MARTA CORRAL | ‘O Falar non ten cancelas’ | Martes 16 diciembre 2014 | 10:41
Una parte de mis veintipocos la pasé sacándome las legañas en un autobús que salía diariamente de Cobas al filo de las ocho de la mañana, en aquella época en la que los vecinos de la zona rural aún tenían derecho a no depender de un coche que los llevara al centro para ir al instituto, al trabajo o a la plaza.
Los habituales de aquel microbús éramos de lo más variopinto. Señoras cargadas de vitalidad a esas horas, como si llevasen tres cafés encima, mezcladas con estudiantes de bachillerato y señores acatarrados que veían la muerte de cerca y apuraban el moquillo hasta el centro de salud de Serantes.
Me sobraron un par de viajes para establecer la radiografía de aquellas personas -o inventarles una supuesta vida, más bien, algo que hacía habitualmente antes de tener un smarthphone-, y, confieso, que a uno de ellos le cogí una manía insoportable.
Era un tipo alto, fuerte como un roble y que se había tragado un megáfono. Nunca se sentaba y surfeaba las curvas de la Bailadora en el comienzo del pasillo, pegado al conductor. Su retahíla empezaba apoyada en el catastrófico boletín radiofónico, para continuar con el estado de las calles, la ignorancia de los médicos, la sinvergüencería de los políticos o la escasa cultura de los que compartíamos habitáculo con él.
Aquel señor no sólo era de Cobas, que ya es mucho ser, sino que también era ingeniero, oncólogo, policía, agricultor, pescador, pintor, mecánico y, si me apuras, cantante. Ahora, que las redes sociales nos han abierto la mente, sé exactamente lo que era: un cuñao.
Para los que, como yo, seguís sin pillarle el tranquillo al Twitter y habéis aceptado que tus amigas digan de ti que eres la 1.0 de la pandilla, he rebuscado dos buenas definiciones de «lo cuñao» en este artículo del Periódico Diagonal. Según Raúl Minchinela, autor de la vídeoserie Reflexiones de Repronto, lo cuñao es una forma de argumentar y de discutir: «Usando como parámetros el saber popular -entendido como una mezcla de a) refranes y b) lo que dice la tele- y el humor de sal gorda».
Un concepto «increíblemente difícil de describir, pero también increíblemente fácil de comprender» según el periodista Noel Ceballos, que define cuñadismo como una mezcla de «sabiduría popular, cero humildad, una visión del mundo y la política basada en lugares comunes, trucos y atajos que el cuñao cree que sólo conoce él, necesidad de compartir sus conocimientos con todo el mundo como si fuera el único que los poseyera».
O sea, algo como: «Somos los únicos mamíferos que seguimos bebiendo leche en edad adulta» o «¿dónde has comprado la tele? Yo tengo la misma y me ha costado la mitad» o «tengo muchos amigos gays» o «tenemos lo que merecemos» o, una de mis favoritas, «mucha igualdad, pero bien que os gusta entrar gratis en las discotecas, ¿eh?». El universo cuñao en esencia pura.
Estoy por asegurar que ya tenéis un par de cuñaos o tres haciendo acto de presencia en vuestra memoria. Es difícil escapar del cuñadismo y en Ferrol, si me apuran, más. Porque aquí tenemos no una, sino dos clases de cuñao.
Por un lado, tenemos al cuñao más frustrante del panorama cuñadil. Es el más complicado porque de verdad sabe de lo que está hablando aunque no te lo creas y, lo más importante, si dice que puede arreglar algo, lo arregla. Ojo con eso. Podemos denominarlo cuñao bazanero o prejubilator ferrolano.
Entró en el astillero cuando apenas era un niño, de aprendiz. Curtiéndose a base de los «¿pero qué haces, pinacha?» de los operarios honoris causa que le enseñaban a manejar el torno, instalar cableado o leer un plano. Rotando por todos los talleres, empapándose de conocimientos prácticos y creciendo a base de competencia y camaradería.
Lo más complicado de este tipo de cuñaos es que, si te dejas guiar por los prejuicios, puede que parezca que con lo que están diciendo se están marcando una quiada de las buenas. Pero entonces, amigo, sabrás que el cuñao aquí eres tú. A ellos no les interesa quedar bien, no te olvides, no lo necesitan.
Pero no sólo te pueden pegar un par de vueltas sobre memoria histórica, también tienen la batalla ganada si el tema de la sobremesa es el sindicalismo o la planificación de cualquier proyecto -puede tratarse de tu boda, de un viaje o de una obra-. Pero, además, a su más de medio siglo de vida, se manejan en el ordenador, leen el periódico y lo arreglan todo. ¡A ellos con el cuento de la obsolescencia programada! ¡Já!
Una plancha, un enchufe, el quad del nieto, la alimentación del portátil… Olvídalo. No tienes nada que hacer ante ellos. O sí, quédate cerca y observa, quizás aprendas algo. Sin olvidar que son los autores de uno de los cuñadismos ferrolanos por excelencia: «¿Qué crees, que los barcos salen solos por la boca de la ría?».
El contrapunto a los prejubilators lo ponen los iluminator ferrolanos, los «xa cho dicía eu» o los «vasmo dicir a min». Han estudiado lo justo, trabajado -si han tenido esa suerte- en chollos en los que la neurona no se ejercita demasiado y, lo más importante, donde más lejos han estado de su casa es en El Corte Inglés de Coruña para ir de compras los sábados por la tarde.
Campan a sus anchas por Ferroliño porque, hay que decirlo, este rinconcito agujereado y olvidado es un filón para los cuñaos. Los tenemos repartidos por todos lados. Pueden materializarse en forma de concejal, de funcionario, de culturetas pseudointelectualoide, de ecologista, de músico, de profesor o de abogado.
Puede que sea el presidente de tu comunidad o de tu asociación de vecinos. Quizás esté al volante del taxi que vas a coger en la plaza de Armas o detrás de la barra del bar donde tomas el café por la mañana.
Todos ellos bien podrían estar casco en ristre dirigiendo una obra, planificándolas y temporalizándolas, incluso estableciendo rutas alternativas: «Pero vamos a ver, ¿cuántas veces han abierto esta calle? Primero que si tuberías, seis meses después internet. Y claro, quitan los pocos aparcamientos que hay en el centro y después para multar sí que están rápidos. Ferroliño is different. Cómo se nota que están cerca las elecciones. Todo levantado, para que lo vean los que llegan fuera en Navidad. Muy listos».
Tampoco le hacen ascos a la arquitectura: «Las casas se caen porque no te dejan ni cambiar una ventana y ponerla de aluminio. Si en el siglo XVIII hubiesen tenido aluminio, ¿crees que las habrían hecho de madera?», o al turismo: «Llegan los cruceros y qué, todos los comercios cerrados. Pues estamos bien, después nos quejamos. Además, no sé a qué vienen aquí, si está todo hecho un asco».
Aunque, si hay algo que le gusta a los iluminator es, sin duda, meter la pala: «¿Las Casas Baratas? Una ruina. Habría que tirar con todo y hacer un barrio nuevo». «Habría que», la flaqueza de los cuñaos. La coletilla que le ponen a todo porque, en realidad, ellos no tienen ni idea de cómo, ni cuándo, ni ciento volando, ni ayer ni mañana.
Que no se os olvide que son expertos en fastidiaros la ilusión. ¿Qué te has comprado una casa nueva? Para ellos será pequeña, cara y estará en un sitio sin supermercados cerca y sin mucho sitio para aparcar. ¿Qué has podido ahorrar para el ordenador de tus sueños? Nada, él o ella te advertirán que si hubieses esperado un mes, por ese mismo precio o incluso más barato, podías haberte comprado uno mucho mejor.
Y ojo, ni se te ocurra admitir que la has cagado, que has errado, que te la han metido doblada, porque se sacudirán de la lengua un «xa cho dicía eu» que te reventará el hígado o un «vasmo dicir a min», dejando claro que nunca nada de lo que les digas va a superar sus experiencias o sus enfermedades.
Normalmente, los que tenemos el optimismo de no autodenominarnos cuñaos, solemos huir despavoridos ante estos especímenes; pero es Navidad, amigos. Y pueden estar al otro lado del mantel. Ten presente que lo mejor es que no les entres al trapo, que mantengas la calma, vas al baño y vuelves diciendo: «Buenas noches, he pasado una velada muy agradable» te vas a casa, rajas a placer y eso es todo.
Pero si no lo haces, si te pones a su altura, si no puedes morderte más la lengua, espétales el cuñadismo definitivo: «Cállate, coño, que tú no tienes ni puta idea». Acto seguido, coges la botella de licor café y te echas uno doble, levantando la ceja.
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