ALICIA SEOANE | Ferrol | Martes 24 de abril 2018 | 11:02
Pasar por delante de La Bola de Oro siempre es una tentación. Sobre todo si trabajas en el local de al lado, entonces tienes que recordarte a ti misma que no debes de comer chocolate y churros todos los días…
Sin embargo, las tardes de lluvia en pleno invierno siempre presta acercarse hasta La Bola de Oro y tomarse el chocolatito. Simplemente llegar deseando que haya alguna mesa libre para sentir la sensación de que, por unos instantes, la felicidad existe.
Debe de ser por eso que Rafael López Lacámara se despide de su trabajo con una sonrisa en la boca y desbordando positividad. «Me jubilo contento, dejando un negocio que funciona y está en plenitud, no me jubilo triste, ni porque me haya ido mal», explica.
Rafa lleva 52 años fabricando los mejores churros de Ferrol, él representa la tercera generación de churreros de su familia. Sus abuelos, Rafael y Elena, empezaron en este negocio hace mas de un siglo. Fue en el año 86 cuando cerraron el quiosco de churros mítico del Cantón para venir a lo que hoy conocemos como La Bola de Oro, en la ferrolana calle María.
El próximo domingo se despiden con una degustación de churros y buñuelos abierta al público desde las 18:00 a las 21:00 horas. Felices y, a la vez, sorprendidos por todas las muestras de cariño que están recibiendo de la gente en estos últimos días. «El cierre de este lugar es mucho más que una jubilación, aquí hemos construido una familia, aquí dejamos mucha responsabilidad, ilusión, toda una vida», cuenta emocionada su mujer y compañera de faenas, Begoña Martínez.
Ella crió a su hijo Rafita entre estas paredes, los ojos se le llenan de lágrimas, pero no pierde la sonrisa. Quedan pocos lugares atemporales donde siempre hay gente de todas las generaciones, con una clientela de lo más variada. El día a día es la imagen tierna de Begoña e Isabel Vidal en la barra con su mejor humor y Rafa sentado detrás, pendiente de ir sacando churros frescos, mientras mira la pantalla de la tele que tiene colgada del techo.
A veces, el resultado del partido de fútbol tampoco sale mal… «Nosotros siempre comentamos que lo mejor de nuestro trabajo es la relación que tenemos con gente tan distinta, estamos en contacto con personas de todas las edades. Nos sigue sorprendiendo cómo los adolescentes siguen viniendo y quedando aquí».
Las mesas son las de siempre, las baldosas, su cuarto de baño. Hay algo que parece haber quedado detenido. Yo me pregunto si será la prisa, porque siempre se respira un ambiente de tranquilidad. Ir a La Bola de Oro es como estar en casa. Begoña e Isa saben el nombre de sus clientes y todavía los escuchan, lo cual es más extraño dentro de la hostelería…
Nunca parecen cansadas ni enfadadas y reconozco que siempre he pensado que esto quizá sea uno de los efectos secundarios de vender chocolate con churros… Begoña se ríe cuando le pregunto si son conscientes del enganche que provocan: «Hemos entrado en muchos hogares pues, de alguna forma, no es sólo la gente que viene y toma los churros aquí, sino todas las personas que se los llevan a casa. Para nosotros ha sido una sorpresa todo el cariño y gratitud que la gente está mostrándonos, es como si todo el tiempo que invertimos en esto nos viniese devuelto con tanto amor que estamos desbordados. Toda la gente nos dice que esto tiene que continuar, que no puede acabar aquí».
Mientras hablamos reconozco en sus palabras mi propia emoción, pues La Bola de Oro es el olor y sabor de toda una vida. No es habitual continuar yendo a la misma churrería que iban tus abuelos, esas cosas ya no pasan. Es una de las ventajas que tiene un lugar como Ferrol, hay cosas buenas que no cambian como comprar en la plaza, tomar el mismo chocolatito e incluso encontrarte con esa orla que dabas por perdida en el feirón del domingo.
Al final, el cierre de La Bola de Oro es más bien como el cierre de la bola del mundo que conocimos la generación de los 80.
La incertidumbre de saber si continuaremos comiendo los churros patentados por Rafa. Saber si tendremos unos nuevos vecinos los locales de esta calle y cómo serán. Saber si seguirá habiendo churreros o si también van a desaparecer. Saber si quizá pongan un churrero como Rafa en el Odeón y terminar de morirnos de la pena, pues algo del mundo que conocimos está cerrando, y no porque Ferrol sea una mierda ni un lugar inhabitable en el que no merezca la pena vivir.
Ferrol puede oler bien, puede saber bien, puede ser el lugar que nosotros queramos siempre y cuando sigamos poniendo el mismo amor, cariño y cuidado que pusieron en esta ciudad los que nos van dejando. No sin alternativas, pero, de momento, sin chocolate.
*Alicia Seoane es ferrolana, fotógrafa y periodista. Es una de las profesionales de la fotografía con más talento y proyección de Galicia. En este enlace puedes ver su web, en este su Facebook y en este otro su Instagram.
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