MARTA CORRAL | Ferrol | Domingo 11 marzo 2018 | 15:00
En agosto de 1974 una veintena de ferrolanas volvían desde Vigo en sus coches. Habían ido hasta allí para asistir a la conferencia del periodista José Oneto y entregarle una carta que después este publicaría en Cambio 16. En ella, pedían mejorar las condiciones de la cárceles españolas tras el incendio que acabó con la vida de 14 presos en la prisión de Alcalá de Henares ese mismo mes.
Ya de noche, pararon a cenar en un mesón de carretera. Comieron y, como era habitual, acabaron animándose y entonando las canciones subversivas de costumbre. No tardó en llegar la policía para hacerlas callar.
Esas mismas mujeres se subirían este miércoles al escenario del Jofre para cantar una de esas canciones prohibidas mientras llovían octavillas. Las mismas que un día habían repartido a escondidas, con el miedo y las prisas de la clandestinidad, trampeando los últimos coletazos de un franquismo que se esforzaba por ahogar una libertad que salía a flote.
El teatro de la burguesía ferrolana fue tomado por asalto para reescribir la historia del 10 de marzo de 1972 a través de la lucha de Fina Varela, Sari Alabau, Fina Piñón, Encarna Puentes, Maruja Fernández, Manola López, Fina Freijomil, Ánxela Loureiro y otras muchas. Todas ellas fueron homenajeadas por el Concello de Ferrol con motivo del Día Internacional de la Mujer.
¡Esto se cae!
Durante la gala, que acabó con los versos reivindicativos de Ses, se proyectó el documental ¡Esto se cae!, en el que el videógrafo ferrolano Ángel García y una servidora hemos tenido el privilegio de recoger las voces de estas mujeres silenciadas, invisibilizadas en una historia que hasta sus camaradas hombres han escrito en masculino.
Como explicó Fina Varela en su emocionante intervención, ellas se pusieron en pie un día para no volverse a arrodillar nunca más y lo único que piden ahora es que su relato no vuelva a caer en el olvido, que se propague lo más lejos posible, a ver si se nos contagia su espíritu de lucha.
Ellas paralizaron la ciudad aquel 10 de marzo en el que murieron asesinados a manos de la policía Amador y Daniel. Pero antes ya se habían encerrado en San Julián para apoyar las reivindicaciones de los trabajadores de la Península Maderera. Antes del 72 ya habían corrido delante de los grises a todo filispín.
Los sucesos a través del cristal violeta
El 9 de marzo de aquel 1972 teñido de negro las mujeres esperaban en la puerta del astillero desde el mediodía. Dentro, miles de trabajadores encerrados en protesta por el despido de sus compañeros que se habían infiltrado en el Sindicato Vertical. La policía entró en la factoría para sacarlos a palos por una puerta que se convirtió en ratonera y que después se tapiaría para borrar su recuerdo.
Las mujeres salieron esa misma tarde en manifestación y algunas, como Fina Varela, fueron detenidas y llevadas a comisaría. Al día siguiente estuvieron de nuevo en la puerta de Bazán a primera hora. Desde allí marcharon con los hombres, que iban a pedir la solidaridad de sus compañeros de Astano, pero al llegar a la plaza de España ya oyeron los disparos.
Ellas se dedicaron entonces a cerrar todos los negocios del centro y a pedir asistencia médica en el ambulatoria y en la clínica San Javier, que estaba en la plaza. En la entrada del edificio, que hoy alberga la sede de Abanca, moriría Amador Rey. Se manifestaron de nuevo al grito de «asesinos, asesinos» porque no tenían miedo. Y su valentía les sirvió para esconder escapados en sus casas, para resistir registros en plena noche, amenazas, interrogatorios, asaltos.
La fortaleza de las que un día se pusieron en pie las condujo al exilio, a la cárcel -como a Fina y Sari, que compartieron celda con la mítica Mela la Carbonera-. Les hizo luchar para que los presos políticos no se pudriesen en las cárceles, para que a sus familias no les faltase nada. Sabían que la caída del franquismo estaba cerca y por eso peleaban con toda su pasión, haciendo la revolución desde el amor, como solo sabemos hacer las mujeres.
Por eso, cuando se veían, se saludaban al grito de «¡esto se cae!». Y la verdad es que no cayó, consiguieron derrumbarlo.
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