REBECA COLLADO | Ferrol | Lunes 5 agosto 2013 | 15:21

Érase una vez una localidad llamada Ferrol en la que nunca pasaba nada. Los días transcurrían entre los recuerdos de las gentes mayores del lugar que siempre hacían mención a tiempos mejores, y las quejas de los más jóvenes que alegaban que “Ferrol está muerto”. Pero, un día un cantero, un orfebre de la madera y un herrero, acompañados de muchos artesanos, llegaron a ese pequeño recuncho llamado Ferrol. Allí montaron sus tiendas, adornaron el barrio más antiguo de la localidad con estandartes y escudos de lugares muy lejanos y llenaron las calles de música y malabares.
Las gentes, llenas de curiosidad, se acercaron hasta el barrio de Ferrol Vello para comprobar cómo había cambiado con la llegada de los comerciantes. Encontraron las plazas y las calles llenas de tiendas en las que poder comprar artesanía de todo tipo, como pendientes, collares y pulseras. También podían adquirir jabones naturales, cremas, ungüentos e infusiones para calmar cualquier dolencia.
Uno de los maestros del arte de la jabonería comentaba que el balance de su visita fue “satisfactorio” y recalcaba que “la afluencia de público ha sido fenomenal”. Las ventas tampoco le habían ido mal y se marchaba diciendo que esperaba “que pase pronto el año para volver aquí” y que estaba “muy contento y satisfecho”. “No me esperaba esta afluencia, el público se ha volcado con el mercado día y noche”, explicaba el maestro.
Otro orfebre de los metales, que diseñaba y elaboraba pendientes y pulseras, comentaba que les había ido “bien, no nos podemos quejar”. También señalaba que las ventas habían sido buenas, por lo que estaban altamente satisfechos”.
Los mercaderes también montaron tiendas con productos gastronómicos muy variados como dulces, chocolates, quesos y embutidos varios. Además, los ferrolanos descubrieron en algunas tabernas sabores y comidas venidas de otros continentes, como los kebabs, el cuscús y el té con dulces de Oriente. Tampoco echaron de menos la gastronomía propia de la zona. Así, los menos atrevidos también pudieron degustar los platos típicos como el pulpo, el churrasco y los chorizos.

Un artesano de los chocolates explicaba que su experiencia en la localidad no había sido tan buena como para otros compañeros y su balance era “regular, dentro de lo previsto”, por la mala situación económica que azota. Aseguraba que en los mercados que instalaban tenían “mayor público pero menos venta”.
En la Praza Vella y la calle San Francisco se instalaron el cantero, el orfebre de la madera y el herrero. Se acercaron muchos curiosos a ver el trabajo de aquellos artistas y estos hicieron demostraciones para dar a conocer sus habilidades y sus obras. Todos quedaron sorprendidos y maravillados, y es que el oficio de los ferrolanos era hacer barcos.
Precisamente, los ferrolanos recorrían las calles comentando que la feria estaba “bastante bien”. Algunos incluso explicaban que compraron productos como “té, velas aromáticas y una tableta de chocolate”. El mercado sorprendió a unos visitantes venidos de la lejana Barcelona, que contaban que les había “gustado mucho” y que habían “comprado algunas cosas porque hay que mover un poco de dinero, aunque no sea mucho”.
Pero no a todos les gustaba la feria. Algunos que ya habían salido de las fronteras de Ferrol y habían visto otros mercados de este tipo aseguraban que en este caso “no había muchos puestos. Hay ferias de pueblos más pequeños con más puestos, más variedad”, afirmaban. Echaban de menos “alguna actividad más, como torneos y teatro”.
También se alojaron en la zona unos hombres amantes de los halcones, los buitres, las lechuzas y los búhos. Los ferrolanos disfrutaron con la visión de estos animales e incluso algunos, los más pequeños, tuvieron la suerte de poder acariciar a un búho real. Los cetreros enseñaron a las gentes del lugar cómo volaban aquellas criaturas. Fascinados, los ferrolanos comprobaban cómo las águilas sobrevolaban sus cabezas y se posaban en lo más alto de las tiendas para después volver al brazo de su cuidador.

Malabaristas y músicos también se asentaron en el barrio más antiguo de la localidad, llenando de alegría todas las calles. Incluso, llevaron un dragón con ellos, aunque debía ser bueno, porque no causó ningún destrozo. Eso sí, el público se apartaba a su paso “por si acaso”.
Muchos disfrutaban con la feria y apuntaban que les había gustado, que era “divertida”, y había “un montón de puestos, de comida, artesanía y orfebrería”, además de “actividades infantiles”. Eso sí, también había quien decía que podía estar “un poco más ambientada”. Ser “un poco más grande” y que “hubiera espectáculos de música”.
Los días que los comerciantes y artesanos permanecieron en Ferrol Vello el barrio fue un hervidero de gente. La música y la alegría invadieron la pequeña localidad, aunque solo fuera de forma momentánea. Tras su marcha todo volvió a su lugar y las gentes de la zona recuperaron sus rutinas. Eso sí, a muchos les quedó el gusanillo de volver a disfrutar de la visita de estos comerciantes que prometieron regresar en próximos años. Colorín colorado, esta historia se ha acabado.
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