardos o Cedeira no escapaban a la escalofriante tendencia, que persistiría tras 1939 con la persecución a escapados o disidentes. Delatar era moneda de cambio. La relación mortal destaca en lugares como Ares, con fusilamientos masivos al amanecer, o en núcleos como O Val, As Pontes, Xestoso o Cabanas ya en las primeras semanas de Guerra Civil.
En el Arsenal fueron abundantes, sin mediar consejo de guerra siquiera. Escapar del punto de reclusión, caso del hospital de Esteiro, era trampa para otros tantos. Dotaciones completas se remitían al extrarradio tras ser interceptadas por personal castrense. Municipios alejados, caso de Mañón, concentraron el terror en días aislados, pero con retenes de decenas de personas.
De multitud se cita su vinculación con organizaciones socialistas o comunistas, pero los muchos eran simples trabajadores señalados. Labradores, barberos, maestros. Las acusaciones de antaño serían cuando menos surrealistas hogaño; para los que tuvieron la suerte de nacer en democracia. Siguieron con la que llamaban «cruzada» ya finalizada oficialmente, más allá de abril del 39.
Varios de aquellos casos forman ahora el grueso de la investigación que en Argentina afrontó la jueza Servini. Sin ir más lejos, el del mercante Udondo, apresado y enviado a Ferrol. En Serantes se fusiló a todos sus pasajeros y el Estado Mayor local se apropió de dinero y joyas que iban a bordo.
Eran 42 sus tripulantes, «traidores» que no tuvieron vista ni sentencia y que serían paseados por tandas, del 25 al 27 de septiembre de 1936. El botín, nada menos que «9.521 pesetas» de la época y anillos, monederos, cadenas y medallas de oro y plata. Ínfima parte de una historia cercana en el calendario, pero demasiado lejana todavía.
Debate sobre el post