MARTA CORRAL | Ferrol Vello | Jueves 30 agosto 2018 | 12:14
Este miércoles fallecía Alfredo Martín. Cuando una persona tan polifacética como él se va los periodistas nos ponemos a escribir una retahíla de conquistas y méritos como si eso fuera lo más importante.
De Martín podríamos decir que vivió una vida apasionada y apasionante. Que se entregó a su Cofradía de la Orden Tercera durante años, que confeccionó los pasajes de la Passio y cada una de las figuras y engranajes del mítico belén.
También que recibió en el año 2000 la Insignia de Oro de la Ciudad y en 2015 la Medalla de Oro de la Junta de Cofradías y Hermandades, rompiendo esa norma tan ferrolana de no estar presente ya cuando a uno le reconocen su trabajo.
Pero yo al Martín que recuerdo es al que veía pasear del brazo de su mujer por la acera de Capitanía con su abrigo de paño y su gorra, saliendo y entrando de su querido barrio de Ferrol Vello.
Os preguntaréis por qué me parece reseñable esto y lo explicaré. No conocí a Alfredo Martín en persona, solo de vista, como decimos por aquí; pero sí tengo la suerte de conocer a su hija y no hay mejor indicador de la grandeza humana que haber sido capaz de criar a buenas personas.
Ana es una de las mejores profesoras que se ha cruzado en mi camino y parte responsable (eso no sé si es del todo bueno) de que yo me haya dedicado a esto del periodismo. Pero, sobre todo, es una ferrolana.
De esas del orgullo con conocimiento, del amor a la tradición y a la historia de la ciudad. De las que lo contagian. Y don Alfredo tiene buena culpa de ello. Ya solo por eso merece mi admiración.
Porque la empresa de contagiar el amor por el terruño, en el caso de Ferrol, no es nada fácil. Como tampoco lo es mover los hilos de cientos de figuritas que abren una ventana al mundo cada Navidad para que los más pequeños sepan qué pasó en Belén un 25 de diciembre y para que los adultos se reencuentren con el niño que fueron.
Todavía no se ha hecho suficiente justicia con el patrimonio que nos ha dejado Martín, pero aun estamos a tiempo. De momento, el artista ha sembrado su pasión belenista en un niño muy especial que tiene en su propia casa un Nacimiento a imagen y semejanza del de la Orden Tercera, hecho por él mismo.
Y es que la inmortalidad es esto mismo. Que las personas se marchen, pero que su obra se quede. Seguro que un día, dentro de algunos años, alguien cogerá una de las figuras más pesadas de cuantas ha construido Martín y cuando, como en El Halcón Maltés, pregunte de qué está hecho, le contestarán que se trata del material con el que se forjan los sueños.
*La capilla ardiente de Alfredo Martín (1929 – 2018) está instalada en el tanatorio San Lorenzo. Este viernes tendrá lugar su entierro en Catabois, a las 17:00 horas y después habrá funeral en su memoria en la capilla de la Orden Tercera.
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