M. CORRAL / S. REGO / R. COLLADO | Martes 10 marzo 2015 | 10:44
A las personas de bien les recorre un escalofrío gélido por la espalda cuando se habla del 10 de marzo del 72. La sangre de Amador y Daniel, derramada como un torrente sobre la Historia de nuestra ciudad, trazó caminos que confluyeron en lo que hoy conocemos como Día da Clase Obreira Galega, fecha reconocida por el Parlamento gallego desde 1997, pero que no sería oficial hasta 2006.
Más de 40 años después de aquel suceso, Ferrol360 ha querido impregnarse de su espíritu, saber qué es lo que ha perdurado y cómo se vivió esa intensa mañana en la piel de aquellos trabajadores cuyo único delito era luchar por sus derechos.
Empezamos por ver y sobre todo, por escuchar, la magnífica recreación que Miguel Castro incluyó en su último radioteatro, Crónicas Republicanas. En la pieza audiovisual que podéis ver aquí, Castro y su co guionista, José Torregrosa, hacen magia,consiguiendo que un obrero cuente en primera persona su 10 de marzo en un directo de Radio Pirenaica -Radio España Independiente-.
Cuando se estrenó en el Ateneo Ferrolán, el episodio que narra los sucesos -que va desde el minuto 15:04 al 35:22-, hizo asomar las lágrimas del auditorio, aún impresionados por la narración de aquella injusticia a la que le debemos tanto.
¿Qué pasó antes de aquel 10 de marzo?
Pedían reducir las 12 horas de su jornada a 8 horas. Pedían no hacer horas extras obligatorias. Pedían un aumento de sueldo de 2.500 pesetas. Pedían tener derecho a huelga. Pedían libertad sindical. ¿Pedían tanto?
El 11 de febrero empezaron a gestarse las primeras asambleas de trabajadores en Bazán, para concretar propuestas de cara a renegociar los contratos. El 3 de marzo, cuando las convocatorias asamblearias ya contaban con un apoyo mayoritario, acordaron hacer paros diarios de media hora los días 4, 5 y 6. En esas fechas, se negociaba el convenio en Madrid con representantes de los astilleros de Cádiz y Cartagena, sin invitar a nadie de la factoría de Ferrol -¿les suena de algo?-.
Los trabajadores reclamaron los millones de pesetas que le debían al astillero ferrolano en la asamblea del 8 de marzo. Al día siguiente, comenzaron a recibir notificaciones de suspensión de empleo, apertura de expedientes y despidos, que algunos se negaron a firmar y fueron por ello agredidos.
Ese mismo 9 de marzo, Bazán comunicó a los trabajadores que debían reincorporarse a sus puestos o desalojar la fábrica antes de las cuatro de la tarde. Si no cumplían, entrarían los grises. Y entraron. A las 17:15 horas ordenaron el desalojo y, ante la negativa, comenzaron las cargas.
El 10 de marzo, cuando llegaron a la constructora, se encontraron las puertas cerradas…
Todavía quedan voces que cuenten lo que pasó
El 10 de marzo para muchas personas supuso un antes y un después en sus vidas. Tanto, que algunos que lo vivieron en sus propias pieles continúan luchando por unas condiciones laborales dignas a día de hoy. Es el caso de José Antonio Fernández Martínez, más conocido por Tucho, representante del sindicato ferrolano USTG, que nos cuenta su versión de los hechos en primera persona.
Antes de comenzar la entrevista, nos avisa que «han pasado muchos años desde ese día y los recuerdos pueden ser erróneos por la diferencia de años desde aquella fecha hasta ahora», y es que Tucho tan solo tenía 17 años, «camino de los 18» y «trabajaba en Montajes Nervión, una auxiliar de Bazán».
Recuerda que, «al entrar el día 9 nos encontramos con un follón en las puertas del astillero y poco antes de la hora del bocadillo se hizo la manifestación tipo culebra», que consistía en recorrer todos los departamentos hasta concentrarse en la explanada a la altura del Dique número 1 de Bazán. Durante la Asamblea de la jornada «nos explican que habían querido detener a varios compañeros del Comité de Empresa por actividades ilegales».
Tucho relata cómo pensaban «seguir concentrados día y noche, hasta que la misma tarde del 9 nos echaron de forma brutal de la explanada» y añade que «hubo varios intentos de policía buena y policía mala, ya que nos decían que nos fuéramos para casa».
Su mirada se traslada 43 años atrás, cuando los desalojaron por la puerta Sur, «tapiada desde aquellos sucesos» matiza. «Salimos con cascos, botas, buzos y guantes a la calle. Estuvimos de escaramuzas por la ciudad hasta casi las ocho de la tarde, cuando pudimos volver al astillero para cambiarnos», nos cuenta.
El día 10 fue una catarata de sucesos imprevisibles que comenzaron entrada la mañana. «Nos encontramos con las puertas de Bazán cerradas, hicimos una Asamblea y quedamos en dirigirnos a Astano para buscar el apoyo de nuestros compañeros. En nuestra marcha a As Pías, nos pararon en El Pilar donde nos agredieron mientras nosotros nos defendíamos con lo que teníamos. Hubo dos muertos, y me consta que unos 68 heridos, entre ellos yo, con una herida en el brazo».
El desencuentro entre policía y trabajadores no terminó ahí. Tucho señala que aquellos que tuvieron que ser operados por herida de bala, «no tenían donde ir». Los más leves «fueron a los practicantes de la zona para no dar datos y los que teníamos más problemas tuvimos que empezar a dar datos al ir al San Javier, un hospital que ya no existe».
El antiguo «bazanero» rememora cómo al día siguiente llegó la policía a su casa para que fuera a declarar. «Intentaban confundirte, que si era un ilegal o que si estaba en el frente, y cada vez que iba a hacer las curas tenía que pasar por comisaría. Soy de los pocos que no tuvo maltratos, físicos al menos», confiesa José Antonio.
Después llegó la represión. «Nada de hacer reuniones, prohibido quedar en los bares o andar en las calles más de dos a la vez. Llegabas a desconfiar de todo el mundo. El día del entierro de nuestros compañeros tampoco pudimos ir, porque al llegar en bus nos mandaban dispersarnos y vuelta para casa».
El 10 de marzo trajo consecuencias para la mayoría de los trabajadores que habían participado en la manifestación. Tucho nos cuenta que él no pudo volver a Bazán después de lo ocurrido y que la empresa le buscó «curro en Astano». Cuando fue a «hacer la mili», confiesa que «estaba puteado», a pesar de ser hijo de viuda y solicitar librar del servicio militar obligatorio, su ficha y la de otros compañeros «estaba en todas partes».
Más adelante, «a la vuelta de la mili», continuó su carrera reivindicativa militando en USO, «que de aquella aún era ilegal, y mi madre seguía sufriendo amenazas». Cuarenta y tres años más tarde, Tucho piensa sin dudar un segundo que «lo que se hizo había que haberlo hecho. Era un paso más hacia la democracia».
Por esta razón, el 10 de marzo no solo tiene que quedar como una ofrenda floral, sino que debería estar presente en nuestras conciencias, porque con nuestros más y nuestros menos, somos y seremos una ciudad obrera.
¿Y los jóvenes? ¿Qué saben del 10 de marzo?
Cuando nos planteamos la posibilidad de preguntar a los más jóvenes qué sabían acerca del 10 de marzo no las tenía todas conmigo. «Seguro que no tienen ni idea», dije. Pero mi pensamiento no tiene nada que ver con la falta de confianza en los chavales, no soy de las que opinan que la juventud no se interesa por nada y pasa de todo, sino más bien por mi propia experiencia.
Tengo que reconocer que no recuerdo cuándo, ni quién, me explicó lo ocurrido el 10 de marzo de 1972. Pero puedo asegurar al 99 % que no lo estudié en ninguna de mis etapas educativas. En mi clase nunca llegamos a esa parte del libro y si el tema no entraba en el exámen ¿para qué lo iba a mirar?. Así que me lo contarían en casa y seguramente no lo recuerdo porque sería pequeña.
Me gustaría decir que estaba totalmente equivocada y que los chavales me sorprendieron gratamente. Pero no es así. La pasada semana me acerqué hasta el IES Sofía Casanova, pensando que al estar cerca el monumento algo más sabrían, para iniciar mi investigación de campo. Las conclusiones fueron sorprendentes.
A la pregunta: ¿Qué sabéis del 10 de marzo? Las caras eran un poema y las respuestas fueron desde «a mi me suena que había habido una guerra o una cosa así extraña», pasando por «algo de una pelea» y «a mi me suena de políticos», hasta el simple «no lo sé, no tengo ni idea» y el colofón llegó con «era algo de nazis». Mi cara en este momento fue de WTF.
Pregunté a seis grupos de entre tres y cinco chicos y chicas con edades de los 14 a los 17 años. Sólo dos chicas me supieron explicar correctamente qué ocurrió el 10 de marzo de 1972. Una conocía bien la historia porque su abuelo trabajaba en aquella época en Bazán y vivió aquellos acontecimientos. La otra chica me dijo que lo habían dado en clase.
Aunque algunos no sabían explicar a qué se debe el monumento del 10 de marzo y el motivo por el que se erigió en esa zona, sí comentaban que en casa «algo les habían contado» pero no lo recordaban. También les sonaba porque habían tratado el tema en clase, pero «un poco por encima» reconocía una de las estudiantes.
Después de hablar con ellos, me pregunto: ¿De qué vale la ofrenda floral que sindicatos y políticos hacen en el monumento si cada día pierde más valor porque su historia no llega a los jóvenes? Si ellos no conocen la lucha de Amador y Daniel, la lucha de los miles de trabajadores que salieron a la calle aquel 10 de marzo de 1972, si no empatizan con esa historia, entonces se desvanecerá. Como si nada hubiese ocurrido porque ¿quién quedará para recordarlo?
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