ALEXANDRE LAMAS (Psicólogo) | “Esa cabeciña…” | Miércoles 30 enero 2019 | 21:23
La palabra cuñado estuvo de moda como insulto hace un par de años. Ahora está tan gastada que en general se asume que no hay nada más de cuñado que llamar cuñado a alguien. Hasta Bertín Osborne lo usó contra otra persona. Y lo dijo cuando todos considerábamos que Bertín era el cuñado más grande de este país. El cuñado por excelencia. El auténtico cuñado ibérico.
En el 2016 la Fundación para el Español Urgente, definió a los cuñados como aquellas personas que aparentan saber de todo, hablan sin saber pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hacen las cosas.
Resulta que los psicólogos ya tenían fichados a los cuñados desde mucho antes. Los investigadores Dunning y Kruger realizaron una serie de experimentos y llegaron a la conclusión de que los individuos con escasa habilidad o conocimientos sufren de un sentimiento de superioridad ilusorio, considerándose más capaces que otras personas más preparadas, midiendo incorrectamente su habilidad por encima de lo real.
Parece ser que esto es porque solo las personas competentes en una área de conocimiento tienen capacidad para juzgar su nivel de habilidad. Es decir, solo si conozco bastante las reglas de la ortografía podré ser consciente de hasta que punto me equivoco al escribir y cuanto necesito mejorar. Mientras que si solo sé dos o tres reglas, creeré que el tema de escribir se me da bastante bien.
Las personas que conocen mucho de un tema son más propensos a dudar, porque son conscientes de que no lo saben todo y que por lo tanto podrían estar equivocándose. El cuñado habla con tanta firmeza y pasión, porque no sabe que no sabe. Es decir, cree que lo poco que sabe sobre un tema es todo lo que hay que saber. En economía, política, física, matemáticas, es igual.
Esto nos lleva a la conocida como ley de Benford y que dice así: «La pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información disponible». Una verdad que todos sufrimos, especialmente en las discusiones de Internet y en las de Nochebuena.
La única forma de destruir a un cuñado sería instruirlo. Así se daría cuenta de que lo que defendía antes era debido a su falta de conocimientos. Pero es difícil convencer a alguien que se cree que ya lo sabe todo. Lo normal es acabar discutiendo con él y en la discusión, la persona más preparada es la que tiene más tendencia a dudar, por eso acaba perdiendo la discusión o abandonándola (o simplemente opta por no entrar en ella).
Por eso las redes sociales y la política están dominadas por los cuñados. Y siendo un poco sinceros, este es un país de cuñados. Somos un país de gente que se dedica a opinar sobre todo sin tener ni idea, y ni somos conscientes de ello ni consentimos que nadie nos instruya. No vaya a ser que tengamos que reconocer nuestros errores o hasta pedir disculpas.
Seguramente hasta este artículo es el de un cuñado.
Alexandre Lamas es psicólogo y ejerce profesionalmente en Ferrol, para más información podéis visitar su página web en este enlace.
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