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MARTA CORRAL | Miércoles 20 noviembre 2013 | 17:00
¡Qué intensas y efímeras son las alegrías que nos brinda el deporte! Lo mismo nos sirve en bandeja la ilusión, que nos la arrebata. Así de mágico, así de injusto. Pestañeas y te lo pierdes, sólo queda el poso. Otro recuerdo almacenado del que echar mano.
Este intenso fin de semana con Nate Davis -contado y registrado al dedillo, maravillosamente, por mis compañeros periodistas de todos los medios-, ha dejado un poso inolvidable para muchos.
Empezando por aquellos que habían compartido con él sus años en el OAR y por los chavales que tenían su póster en la habitación. Siguiendo por los que, como yo, siempre habíamos oído hablar de él pero nunca lo vimos jugar. Y acabando por los niños que -alentados por las nostalgias de sus padres- miraban a Nate con los ojos como platos, le pegaban un abrazo infinito que acababa en el suelo y le decían: «Opa, Nate, ¡eres grande!».
Nate Davis ‘llegó, vio y venció’. Superó su propio mito, porque trascendió de lo deportivo a lo humano: «¡Que nadie se quede sin su foto!», decía, y nadie se quedó sin ella. Y en esas miles de fotografías, sale siempre sonriendo. Vaya crack.
Súper Nate llegó a Ferrol de la mano del periodista Luis Fermoso y del equipo del programa Informe Robinson de Canal+. No sería justo no darles las gracias por ello, por la paciencia con la que llevaron los mil saludos a Nate, los millones de anécdotas contadas por exdirectivos y las toneladas de besos y abrazos que Nate repartió a diestro y siniestro.
No sé si preveían tal cosa. Desconozco si su imaginación les había anticipado la bienvenida que el pueblo de Ferrol le iba a brindar. La generosidad y el cariño que le íbamos a transmitir. Supongo que no, el propio Nate estaba desbordado, y no es para menos. Ya le avisaban: «La semana que viene, cuando vayas a Valladolid, no te creas que va a ser igual que esto». Seguro que no, aunque también lo quieran, no fue lo mismo.
En la puerta de La Malata, este sábado, nos agolpábamos para entrar. Por el lateral, iban accediendo los jugadores y por el frente, a la espera, el resto de los mortales. Varios mostraban su descontento por el cobro de la entrada: «Si fuera para él, pagaba lo que fuera»; pero costaba asumir que el Club que no «había movido un dedo para traerlo», hiciera caja, gracias a un homenaje que nunca promovió. Quizás, como decían «porque no les gusta nada de lo que huela a OAR». Qué paradoja.
Otros, dejándose llevar por el revival, no dudaban en reconocer, entre risas, que: «Me están entrando ganas de ir a Micro a tomarme un cubata después». Pero entonces llegó él: «¡Hola a todo el mundo!».
No recordaba la última vez que había visto baloncesto en La Malata; pero fue como llegar a casa. Incluso pude sentarme muy cerca de donde teníamos nuestros asientos cuando éramos socios. Sé que muchos de vosotros también lo hicisteis, reconocía caras, aún con el paso del tiempo.
Aquellos que ya se fueron, que emprendieron su viaje para poblar el cielo, también estuvieron en la memoria de muchos. Siempre se echa a alguien de menos, sobre todo si se sentaba a tu izquierda, entre tu abuela y tú.
El mítico olor a pipas, esta vez sin mezclarse con el humo. Hace treinta años, se registraban unas cuantas arrugas menos y muchos cigarros más. Gente «del OAR de siempre» volvió a La Malata para darle las gracias a un hombre bueno y mirarse al espejo.
La agencia deportiva Tr3s25 vendió más de cien camisetas retro del CLESA: «Nos la pidió hasta Daimiel», me contaba David, uno de sus responsables.
Los veteranos tomaban la cancha. Primero, presentación de los viejos del Ferrol C. B., para continuar con la esperada retahíla de nombres de un buen puñado de jugadores del OAR. Davis saludó dos veces, cuando se le coló a Manolito y cuando el público coreó el «Súper Nate» animado por el speaker.
No faltó el «Arroz con chícharos»; pero no en directo. Sonando como una copla enlatada, difícil de reconocer y no como el cántico de guerrero que siempre fue; pero imprescindible.
«El tiempo pasa para todos»; pero para algunos más que para otros. Nate, a sus 60 años, intentó marcarse triples e incluso machacar; pero estaba complicado: «Se nota que han alejado la línea de triple, le falta justo la diferencia para enchufarla», comentaban en las gradas.
Uría y Tellado ejerciendo de árbitros, provocando risas y pitadas, protestas e indignaciones de los jugadores. No faltó el humor y las buenas jugadas de equipo, que lograron el 53 a 33 a favor de los locales: el OAR. «Piñeiro y Cobelo están bárbaros. Y cómo gambeaba Richi (Aldrey); bueno, Esmorís y Suso también, pero son más jóvenes. ¿Y Manolito? Aún se marcó sus buenas entradas. Vaya fenómeno».
Juan Fernández pisaba el parqué con un cilindro en la mano. «¿Qué será?». Un póster en blanco y negro, de uno de los mates de Nate, que el americano recibe emocionado, para fundirse en un abrazo con el expresidente.
Toda la familia verde se dirige al círculo central, para unir sus manos y gritar una vez más: «¡OAR!». Y el público se levanta, como si hubiésemos ganado al Real Madrid, y se deja las palmas aplaudiendo. Con alegría y con rabia, sabiendo que un día hubo algo que se nos escapó de las manos y que no vamos a recuperar.
«Nate firmará autógrafos en la Sala de Trofeos, para todo el que quiera», anunciaban por megafonía. Muchos de los más de 3.000 que casi llenamos La Malata se agolparon en el pasillo de las oficinas, esperando su turno. Con hijos y sin ellos, con aquella equipación que encontraron por casa, la muñequera verde que Nate les regaló cuando tenían 8 años e, incluso, para devolverle a Davis la gorra que se había dejado el día anterior en el Toxos, como hizo Lucía, para demostrarle que en Ferrol seguimos siendo «muy legales».
Mientras, los jugadores de La Sidrería Ferrol C. B. y el Puertalia de León empezaban a calentar. Mal día para ser visitante en La Malata. Aunque muchos se fueron, otros muchos nos quedamos al partido de EBA, sedientos de baloncesto.
«¡Mira qué jovencitos se les ve!», me comentaba Manel Blanco, mítico speaker del OAR, refiriéndose a «los nuestros», que sorprendieron a los que nunca les habíamos visto jugar: un juego rápido, pero efectivo; dinámico y ensayado, con una buena defensa que consiguió que el resultado final fuese de 78 a 71, para gloria local.
Algunos en la grada, se confundían: «¿Pero no son los verdes?». No, eran los rojos, aunque parezca una broma.
Manel Blanco, con la gorra ochentera del OAR en la mano, esperaba sentado en «Presidencia» al descanso del partido, cuando Nate saltaría a la pista para recibir el homenaje final: «Te voy a resumir todo en dos palabras: muy emotivo». El que fuera speaker del Club, estaba desbordado por la alegría y miraba curioso a los chavales del Ferrol.
A su lado, la secretaria del Club durante años, Mar Rodríguez; recién salida de una situación de salud muy complicada, no quiso perdérselo. En su cabeza, se agolpaban recuerdos. Ella estaba siempre en las oficinas del Club y todos los jugadores pasaban a «contarme su vida, como si fuese su hermana».
Una fila más abajo, encontramos a Tomás Blanco y a Francisco Rodríguez, dos antiguos directivos, que tampoco quisieron faltar. Blanco aún recuerda los viajes nocturnos, después de fichar a un jugador durante una cena «y vuelta para Ferrol desde Tordesillas».
Detrás de ellos, como en una nube, el ex vicepresidente del OAR, Juan Roca. El «padre adoptivo» de Nate Davis no se separó ni un momento de él: «Es mi protegido». Congeniaron desde el primer momento; Davis visitaba su casa a menudo y estaba con sus hijos: «Pensé que nunca volvería a verlo». Lo mismo que decía Nate: «Hace poco estuve viendo fotos y pensaba que nunca regresaría. No supe nada de Juan… él era como mi padre aquí. Y verlo ahora, estoy emocionado».
El partido de EBA llegaba al descanso y los niños de categorías de base, hacían sendos pasillos al lado del túnel de vestuarios. Juan Galego presentaba a «Súper Nate Davis», que fue derribado por el cariño de las nuevas generaciones del Ferrol C. B., mientras que Galego aprovechaba: «Dejad que los niños se acerquen a Davis».
Todos quisieron regalar a Nate y él, encantado. Le siguió una larga noche de recuerdos y reencuentros, de generosidad infinita por parte del crack, que promete volver.
Después de hacer el saque de honor en el partido del Racing, Davis hacía las maletas y ponía rumbo a Madrid. No sin antes pasarse por casa de la familia de Manel Blanco a despedirse. Qué grande. Tampoco se olvidó de quedar con Juan Roca en el aeropuerto en Coruña. De ahí se iría a Valladolid. Después volvería a Atlanta; pero prometía regresar pronto.
Se dicen muchas cosas: que quiere venirse a vivir a Ferrol, coger un equipo de base para entrenar a los niños o hacerse formador. Quién sabe. Imagino que en un momento tan intenso como el que Nate vivió en Ferrol, los nuevos planes revoloteaban en su cabeza. Ya se verá.
Tuve la oportunidad de agradecerle en persona a Nate su visita. Le expliqué -por si él no se había dado cuenta-, que Ferrol lo está pasando realmente mal. Que quedan pocas fuerzas. Que si nadie lo remedia, la ciudad que un día conoció, sera sólo un espejismo.
Él me escuchaba atento, intrigado, mirándome a los ojos: «Gracias por venir, porque aunque esto dure un fin de semana, nos has ilusionado. La gente está loca contigo. Sonríen. Y ya sólo por eso, te mereces todo el agradecimiento del mundo». Y Nate lloró de emoción y dio las gracias a Dios, mirando al cielo, como el hombre humilde que es.
Me he alegrado por tener la oportunidad de decírselo. Me parece imprescindible agradecer lo bueno a las personas que se cruzan en mi camino. Como a toda la familia del OAR, desde Juan Fernandez hasta Luisiño, todos han jugado su papel. Todos merecen un «gracias», porque los 3.000 que estábamos en La Malata soñamos un día, gracias a ellos.
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