ALICIA SEOANE | Viernes 13 de junio de 2025 | 12:12
El día del Corpus Christi es uno de los más especiales para la villa marinera de Ares. Este año, la procesión religiosa tendrá lugar el domingo 22 de junio, en la previa a San Xoán. La noche del sábado 21, Ares no duerme: la población se vuelca en las calles para llenar el pueblo de color y flores, un aroma que envuelve el lugar desde hace 39 años. Una tradición que mantienen viva, con mucho esfuerzo, en su mayoría mujeres, que durante semanas se preparan para este gran día.
Esta Fiesta de Interés Turístico de Galicia requiere de mucho trabajo previo para su elaboración. Un arte efímero, creado para durar apenas unas horas, que en el caso de Ares requiere de cinco centros de trabajo, uno por cada calle decorada. En total, unos 1.200 metros de suelo urbano que se cubrirán de colores y aromas florales.
La tarde del pasado jueves visitamos los centros de trabajo, el mismo día en que finalizaba el rodaje de la segunda temporada de la serie Clanes. En los centros, además de picar verde y compartir bollas y todo tipo de pastelería —preparada para largas jornadas de corte—, el tema central de conversación era la serie. Y, por supuesto, Luis Zahera, quien despierta tanto interés como la propia fiesta tradicional.
En el primer centro que visitamos, en la zona del muelle y puerto, una veintena de mujeres sobresalían de un garaje en la parte trasera de un bar de playa donde se estaba finalizando el rodaje. «Este año nos tuvieron castigadas sin hablar, y nos vinimos aquí detrás, porque si no, se nos escuchaba en la serie», comenta Ana Montero, la más joven del grupo. Tiene 38 años y lleva unos cuantos picando verde para que Ares reluzca en su día grande.
«No sabemos cuánto tiempo durará esta tradición, somos poca gente joven y la gente mayor también se va cansando. A picar nos juntamos todas, pero para la recogida de flores es más complicado. Desde aquí hacemos un llamamiento para toda la gente que quiera venir a echarnos una mano con la recogida de flor fresca».
La elaboración de las alfombras requiere semanas de picado y cortado de verde, que normalmente son hojas de pino y tuya. «La flor fresca tiene que estar conservada, así que es lo último que recogemos los días previos», explica Macamen Juan, una de las veteranas del grupo que mantiene viva esta tradición floral. «Al principio no era como ahora, no había tanta organización. Las calles se adornaban con flores como fiuncho o lo que la gente encontraba. Ahora, con el apoyo del Concello de Ares, tenemos la suerte de que nos traen sacos con el verde, ya no tenemos que ir a cortarlo».
Los establecimientos aresanos son otros de los grandes protagonistas de las largas jornadas de trabajo en los centros: los bares llevan posos de café para usarlos en las alfombras, y además regalan refrescos. Las panaderías aportan bollas y dulces, en un acto colectivo donde cada uno pone su granito de arena.
El segundo centro al que me acompaña Ana es el que decora la zona de la calle Real, en el primer tramo: el centro Real 1. Es otro bajo de una casa con una pequeña cocina llena de dulces, donde me vuelven a ofrecer «picar algo», esta vez una tarta de turrón que ha cocinado Mari Carmen. Deliciosa.
En la cocina me muestra la cantidad de posos todavía calientes, recién donados por una cafetería. «El olor cuando los mueves es riquísimo. Mira, mete la mano aquí…». Los posos están calientes y el olor recuerda a una cocina invadida por el aroma de café recién hecho.
Otra mujer me enseña una colección de fotos en su móvil y me presenta a Chelo Permuy, una referencia entre las veteranas. A sus 82 años, carga el verde recién traído y «lo corta ella misma para dejarlo todo preparado». Pura vitalidad.
Este centro también está formado, en su mayoría, por mujeres, aunque este año han incorporado a un nuevo miembro de 10 años, Leo. «Tenemos un ayudante este año que es de lo mejor. Es muy voluntarioso el muchacho. A ver si nos trae a más chavalada joven», comenta otra de las mujeres, que además de picar verde, lleva media tarde detrás de Zahera para robarle una foto. El ambiente está más alterado que en otras ocasiones. «El Zahera la ha dejado como si tomara cinco Red Bulls», bromea otra mujer, con esa retranca tan nuestra.
El ambiente en los centros me transporta a las conversaciones de las cocinas de las aldeas, cuando las mujeres se reunían alrededor de la lareira y, en menos de nada, montaban una tortilla y una bolla, mientras se reían y no dejaban títere con cabeza. Esos aquelarres ya no se encuentran fácilmente en cualquier cafetería…
El tercer centro está en una bodega de la calle María, número 1. En el bajo, el suelo está cubierto por una cama de verdín. Todo huele a pino, bolla y café. Este año tienen tres incorporaciones nuevas. Una de ellas, Raquel Piñeiro, confiesa: «Es muy relajante cortar el verde, entras como en un estado de mente en blanco que da mucha tranquilidad», se ríe y comenta: «Es como cuando sales del psicólogo». Detrás de ella, una mujer da velozmente a las tijeras mientras canturrea Non son de aquí, son de alá.
En la puerta del centro hay un cartel pegado con un mensaje para los vecinos: «Hoy no cortamos, no tenemos verde». Cuando es así, «vamos tiñendo el serrín o comenzamos a preparar los posos. Aquí siempre hay trabajo que hacer», comentan.
Los centros de trabajo suelen cerrar sobre las ocho. En la calle María, número 2, una pequeña de unos dos años me recibe en una moto de colores, con gafas de sol. Me mira y seduce a la cámara sin ningún pudor. Dentro, coloca el verde en las cajitas y se sienta en el colo de su madre para acompañarla en la tarea.
La bodega donde está situado este centro pronto dejará de servirles para su preparación. «El bajo se ha vendido y no sabemos dónde nos instalarán el año que viene», explican. Entonces sale el tema del turismo, y Fina me comenta: «Pasamos de ser unos 6.000 habitantes a 18.000 el año pasado… yo en verano prefiero ni ir a la playa, esto está masificado». Ares está de moda, y los vecinos, que lo llevan con cierta resignación, asumen que «lo peor del verano es aparcar el coche».
En el centro tienen el serrín teñido de colores vibrantes. Los más veteranos me enseñan los sacos ya preparados. En este centro, José, un hombre que participa desde los inicios, hace de anfitrión: «Nuestra alfombra suele tener motivos decorativos para los niños. Este año va a tener mucho color».
José me acompaña al último centro, Real 2, situado en un antiguo bajo de un bar. Teresa Chao me atiende mientras baja la persiana. Al ver que llega la prensa más tarde de lo que esperaban, saca su móvil y llama a todas las demás. En cinco minutos, muchas regresan.
Teresa se queja de que siempre son las últimas en recibir visitas de prensa. Pero pronto se le olvida cuando entra al fondo del local y me enseña todos los sacos de serrín tintado y las cajitas de verdín preparadas. «Vamos muy bien, tenemos mucho avanzado. Hoy estuvimos aquí desde las dos y media de la tarde», explica, orgullosa del trabajo hecho.
Teresa me confiesa entre los sacos de serrín: «No te lo vas a creer, pero hace años nos visitaron los de Ponteareas. Allí solo trabajaban con flores. El serrín tintado, los posos… como trabajamos nosotras con el resto del material, lo vieron aquí». Y con esta confesión —que no puedo asegurar que sea cierta, pero al menos sí ilusionante— la tarde se nos echó encima.
Las persianas de los bajos se cerraron, y cada tarde, hasta el 21 de junio, volverán a abrirse para continuar con los preparativos de las alfombras. Un esfuerzo inmenso que sigue mereciendo la pena.
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