Gema Campos | Martes 9 julio 2024 | 11:56
«Es literalmente imposible ser mujer. Eres tan hermosa e inteligente, y me mata que no creas que eres lo
suficientemente buena. Siempre tenemos que ser extraordinarias, pero de alguna manera siempre lo estamos
haciendo mal. […] Estoy tan cansada de verme a mí misma y a todas las demás mujeres enredándose en nudos para gustarle a la gente» (Barbie, 2023).
Este es el discurso que se hizo viral de la película Barbie
Solo en la última semana, varias pacientes han llorado en mi consulta recordando el rechazo que sufrieron en el
instituto por ser diferentes a los compañeros; gordofobia, aporofobia… seguimos nombrando fobias como sinónimo del rechazo a lo que es diferente, pero ¿diferente a qué?
La respuesta rápida es: diferente a un canon que parece promulgar qué es ser mujer como si solo hubiera un tipo de mujer posible.
El diversitywashing de la sociedad
Vivimos en un momento paradójico en el que se proclama que se ama la diversidad, que se acepta la diversidad, pero, por el momento, esto podría ser solo un nuevo greenwashing de las empresas: un diversitywashing. Una medida visible que no produce ningún impacto en una forma de hacer que sigue proclamando la uniformidad como bandera de lo femenino.
Por eso nos emocionó a tantas mujeres el discurso de América Ferrera en Barbie, porque promulga todo lo contrario; una suerte de tolerancia ante la diferencia, una queja explícita de que es imposible ser mujer, si tomamos como «ser mujer» ser solo un tipo de mujer. Esto, entre otras cosas, hace de la película Barbie la más taquillera de la historia.
Adolescencia y redes sociales, ¿un bombardeo de belleza irreal?
Las redes sociales, entre ellas, Instagram y TikTok generan infinidad de videos e imágenes retocadas, con filtros, que muestran mujeres sin falta. Ya no es solo el rechazo de los iguales en el patio del colegio o del instituto que nombran quienes vivieron su adolescencia en los 90 o en los 2000. Se trata de una comunidad entera, global, a la que las adolescentes tienen acceso inmediato, donde las imágenes están cada vez más editadas, y donde las mujeres jóvenes se miran como si aquello fuera la respuesta a las preguntas que aún no se han formulado.
Se hacen eco de esto las dos ediciones de la revista VOGUE del mes de mayo; la española y la británica. En la
edición española hay un artículo que se llama «antes de tiempo», en el que se advierte del uso de cosméticos por las adolescentes alentado por las redes sociales. En la edición británica hay otro artículo, «cuando los inyectables van demasiado lejos», donde un cirujano nos alerta de que antes sus clientas llegaban a su consulta con la foto de una celebrity a quien querían parecerse, pero ahora llegan con la imagen de un personaje público, que ha sido tan editada que no hay nada de real en ella.
Si bien la película de Barbie cuenta la historia de una muñeca que se quiere convertir en mujer, lo propio de nuestra época parece ser: querer convertirse en una muñeca; todas iguales sin falta.
Es aquí donde el psicoanálisis se hace necesario ¿por qué? Cuenta Woody Allen en sus memorias que se ha sentado en el diván de su psicoanalista dos veces por semana durante casi toda su vida. ¿Qué parte de eso le sirvió para sacar lo idiosincrásico que había en él y cambiar la historia del cine? Mi apuesta es que mucha; mientras que la ética del psicoanálisis se sustrae a la generalización, la lógica del mercado necesita un sujeto consumado y consumido.
El psicoanálisis de Lacan desafía la hegemonía del ideal femenino
El psiquiatra y psicoanalista Jacques Lacan tiene dos hitos en su enseñanza que hacen que el psicoanálisis de un giro con respecto a su creador, Sigmund Freud. En la enseñanza de Lacan se recoge este sintagma: «La mujer no existe», articulado con una lógica, la lógica del no-todo, y con otra afirmación: no hay relación sexual.
No es fácil entender qué significa esto en el psicoanálisis lacaniano, pero sí hay algo que es sencillo de transmitir.
El sistema económico en el que vivimos, y del que las redes sociales son un tentáculo más, aboga por todo lo contrario: sí hay una forma paradigmática de ser mujer, cuando más te aproximes a dicho paradigma, a dicha
hegemonía, más feliz vas a ser. Esta promesa está velada, pero está.
Estaba hace 75 años, cuando nace la muñeca Barbie con unas características que la erigen en epítome del deseo
masculino. Es, lo que llamaríamos ahora, una muñeca sexualizada con todos los requisitos erotizados de la mujer de la época; una muñeca en la que proyectarse desde niña. También hace 75 años se escribió La mística de la feminidad, donde Betty Friedan documenta cómo las políticas de estado y el capitalismo, a través del marketing, se aliaron para que hubiera un retorno de las mujeres al ámbito del hogar. Lo consiguieron, pero vino de la mano de un malestar femenino que derivó en enfermedades físicas, trastornos mentales, adicciones al alcohol y numerosas dificultades en la crianza.
Entonces, como ahora, parece haber un impulso a ocultar lo particular de cada una; a rechazar lo propio de cada una porque no nos gusta o porque no cuadra. Ahora ya no hay un padre de familia como en el Antiguo Régimen, no hay una política de estado que busque que las mujeres sean el complemento del hombre. Pero ese amo, diría Lacan, no ha desaparecido, ha cambiado de manos: ahora es el imperio de los objetos de consumo, el liberalismo de las leyes del mercado, que pasan por delante de los derechos humanos para entrar en el cuerpo. Cuerpos que se cortan, se inyectan y se modifican todo lo que pueden para dejar de parecerse a sí mismas. Las operaciones de estética han aumentado en un 215% en los últimos 8 años según El País, con un incremento de pacientes cada vez más jóvenes.
Lo propio de lo femenino es precisamente lo no universal, como manifiesta la historia de la cultura, la política, la
economía; la mujer no ha estado nunca en el universal salvo como icono erótico con consecuencias catastróficas para la mujer de carne y hueso. Así lo recoge Joyce Carol Oates en Blonde sobre Marilyn Monroe.
Lo femenino, según el psicoanálisis lacaniano, no es propio de ningún género, y tiene que ver precisamente con lo opuesto a una hegemonía, a un todo, a una completud; implica aquello que desconocemos de nosotras mismas y que nos diferencia del otro.
Conocer el inconsciente te ayuda a descubrir tu verdadera identidad
En la búsqueda de eso sí hay algo que se puede hacer a nivel individual; se puede iniciar un análisis para llegar a
conocer lo desconocido de una misma. Aceptar que existe un inconsciente –––algo que la publicidad absorbió sin problema desde los primeros escritos de Freud–––, tiene efectos sorprendentes a nivel individual. Tantos como los que tiene querer enfangarse en la cuestión de cuál es el deseo propio. A lo mejor descubres que rechazabas de ti misma precisamente lo que te hace única o quizá te encuentres con que esa «gente» a la que intentas gustarle, como decía el discurso de América Ferrera en Barbie, en realidad ni existe.
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