MARTA CORRAL | Ferrol | Sábado 24 agosto 2013 | 12:15
Estoy segura que a estas horas a las que yo estoy dándole a la tecla para contároslo todo del espectáculo Un día cualquiera, el grueso de los ferrolanos ni se plantea bajar un pie de la cama, salvo por necesidad extrema. Y es que cuando mezclamos verano, con reencuentros, con copa, con baile y con canciones míticas; el cóctel pasa factura, aunque con un sabor de boca inmejorable.
Todos estos ingredientes estuvieron al alcance de la mano de todos los que ayer nos congregamos en el concierto ochentero que abrió las fiestas de San Ramón de Ferrol, en la explanada del Sánchez Aguilera.
Con los dedos aún cruzados para que el orballo no estropease un concierto prometedor, el público tomaba posiciones estratégicas en un recinto que nadie reconocía. Unos cerca de la barra, otros en primera fila, muchos haciendo cola para ser ‘gente importante’.

El escenario daba la espalda a la Avenida do Rei. Por ahí accedían las autoridades, la prensa, los amigos… esa gente molona que veríamos durante toda la noche en nuestras pantallas. Este año, la organización ha cuidado mucho la ubicación de este espacio para que no se repitieran las críticas del año pasado, que ponían en evidencia que la Zona Vip impedía la visibilidad del público. Eso, ayer, no pasó.
Todos pudimos ver en el escenario -o gracias a dos enormes pantallas situadas a los lados-, a un eterno desfile de canciones de la ‘década de oro del pop español’.
Tras el breve pregón protagonizado por el capitán del Racing de Ferrol, Pablo Rey; la Banda de Música de Valga (Pontevedra) sorprendía con una gran versión del clásico de Alaska Perlas Ensangrentadas para abrir el apetito de todos los que en ese momento abarrotaban la explanada del antiguo cuartel, cuando el reloj marcaba las once y cuarto de la noche.
Guadi Galego fue la encargada de poner ‘un pequeño toque gallego’ a la noche y acompañada de la percusión de Odaiko, tejieron la intro perfecta para Mi Generación con Carlos Segarra (Los Rebeldes) y los Pádel Rock ya en el escenario.
Este temazo de autobombo ochentero, tuvo como telón de fondo un vídeo en el que desfilaban por las calles del centro, un buen puñado de ‘míticos ferrolanos’ con carteles de ‘I love 80’s’, ‘Mi generación’ y ‘Un día cualquiera’. Si no has conocido a ninguno de los protagonistas, deberías dejarte caer más por la calle Real.
Con Segarra debajo del escenario, tomaron la batuta los incombustibles Pádel Rock, que empezaron su maratón musical con Años 80 de Los Piratas, «la única canción que sonará aquí, que no es de los ochenta; pero habla de ellos» anunciaba Coke Blanco.
Las primeras notas del Satisfaction de los Rolling, presentaban a Javier Gurruchaga y su legendario Corazón de Neón, que no dudó en ‘marcarse una de Elvis’ después. Y cuando eran las doce menos cuarto sonaba ella. La incansable, la nostálgica, la tantas veces versionada -y muchas prostituida-: La chica de ayer de Nacha Pop en las guitarras de los Pádel.
Y aunque mi hermano Otxoa me enseñó a amar a Enrique Urquijo y a Antonio Vega sobre todas las cosas, reconozco aquí que esta canción era necesaria. Por los recuerdos, porque era la que esperaban todas las adolescentes -y las que han dejado de serlo hará dos décadas-, porque es un clásico la cante quien la cante excepto Enrique Iglesias.
Aparecía después en el escenario Javier Andreu, de La Frontera, con El Límite -emblema de la banda- y con Juan Antonio Cortés.
A medianoche, subía la esperadísima Marta Sánchez con Soldados del Amor. Medio público apuraba a desenfundar sus smartphones para inmortalizar el momento, mientras la gallega saludaba y entonaba las primeras notas de Con sólo una mirada.
No faltó el Sufre Mamón de los Hombres G a cargo de los Pádel, que calentó motores para escuchar Al otro lado de la carretera, de Danza Invisible, en la voz del gran Javier Ojeda; que demostró anoche que no ha perdido ni uno sólo de sus encantos. «¡Pero si está igual que siempre!». La misma voz, los mismos bailes espasmódicos, la misma simpatía, las mismas camisas y la misma cara. Ni una arruga, ni una entrada.
Después de Ojeda, llegó el momento de sentarse, achucharse y sacar el mechero, con la versión que la banda ferrolana hizo de Santa Lucía, el clásico de Miguel Ríos.
Manuel España de La Guardia irrumpió en el escenario a las doce y media de la noche. Nos contó cómo se ve El mundo tras el cristal e hizo que todo el público cantase Mil calles llevan hacia ti.
Durante este bombardeo de temazos, era un riesgo abandonar posiciones para ir al baño o a pedir; pero mientras los Pádel Rock recordaban el Ni tú ni nadie de Alaska, a algunos nos pareció que era un buen momento.
En la cola de los baños, cuando empecé a escuchar los primeros acordes de El calor del amor en un bar, supe que tendría que haberme aguantado. Jaime Urrutia (Gabinete Caligari), con su misma voz rasgada de siempre, entonaba aquello de «Hay cuatro rosas en tu honor…».
Esperando por una cañita, en la distancia de las primeras filas donde bailar es una obligación, me dio tiempo a cantar el Tengo una banda de Rock and Roll, a saltar con Segarra y su Mediterráneo, a abrazar Bajo la luz de la luna y a decidir irme sin nada cuando reconocí las primeras notas de Cielo del Sur de La Frontera.
El Para Elisa de Beethoven le sirvió a Marcial Badía como excusa para dejar las baquetas, y marcarse la intro de Venecia de los Hombres G, luciendo un borsalino y una camisa imposible. Siguieron con Grité una noche.
Javier Ojeda volvió al escenario para que viésemos bien que los años no pasan por él. Que sigue cantando igual su Sabor de Amor y bailando como un loco el Por ahí se va. De lo mejor de la noche.
Con dos horas de concierto encima y una capa roja brillante, irrumpía en el escenario Dani Ríos, que resucitó a Tino Casal y compartió su Embrujada con Marta Sánchez.
Les siguieron los Pádel Rock con En algún lugar y un confuso Cadillac Solitario -Yago Badía transmitía al público el mensaje de Loquillo «el año que viene, estará aquí»-, mientras esperaban a Manuel España y a su Cuando salga el sol, que de nuevo hizo cantar a mayores y niños.
Llegó la clásica Insurrección de mano de los locales y reapareció Gurruchaga, que tuvo un recuerdo con las víctimas del tren accidentado en Santiago y pidió que «nunca perdiéramos el humor» mientras empezaban las primeras notas de su Viaje con nosotros, que hizo que todo el público moviese los brazos de un lado a otro, dejando entrever la escasa coordinación de muchos de los presentes; pero adornando un show -el de Gurruchaga-, muy trabajado y escénico, que nunca defrauda.
Del mítico Déjame de Los Secretos en voz del incansable grupo ferrolano, se pasó al ‘toque flamenco de la noche’, un zapateado que daba paso al Hijo de la Luna de Silvia Ferre y la Filarmónica de A Coruña.
Volvía Urrutia a despedirse con su Barbaridad y su voz testimonio de noches y bares y dejaba el tema en manos de los ferrolanos, que como una gramola encadenaron Cien Gaviotas, Groenlandia y Atrapado.
Aún faltaba alguien por salir al escenario y no podía acabarse esto sin él, no sin Costas. Miguel Costas, ex Siniestro Total, parece que estaba esperando en el camerino al mejor momento para poner el broche de oro a esta larga noche y decidió hacerlo a las 2:50 horas con su Assumpta, su Bailaré sobre tu tumba y su -nuestro-, Miña Terra Galega.

Después de chutes de nostalgia y mitiquez como el de ayer, no sería extraño que la resaca dure más de una semana.
Cuatro horas de recuerdos, que se hicieron largas por momentos, pero que dejaron varias cosas claras: el pop español de los ochenta es la única música capaz de juntar a abuelos, padres e hijos. Los Pádel Rock deberían protagonizar el anuncio de Duracell, su mérito es enorme, tocando y animando hasta el final con una muy buena calidad instrumental. Javier Ojeda ha hecho un pacto con el diablo y le ha dejado un poquito a Javier Andreu. Gurruchaga es un actorazo y Marta Sánchez sigue teniendo voz y belleza para años.
Y no, el Sánchez Aguilera no ha sido un mal lugar para pasar la noche. Y sí, me parece que hay ochenta para rato.
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