MARTA CORRAL | Esteiro | Viernes 23 marzo 2018 | 14:09
Eduardo Alonso Barajas –Barajas a secas, para aquellos que lo tratan-, no es hombre de presidencias. Es un tipo humilde, como buen cofrade de barrio. Más de ropa de faena que de medallas y corbatas. Quizás por eso su nombre no es demasiado popular fuera de los círculos cofrades, pero dentro de ellos se le trata de maestro. Con cuarenta años de trabajo incansable a sus espaldas repartiendo sabiduría entre las cofradías de Ferrol, le gusta decir que no sabe «ni leer ni escribir», pero aparece a nuestra cita con un tomo bajo el brazo: el Diccionario secreto de la Semana Santa, de Antonio Burgos.
Ferrolano hasta la médula, con el orgullo extra de aquellos que nacieron en Esteiro, me cita en uno de sus ‘templos’: el local situado en la calle Españoleto, esquina con la avenida de los Venideros, como le gusta llamar a la arteria principal del barrio. «Yo no soy de bares, vengo aquí a tomar un café o un vaso de leche. Vamos, que los vuelvo locos», explica con su peculiar sentido del humor, para confesar después que «mi bar era Astano. Yo entraba por esa puerta a la seis y media de la mañana y era feliz. Iba al paraíso. Estábamos en la mejor empresa del mundo. Salí prejubilado a los 55. Ahora lo he superado, pero antes pasaba por allí y se me caían las lágrimas».
Pero antes de eso, Barajas emigró a Francia a los 16 años y fue el operario más joven de una fábrica de automoción en Poitiers. Luego estaría en Brest -«es una calcomanía de Ferrol, ¿verdad?»-, para regresar a la ciudad naval a los 21 años. «Siempre me gustó mucho la Semana Santa. De hecho, con las tapas de la Estrella Galicia y Los 15 Hermanos ya me hacía mis capuchones de niño. Luego ponía una figurita del belén encima de un cepillo de la ropa y, como al posarlo en el suelo se movía al deslizarlo, ese era el paso. Bueno, el trono, que se dice aquí. Mis libretas de clase no tenían números ni dictados, tenían capuchones», recuerda.
«En la Angustia está mi corazón»
«Mi primer recuerdo es ver colocar a la Cofradía de las Angustias a lo largo de la calle San Carlos. La gente andaba loca de un lado a otro. Pero quizás lo que más tengo grabado es la plataforma que montaba el Tercio Norte a la salida de la iglesia para poder encajar a la Virgen en el trono. También me acuerdo de los timbaleros de Infantería de Marina, que eran unos cinco e iban en uniforme de gala abriendo la procesión. El Sábado Santo, que es la Caridad y el Silencio, la mejor procesión de España sin lugar a dudas -ya no me meto en imaginería mejor o peor-, esos timbales iban de negro, tocando una pieza de partitura que asemejaba una noche de truenos y relámpagos».
Con todo, Barajas tardó treinta años en ingresar en la hermandad. Él lo explica diciendo que «las cofradías tienen algo, no privado, pero la gente le tiene miedo. Entrar en esos lugares, que no sabes si te van a preguntar si crees en Dios o sobre religión, te da yuyu». Antes de un año, ya formaba parte de la Junta de Gobierno, en la que estaría dos décadas. «Tenía mucha ilusión y entré en la cofradía por amor a la última institución que nos quedaba en el barrio de Esteiro. Se nos había muerto todo y lo único que tenía vida era la cofradía».
Allí trabajó «como un enano», pero lo dice «con todo el orgullo, porque me gustaba. A mí nadie me obligaba ni me exigía nada. Allí pasaba el día y la noche». A principios de los noventa dejó la hermandad, pero aclara: «Yo ya no estoy en la Angustia, pero allí está mi corazón. En Ferrol solo queda una cofradía de barrio y es esta», sentencia, acordándose de algunas de las personas cuyos nombres no suelen trascender, pero que son vitales para su funcionamiento: José Mariño y su mujer -«Rosiña, la mujer más impresionante que he conocido en la Semana Santa»-, o el vestidor, Félix Yusta. «Sin olvidarme de don Daniel Novás, que fue el alma. Me gustaría que el Sábado Santo unas flores del Jueves fueran a su tumba».
Barajas tampoco se olvida de todas aquellas mujeres que ejercieron la prostitución en el barrio y modelaron su idiosincrasia. De aquellas putas de Esteiro solo queda una: Mercedes, Clavelitos. «Un día la ví por la calle San Carlos con unas flores. Eran para la Virgen y me las dio a mí. Me dijo algo que no se me va a olvidar: «Salieron de este cuerpo, eh. Pero no las lloro, que son para Ella«. Yo me emocioné».
«Aquí escojonamos la Semana Santa a partir de los noventa»
Escuchar hablar a Barajas y que las emociones afloren no debe llevarnos a engaños. Él sigue siendo una persona muy crítica con aquello que considera que no se está haciendo correctamente en nuestra Semana Mayor. Miembro de la tertulia cofrade El Cirio Apagado, también abre las puertas de su buhardilla de Esteiro -donde exhibe una impresionante colección de capuchones de plomo, pasos y maquetas hechas por él mismo-, a todos aquellos que estén dispuestos a debatir sobre la Semana Santa. «Tenemos salido de ahí a las tantas de la mañana tratándonos de usted», recuerda.
«En Ferrol, si te ven hablando en bajito en una procesión, ya se creen que estás criticando algo. Pues la crítica también está ahí para algo y hay que aceptarla», reflexiona, para continuar diciendo que aquí «hay cosas buenas, pero se hacen inventos todos los días y en la Semana Santa ya está todo inventado. Aquí llegamos una serie de gente -entre los que me incluyo- y escojonamos la Semana Santa porque empezamos a inventar procesiones, pasos, colorines… Y la Semana Santa ferrolana estaba bien del año 50 hasta el 65, ahí todo encajaba perfectamente. Ahí sí seríamos la envidia de alguien, de otras ciudades, pero hemos hecho una amalgama tal de cosas raras que no tienen sentido».
«A partir del 90, más o menos, empezamos a inventarnos hábitos nuevos y los cofrades pasaban de una hermandad a otra porque se lo pedían, como si fueran barracas de feria, cuando si hubiésemos seguido con lo que había en los sesenta, hubiese sido perfecto. Cada cofradía tuvo entonces su momento de gloria. Ahora vemos el Santo Entierro y nos impresiona. Pues yo invito a un niño de ahora a que hubiese visto a la Orden Tercera un Sábado Santo, que ponía los pelos de punta. O ver a la Angustia el día que sacó por primera vez el famoso trono de plata. O a la Merced, que asemejaba -y mira que están en el centro- talmente una cofradía de barrio de Sevilla, muy bien estructurada».
Barajas planea algún día poner en negro sobre blanco parte de las anécdotas e historias que tiene inventariadas en su cabeza. «Bueno, a mí que me lo escriban, porque siempre presumo de no saber leer ni escribir». Sería un libro que se titularía La Semana Santa de Ferrol en chascos y en veras -«en chascos es en bromas y, en veras, en verdad», precisa-. Mientras, de viva voz, continúa reivindicando: «Por ejemplo, el recorrido. Magdalena, Real. Magdalena, Real. Retirada. Y todas lo mismo. Eso no tiene mérito. Tiene que haber un paso estrecho también, donde el trono tenga dificultades para pasar, donde se vea la gracia de los portadores. Donde el mayordomo mande, grite y que se escuche».
El Tercio Numerario de San Juan, su segunda juventud
Con 69 años, una hija y un hijo, una nieta, y otra en camino, es raro ver a Barajas sin estar rodeado de gente joven. «Son como otros hijos para mí». Fue en 2010 cuando, contra todo pronóstico, recuperó la ilusión por la Semana Santa ferrolana, al involucrarse en la creación del Tercio Numerario de San Juan, de la Cofradía de Dolores.
«Me llamó Alberto Rodríguez [mayordomo del Tercio de Portadores de San Juan] y vino hasta la buhardilla. Me contó que tenía el proyecto de crear el tercio y hacerlo basándose en todo lo antiguo, en lo que ya estaba hecho. Me pidió que fuese organizador, pero yo le dije que ni loco. Que me metía allí, veía a la gente, pero que no me pidiese más. Así fue y resultó ser para mí una segunda juventud».
«Tono García-Lastra Perales, que es muy bueno diseñando y se sabe este libro de memoria [señala el tomo de Antonio Burgos], y yo nos pusimos a trabajar, pero algunas de las cosas nos cayeron por casualidad. Antiguamente, por ejemplo, el estandarte de la Virgen de Dolores era un bacalao. El nuestro está bordado en Madrid. El hábito también lo hicimos así para que toda la Cofradía de Dolores se unificase de una vez por todas y no tener esa gama de colores que, a veces, en vez de ir en una procesión parece que vas en la manifestación del Orgullo Gay».
Sevilla: Madre y Maestra
«Cuando llega el Domingo de Ramos por la mañana me encanta ver las procesiones. Ver, desde la parte alta de Amboage, esa gama de capuchones que hay tan impresionante en Dolores. Y las bandas que empiezan a sonar. Diferentes además los tonos, los toques. Aquel barullo, aquella bulla. Y que comienza el final de ese momento que esperaste todo el año. Pero luego llega la tarde y sale el Ecce Homo de la Orden Tercera, y me vengo abajo. Me entra una depresión y digo: ¿Pero qué hago yo aquí pudiéndome ir para Sevilla?».
Barajas bajó por primera vez a la Semana Santa sevillana, el espejo donde se miran todas las semanas mayores, cuando dejó las Angustias, a comienzos de los noventa. «Me fui a ver qué era aquello que llamaban Madrugá», cuenta, lamentando los comentarios negativos que han surgido en estos últimos años. «Se critica mucho que nos estamos andaluzando, se dice que esto no es Sevilla… y, al final, acaban todas las bandas de Ferrol tocando todas las marchas sevillanas porque aquí no tenemos autores propios de marchas de Semana Santa. Yo creo que eso es muy positivo. Ponemos a Sevilla como ejemplo, pero ojo, que hay muchas semanas santas por ahí que le dicen «hola» a Sevilla. No hay que copiar todo lo de allí. Hay que traer lo que nos interesa y lo que podemos adaptar aquí, por ejemplo lo de las bandas ha sido un logro».
Coge en sus manos el diccionario de la Semana Santa y me pide: «Búscame aquí la palabra Senatus. Lee, por favor, un poquito en alto». Busco, encuentro y leo, un poco en alto. «Lema del Imperio Romano, bajo cuya denominación fue muerto el Señor en la Cruz. Es una insignia fija en todas las cofradías y la primera que marcha después de la Cruz de Guía, al final del primer tramo de nazarenos del paso de Cristo». Lo miro un momento y sus ojos brillan como los de un niño porque, sabiéndose el libro de Burgos de pe a pa, reconoce que estoy a punto de leer uno de sus párrafos favoritos: «El Senatus es una insignia tan característica de la Semana Santa sevillana que Antonio Colón nos contaba la anécdota de la mujer de un capiller a la que una amiga ponderaba las excelencias de la feria, ante lo cual la sevillana dijo: «Hija, pues yo, donde se ponga un buen Senatus, que se quite la feria«».
Este año Barajas verá las procesiones desde el otro lado. «Le he prestado mi hábito a un chaval porque quiero disfrutarlo desde fuera. Yo aguantaría una procesión, más no, porque también ya me voy cansando». Seguramente no falte ni a una de ellas. Para hablar en bajito enumerando fallos o aciertos. Para emocionarse cuando caigan pétalos del cielo al paso de su Virgen de la Angustia o para escuchar las coñas de sus compañeros de San Juan al pasar por su lado. No fallará porque él también cree que donde se ponga un buen Senatus, que se quite la feria. Incluso la feria de Ferrol que, viniendo de él, eso ya es mucho decir.
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