JOSÉ MARÍN AMENEIROS | As Somozas | Lunes 29 julio 2013 | 17:02
Cuando la claridad del amanecer dominical se asoma tras los tupidos nimbos, en As Somozas ya van más de ocho horas de fiesta. El tiempo, en todas sus acepciones, ha ido erosionando la masa de público; apenas unos centenares de valientes danzan delante del palco de la París de Noia. Ha sido una noche larga, donde miles de personas han bailado y saltado bajo los ritmos de las tres Marías del orquesteo gallego: la Panorama, la Olympus y la París de Noia. Fue la culminación del sábado a unas fiestas del Concello de As Somozas en honor a Santiago Apóstol.
En los albores de una lluviosa madrugada, iniciada por la Olympus, la gente se resguarda de las gotas en los soportales cercanos al campo de fiesta. Cualquiera que entrara por ahí, y a pesar de ver los herbáceos aparcamientos infestados de coches, pensaría que serían cuatro gatos los que saltaban en las orquestas. Pero no. Una marea de paraguas y pelos mojados se mueve al son de la música sobre el campo de la fiesta. Los tres escenarios, colocados en forma de L, envuelven a miles de personas venidas de toda la comarca, que disfrutan de la noche a pesar de las intermitentes precipitaciones.
Incluso el inclinado terreno de enfrente, donde unos setos dibujan el nombre del concello, hay repartida cierta multitud. Allí, un grupo baila sentado, bajo unas mantas. Abajo, una sombrilla de Caixa Galicia se yergue entre la masa. Y luego están los botellones bajo los palcos. A lo largo de esos sótanos se extienden botellas de todas las etiquetas y jóvenes a cubierto disfrutando de la Panorama -que ya ha iniciado su primer pase- a través de las translúcidas telas que caen de las tablas. Afortunadamente, la lluvia se marcha minutos más tarde.
Para el momento sentido de la noche, todos olvidan resguardarse y, a la señal de Lito, mítico componente de la Panorama, alzan centenas de bengalas. “Isto é unha homenaxe, de parte da París de Noia, a Olympus, o Concello das Somozas e nós, para todas as familias das vítimas do accidente de Santiago, e para todos os que axudaron”, dice Lito. Los primeros acordes de una lenta y emotiva melodía suenan, iluminados por el chisporroteo de las bengalas, y la gente canta a pulmón uniéndose a la ofrenda, pensando en que ojalá sea la última vez que haya que cantar por algo así.
“Ya empezó la fiesta, ya estamos aquí. ¡Manos arriba y a gozar con la París!”. La noche va envejeciendo, el tercer pase de ésta corre a cargo de la París de Noia. Acceder al meollo de la ingente masa de público es misión imposible. Ni con las mejores técnicas de esquive, aprendidas a lo largo de las más multitudinarias discotecas del mundo, sería posible colarse allí. Los focos de la orquesta surcan el cielo, y pintan en las abundantes nubes miles de formas que dejan en mera linterna lo del tal Batman. La gente baila, las botellas bajan mientras los ánimos se disparan y la barra de bar del toldo recibe miles de visitas. A las cuatro y media, cuando cualquier otra fiesta languidecería, aquí aún quedan otros tres pases.
Entre tanto, el río más caudaloso de Galicia deja de ser el Miño. Tras los palcos, mareas fluviales de orines hacen que pasar por ahí requiera de, cuando menos, tener a mano el número de Salvamento Marítimo. Algunos jóvenes empiezan a soltar lastre de pasión entre sí, algunos aprovechando la oscuridad, otros en plena alameda. Y el puente de madera que sobrevuela el río Xuvia propicia varios resbalones. Un grupo de personas baila de manera rara delante de la Olympus. “Ah, no es un baile, es que se están dando de hostias”. Un chaval que, subido en dos neveritas a modo de pedestal, observaba desafiante a la gente, se ha abalanzado sobre otro que pasaba por allí. La pelea acaba con uno cayendo al arroyo y Peke, cantante de la Olympus, pidiendo formalidad.
A pesar de estos hechos aislados, que pasan en las mejores fiestas, la juventud sigue bailando. Se tremolan las banderas de la Panorama a la voz de Lito, que enardece a la multitud –“¡grito, grito, grito!”- como si fuera William Wallace, cambiando sus espadas por gallardetes. El público va perdiendo efectivos, en dirección a casa o a las tiendas de campaña más allá de la fiesta. Y donde antes había carreteras secundarias de difícil acceso, ahora hay autopistas, sembradas, eso sí, de montoneras de botellas y de basura que la noche acumula lentamente.
Genma y Fátima, de la París de Noia, se encargan con sus movimientos de cadera de remachar las últimas sonrisas en la parte masculina del auditorio, antes de finiquitar la noche, casi a las ocho de la mañana, con Dolores se llamaba Lola. Todos marchan a comer unas hamburguesas a los chiringuitos, porque lo pide el cuerpo y porque a esas horas se obtiene un maridaje perfecto con el alcohol, hasta el punto de creer que son hechas por el mismo Marcelo Tejedor. Los más rezagados escapan a refugiarse en sus tiendas de campaña del diluvio negro que empieza a arreciar, dejando la plaza del ayuntamiento de As Somozas saciada de fiesta y llena de heridas de guerra. “¿Por qué se llama plaza del ayuntamiento? ¿Está aquí?”. “Claro, justo ahí, detrás de la barra del bar”.
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