JOSÉ MARÍN AMENEIROS | Jueves 13 noviembre 2014 | 14:30
El ambientazo que provocó la Selección Española Sub-21 en Ferrol ya se notaba una hora antes del partido: un Citroën ZX recorría la carretera de Castilla con una bandera española del tamaño de una servilleta enganchada de la ventanilla. Al llegar a la rotonda Nicasio Pérez, giró en dirección opuesta a A Malata. Después, dirigirse al campo era poco menos que sentirse Manuel Jabois en Llegan los cronistas al estadio. Los coches atascaban el carril derecho desde la AP-9, y la afición aprovechaba para sacar la cabeza por la ventanilla en plan Ace Ventura, entonando cánticos y tocando bocinas. Sólo faltaba un puesto de cervezas y gafas de colores.
En A Malata, después de esquivar coches aparcados hasta por los arcenes y el césped, se abría ante los ojos un panorama atípico. Lo que siempre está lleno, el fondo sur de los Diablos Verdes, aparecía desangelado. El resto, tribuna y preferencia, abarrotado de cativos y banderitas de España. El estadio ferrolano pasó del verde al rojo sin pausa en el naranja, con cientos de niños pero también jugadores de fútbol de la comarca, que muchos clubes repartieron invitaciones y entradas a buen precio.
Se entonó el «lo lo looo looo» cuando la megafonía de A Malata cambió a Juan Magán por el himno nacional, mientras la bandera de España era sostenida en el tapete por cuatro chavales vestidos con petos morados, que según la posición del espectador en la grada podía uno creerse en la Monarquía o en la tercera República. Al terminar de sonar la música, la grada estalló en un grito y comenzaron a tremolarse las banderitas, algunos a dos manos y de tal manera que por poco aterriza en el centro del campo un Vueling que iba para Alvedro.
La Rojita comenzó haciendo rodar el balón en diminutivo, con dominio ralo y peligro nulo, mientras Bélgica, con un lateral izquierdo con hechuras de delantero centro, galopaba cada pelota acongojando a la defensa española. El número 11 belga, Musonda, con una camiseta y una calidad tres tallas más grandes que el resto, metía pánico cada vez que gambeteaba por línea de tres cuartos.
Entre tanto, la grada parecía el muelle de Curuxeiras a las cuatro de la mañana en las fiestas de Ferrol, después de acabar el último pase de la Panorama: un griterío informe de gente a su bola, que habla de a dónde se va a tomar la última sin atender a un escenario en el que nadie actúa ya. Tan aburrido era el encuentro que al cuarto de hora el público comenzó a pedir las estrellas, pero en la cantina, frías y con dos dedos de espuma. Ésos se perdieron el primer gol belga, un vaticinio de lo que estaba por venirle encima a los chavales de Celades.
Sólo con el gol visitante pareció despertar la afición local, en un quedo «¡España, España!» que despertaba las gargantas de igual modo que Denis Suárez, ídolo local y el más aclamado. Pero, con la pelota en los pies, era Gayá el único que llegaba a línea de fondo con peligro. La zaga belga cortaba todos los pases de Suárez; Munir y Sandro eran inermes y Roef, el meta belga, le echaba la mano a todos los saques de esquina.
La Rojita sin ideas se fusionó con la sin alma, cuando nadie hizo caso a Tielemans, que entró por el centro como borracho en Onda de madrugada y envió un misil en forma de 0-2 a la escuadra. El portero español hizo la estatua, pero sin caballo.
De los diez minutos que quedaban de primera parte, lo más destacado fue que salió Deulofeu a calentar. Eso, y el doble larguero que sumaron los españoles, primero con Saúl rematando de cabeza y, en el rechace de éste, un cañonazo de Sandro que se pasó de potencia a medio metro de la línea y abatanó el palo horizontal. Descanso, vaciado de gradas y llenado de las cantinas, que estuvieron así hasta casi el minuto 15 de la segunda parte.
Después del fracaso de la primera mitad, Celades decidió agitar el árbol y dejar caer algunas manzanas al césped. Un césped que, por cierto, aguantó en muy buen estado todo el partido a pesar de la perenne lluvia. Al verde saltaron Deulofeu y Medrán por Sandro y Moi, además del portero Whalley en sustitución de Kepa. El sevillista se fue al extremo derecho, mientras el canterano madrileño ocupó el interior que le dejó Denis, que se abrió a banda izquierda. Munir acaparó la punta que dejaba vacante Sandro. El experimento pareció salirle bien al míster. A los cuatro minutos, El Haddadi ciñó un disparo al palo largo belga para acortar distancias: 1-2.
Pero nada, ni diez minutos le duró la alegría a la Sub-21. Otro regalo en defensa, gol de Kayembe y adiós, gracias por la visita. La dulce España se diluyó en el agua caída del cielo ferrolano, animada al final por una afición sí acostumbrada al orballo que alentó más cuando más perdía La Rojita. Incluso, allá por el 80, parecieron sonar por primera vez unos tambores, después de una ovación al cambio de Denis Suárez. Antes, Raman Benito había camelado a la grada con un vistoso zapatazo desde 25 metros que subió al marcador como el cuarto gol belga y definitivo 1-4.
A Malata ha tenido así el dudoso honor de ser el campo donde la Sub-21 española comienza una penitencia que le tendrá un año sin competir oficialmente, después de la eliminación del equipo de los próximos Europeo y Juegos Olímpicos. Un estreno, eso sí, que debería tener en cuenta la Federación Española, si es capaz de apreciar el mérito de meter 8.200 personas en un estadio, un miércoles laborable y de lluvia, para ver un partido televisado de unos jugadores que no son los absolutos.
El único que faltó a la fiesta fue el buen juego de los chavales entrenados por Albert Celades. Después de las vueltas de campana que le dio al combinado español, al entrenador belga sólo le faltó salir de A Malata conduciendo el autobús, sacar también la cabeza a lo Ace Ventura y decirle a Celades en el párking: «¿Cómo lo ves, Albert? ¡Esto es jugar!».
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