RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 22 octubre 2013 | 16:58
No teman. No es nostalgia. Es Ferrol. No es la calle Real, todos los barrios respiran. Del Inferniño mestizo al Ferrol Vello que huele a tu casa y a la mía. El Canido que un buen compañero llama el Soho y el Bertón que se parece a las de John Wayne. Sí, hay baches. Físicos y mentales. San Xoán, la noria gigante de la calle del Sol. Gravilla y desniveles.
Siempre me dices que lo más bonito de Ferrol son «los alrededores». Y alguien que escribe muy bien me soltó el otro día que es «más feo que una nevera por detrás». Pues yo creo que edificios modernistas como los de aquí hay pocos. Me perdería en la Casa Romero, en los apartamentos del edificio Jofre. El que se caía por donde podía y más allá.
Creo en otra ciudad. Diversa. De contrastes. No me gusta criticar por criticar. Nunca. En ningún aspecto. Motivos, de peso a poder ser. (El) Ferrol que hace barcos. El que tropieza en la plaza de España y rememora la que tenía fuentes, gorrillas y manifestaciones por un caballo. En cambio, en el puerto unas calles están cortadas porque caen cascotes y otras porque apetece cortarlas y no hacemos mucho por arreglarlo.
Hay un Ferrol escondido. Atado a su pasado y que no sale del armario. Con miedo a toser y quedarse fuera del encuadre. Pero hay arquitectos, artistas, empresarios e incluso periodistas que anhelan otro rostro urbano. Otro palpitar. Sí, prensa también. Donde sobreviven un par de radios, una emisora de televisión y otro puñado de periódicos.
Mal común: mucho que ofrecer. Sí, un mal. O no sabemos mostrar el género o, siempre hay quien piensa mal, no queremos hacerlo. La Cortina y el Dique de la Campana suenan a oriental en la mismísima calle de la Iglesia. Aunque los vean por la ventana.
La crisis se inventó aquí. En los 70, en los 80, qué más da cuándo. Hace mucho. Yo no estaba o no pasaba del gateo. Cuando, pese a eso, volaban billetes reales y de usar y tirar, había bares. Pubs. Antes Esteiro, luego Sol, ahora parece que Magdalena. En ese tablero pequeño en el que chocas con quien no esperas y se esconde la gente a la que sí buscas.
El Reina Sofía del concierto de Sabina y de los patos a los que echaba trozos de pan. No, no habrá botellada/botellón como en el cenicero. Derribar sus muros no lo convertirá en centro de lujuria y perdición. Con que no se escapen los pavos me conformo. Me llaman a gritos, lo sabes. Por eso acaban en los portales de San Francisco.
La última cerveza en el Super 8 entre canciones decentes y bailes con ojos coquetos. El cubata del Balance. Mezclar y agitar. Resultado: con varias copas, rodando hacia casa, un amigo me dijo que las rubias enganchaban. Demasiado tarde. Bajo el diluvio, apurábamos el paso. Ella seguía el ritmo.
Sueño con lo que vendrá y bebo del pasado. Que Pachara nunca deje de dar la lata ni Nelly de tocar la guitarra. Que revivan las máquinas de las tres salas de la calle Real: Tívoli, «la del medio» y la del bajo que ahora ocupa el chino antes de Amboage.
Un edificio con galones colgó un reloj de estación y se adueñó de nuestros «Bla Bla». Ahora modernizado. Entré acompañado y vi distinto aquel sofá. Glamur que no sé si tienen dos Burger King. ¿Dinero para tanta hamburguesa? Bueno, no son dos. Odeón es Narón y O Boial es Ferrol. Trucos legales. De As Cabras para allá, otro planeta. Que luego me cantan las cuarenta mis naroneses de referencia.
Cruzamos ese límite más de lo que pensamos. Ahora solo hay un cine en Ferrol. Dos butacas en el Avenida, por favor. Con el polvo y el ruido al pisar el suelo o bajar el asiento. Parque Jurásico mirando los frescos del Jofre. Escuchar lo que se cuece en la otra sala de los Goya. Los Galicia ahora son un Familia y el Azul una tienda de artículos de peluquería.
Allí estrenaron «Titanic», entre colas, pandillas y primeras parejas. Y «Showgirls» e «Instinto Básico», con cartelazos advirtiendo: «mayores de 18». La muerte.
He redescubierto el fútbol. El de verdad, lejos de las estridencias de los grandes equipos. El Racing que no siempre se atreve a ganar. Hay un Ferrol con un bombo como el que sonaba cuando me llevaban al OAR. Cuando por la calle pedían autógrafos a Lavodrama.
Ayer se cumplieron diez años desde que subí aquella escalera, precisamente la del antiguo OAR. Mi primera oportunidad. Uno de esos primeros días del resto de mi vida. El sueño cumplido a los 21. Me asomé a una pantalla. Escribir, hablar, gesticular. Con pocos medios y mucho esfuerzo. Confiando en el futuro. Cuando había dos televisiones locales.
Un brus usado a todo filispín no lo arregla. Necesitamos otro tipo de limpieza. Pero en política somos higiénicos. Nos cansamos de ver todo sin asear y cambiamos de gobierno cada mandato. Lo saben los que emigraron y siguen mirando Ferrol por la mirilla.
Desde la ventana veo las grúas amenazando con subirte a lo más alto. Arañando el cielo creyéndose el skyline de Caranza. Los barcos hacían ruido muy temprano, cuando el pupitre del Isaac Peral era mi segunda casa. Cuando Bremón me empujó en Batallones y aprendí a nadar. Con los ojos abiertos bajo el agua.
Donde todos nos conocemos. Nos miramos, nos cotilleamos. Sale con esa chica, es hijo de fulanito. Estira toalla en Doniños. Primera a la derecha, donde ellos lucen músculo y ellas bikini. Volvemos de la playa. Bajas la ventanilla. Silbas, tarareas, muevo la mano como en el anuncio. Temblamos aunque haga calor. ¿A qué huelen las nubes de Santa Comba? ¿Por qué Pantín es el paraíso? ¿Los niños vienen de París o de Cedeira?
Dices que no te gusta volver. No es así. Pero te vienen los recuerdos. Te muerdes el labio porque sigues viendo una ciudad triste. Has visto mundo y te gustaría que fuésemos otra vez cosmopolitas. No solo de boquilla. Que alguien se arme de valor y empuje al resto a recoger los restos del naufragio. Como cuando los de fuera venían y se hacían ferrolanos.
Claro que me gustaría que viniesen Quique, el Boss o REM. Bueno, REM vinieron en los 90. Casi. Pero tengo lo que me gusta, no necesito ir más allá de Pontedeume. Acaso para desconectar. O para volver a conectar todo.
Los periódicos del domingo. El bus rojo del «muelle», venido de la Pérfida. La Praza Vella, la chaqueta de lana que tanto te gusta. Como casi todas las demás, como el pelo largo y -olvídate- la barba. Dar vueltas en la esquina que rebautizaste como «la plaza fea» mientras oigo tacones lejanos y te intuyo pasándote la mano por la melena.
El café, clarito. El cuchillo que corta el cruasán en el sofá de El Marqués. El domingo por la mañana, recién levantados. Con vistas a la estatua de Amboage desde la terraza. El Cantegril -¿de verdad creías que me iba a olvidar?-. No es de perdedores. Al contrario. Son maneras de vivir. Una elección. Yo creo en Ferrol. Aquí está mi hogar -Los Limones, del Caribe-. Yo no me rindo. Ni así me rindo.
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