ALEXANDRE LAMAS (Psicólogo) | “Esa cabeciña…” | Viernes 13 febrero 2015 | 10:07
No podremos alcanzar la última sabiduría socrática de conocernos a nosotros mismos si nunca abandonamos los estrechos límites de nuestras costumbres, creencias y prejuicios en los que todos nacemos. Tiempo antes de escribir estas palabras, en 1913, su autor, Bronislaw Malinowski, había abandonado su cómodo despacho de profesor en la London School of Economics, para vivir con los indígenas de las islas Trobriand (cerca de Papúa, Nueva Guinea), que apenas tenían relación con el hombre blanco, y con los que conviviría los siguientes tres años, dedicado al estudio de sus costumbres. Esta aventura, y todo lo que aprendió en ella, la consagró al papel en un prodigioso libro titulado: “Los argonautas del pacífico occidental”.
Creo que todos hemos soñado con ser valientes aventureros enfrentándonos a emociones y desaflíos. Para la mayor parte de mi generación los referentes eran Indiana Jones y Félix Rodríguez de la Fuente. Los niños soñaban con ser arqueólogos o biólogos, convencidos de que esas eran profesiones emocionantes. Pero para mí, había un aventurero que los superaba, aunque no era ni tan alto, ni tan fuerte, ni se quedaba nunca con la chica. Por no ser, no era ni humano. Pertenecía a una especie mucho más avanzada que la nuestra: era un Fraggle. El tío Matt era un Fraggle que había abandonado la seguridad de la cueva en la que vivía con los suyos, para lanzarse a descubrir nuestro mundo, o como los Fraggle lo denominaban, el mundo de las estúpidas criaturas. A mí me maravillaba su forma de vernos, aprendía un montón de él. Aún recuerdo aquella ocasión en la que explicó que los humanos adultos se diferenciaban de las crías, en que los adultos buscamos nuestro reflejo constantemente para asegurarnos de que llevamos bien el pelo.
De todas sus grandes lecciones, hay una que me ha perseguido siempre a través del tiempo. Aquella en la que el tío Matt descubrió los ascensores. Para él, que miraba los ascensores sin entrar en ellos, estos eran habitaciones en las que las estúpidas criaturas entrabamos y tras unos segundos salíamos con un aspecto distinto. Como no veía lo que pasaba en el ascensor después de cerrarse las puertas, pensaba que simplemente las personas que salían del ascensor eran las mismas que habían entrado, pero con una apariencia distinta. Al tío Matt le picó la curiosidad y se metió en el ascensor, estaba emocionado pensando en qué nuevo aspecto tendría al salir. Pero cuando las puertas se abrieron, el tío Matt descubrió que no era él, si no el mundo el que había cambiado. O así era como lo vivó él, porque lo que pasó en realidad era que había bajado hasta al aparcamiento del edificio. Ahora intuyo que lo que aquella aventura del tío Matt quería decir, era que a veces cambiando algo de nosotros mismos, nuestra forma de ver el mundo cambia también. Quizás de una forma más literal de la que solemos entender.
El ejercicio de sostener un bolígrafo con los dientes de lado a lado de la boca sin tocarlo con los labios (imagen A), se utiliza desde hace tiempo en la risoterapia para modificar los estados de ánimo de los que lo practican. Se basa en la idea de que al mover de forma voluntaria los mismos músculos que activamos durante la sonrisa, se activan las mismas zonas de satisfacción en nuestro cerebro que en la risa espontánea. Esta idea viene de un estudio de 1988 de Fritz Stark y Leonard Martín en el que se le hacía sostener de esta manera un bolígrafo a un grupo de individuos mientras veían unas tiras cómicas. Después, se comparó el grado en que consideraban divertidas esas tiras cómicas con otro grupo que había sostenido el bolígrafo a modo de pajita (imagen B). Los resultados mostraron que el primer grupo había encontrado las tiras mucho más graciosas. Quizás esto no parezca muy concluyente, pero vayamos un poco más allá.
Hace dos años, el grupo de Amy Cuddy de la Harvard School Business publicó un estudio aún más sorprendente. En él se dividía a los participantes también en dos grupos: a los miembros del primero se les hacía adoptar durante dos minutos una posición corporal dominante, como permanecer en pie con los brazos en jarra a modo de superman, o recostado sobre una silla con los pies sobre la mesa y los brazos abiertos (imagen C); al otro grupo se le indicó que adoptase posturas corporales sumisas como estar encogido en una silla o de pie con los brazos y las piernas cruzados (imagen D). Con muestras de saliva se analizaron los niveles de testosterona y cortisol antes y después del experimento. La testosterona es una hormona relacionada con la dominación, mayor nivel de testosterona mayor nivel de agresividad y sensación de poder; el cortisol, por su parte, es una hormona presente en el estrés, cuanto mayor es el grado de cortisol mayor es el grado de estrés. Se encontró que aquellos individuos del experimento que habían adoptado las posturas dominantes, presentaban un mayor nivel de testosterona y un menor nivel de cortisol, es decir, estaban más seguros de si mismos y menos nerviosos que las personas que habían adoptado las posturas sumisas. Y que la diferencia entre ambos era significativa.
Amy Cuddy explica este experimento en un vídeo que ya ha tenido más veinte millones de visitas en youtube, lo hace de manera amena y emocionante y podéis verlo pinchando aquí (para los que prefieran leer el estudio original pueden hacerlo pinchando aquí). Y recomienda que antes de enfrentarse a una entrevista de trabajo, o a una situación que nos pone nerviosos, busquemos un lugar recogido y adoptemos esas posturas, para ganar confianza. También recomienda en general adoptarlas para ganar confianza en el día a día.
Siempre soy muy escéptico con estas cosas, porque, aunque me pueda parecer que tienen sentido y tengan pruebas que las respalden, son difíciles de creer. Desde luego no se pierde nada por cambiar un poco nuestra postura corporal, seguramente no nos convertiremos en ningún Indiana Jones, pero tal vez nos ayude a encarar los desafíos del día a día. Yo, por lo menos, he perdido mucho más tiempo que dos minutos en mi vida con cosas bastante más estúpidas, además como dijo Bronislaw Malinowski: No podremos alcanzar la última sabiduría socrática de conocernos a nosotros mismos si nunca abandonamos los estrechos límites de nuestras costumbres, creencias y prejuicios en los que todos nacemos.
Este artículo está dedicado a William James, que intuyó hace más de un siglo lo que otros ahora logran demostrar.
Alexandre Lamas es psicólogo y ejerce profesionalmente en Ferrol, para más información podéis visitar su página web pinchando aquí.
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