COSAS DE NOELIA | Martes 23 junio 2015 | 18:05
Todas las noches
busco y no encuentro
cuando por junio
llega San Juan
un trébol verde de cuatro hojas
que a mí me sirva
de talismán…
La noche más corta del año. Llevamos meses esperando este momento, observando con sonrisa invencible cómo los días se alargaban potenciando nuestra energía. Y tras la noche más corta del año, comienzan los días a reducirse, pero a cambio tenemos por delante la alegría de vivir: el verano.
El verano ya está aquí y no ha venido para quedarse sino para pasar fugazmente e instalarse como eterno recuerdo en nuestra memoria. No hay nada que genere más y mejores recuerdos que el verano.
El verano es tortilla de patata con bistés empanados en fiambreras Magefesa sobre la mesa con asientos que surge mágicamente de un maletín. Cadena Dial desde esa radio que siempre tiene la familia que se pone a nuestro lado. La mano que se introduce en la nevera portátil sin apenas levantar la tapa para que el frío producido por los bloques azules de hielo no se escape. El verano es la piel que te cuelga del hombro y que no te dejan arrancar. Hacer la digestión. El sabor a plástico del agua metida en el termo. El ruido de la cremallera de una tienda de campaña a primera hora de la mañana. Pedirle a tu padre que abra las piernas en el agua para pasar buceando agarrándote a sus tobillos. El movimiento para clavar el palo de la sombrilla. La sudadera de capucha que te protege de los cascudos al atardecer mientras los matas con una pala justo antes de jugar a polis y cacos con todos los niños del camping. Abrirte la barbilla y que tu madre te diga que no es nada y te dé ella misma puntos con un esparadrapo. Tu abuela abriendo por la mitad un paraguayo. Explorar, buscar caminos, arrolar por el campo, adentrarse en cuevas. Leer a Enid Blyton y a Agatha Christie. Coger minchas. Una hamaca colgando de dos árboles. Escarbar la arena para hacer un túnel sin que te caiga el puente y toparte con una piedra que rascas con las uñas erizándote cada pelo de tu cuerpo. Lanzarte con una cuerda al río. El olor del pinar donde construyes una cabaña. Reencuentros. Ir en bici tomando un helado y derrapar. ¡Para qué quieres ir a la piscina teniendo el mar! La colchoneta cocodrilo. Las yema de los dedos arrugadas. Amoníaco. Sacudir las arenas de la toalla porque no puedes soportar que se peguen a tu piel mojada. Bocadillo de chocolate derretido. El ruido del Camping Gaz. Campamentos, historias de terror y el primer beso. Sentarte a ver la puesta de sol sobre el mar a las diez y media, cerrar los ojos y respirar profundo. Blossom y Los Rompecorazones. Lanzar un platillo. I get around de The Beach Boys. Una tabla de surf surcando las olas. Silencio cálido a la hora de la siesta que detiene el tiempo y que sólo se atreven a perturbar los insectos y algún pájaro. Tumbarte en el campo de noche con un hierbajo en la boca como si fueses Tom Sawyer para ver la lluvia de estrellas. Ser plenamente consciente de que estás construyendo un recuerdo. Empezar a ir a la playa con tus amigos y sentarte en la parte de atrás del bus, después en moto y luego al volante de un coche. Tirarte de cabeza a las olas, resurgir en medio de la espuma y sentir la libertad transpirando en tu piel. La manga corta en las mágicas e inolvidables noches de verano. Ir a la librería-papelería-estanco del lugar donde veraneas y comprarte un libro de un crimen en Suecia, autodefinidos, una revista de cine y otra científica. El camino de la toalla al mar. Del mar a la toalla, dejarte caer sobre esta suspirando. Llevar a los niños a la playa, que ya no te importe rebozarte en la arena para construir el castillo más grande, reñirles porque sólo quieren pisar el montón de arena con forma de cubito, apartarlos y acabar jugando tu sola mientras ellos chapotean en el agua y gritan de felicidad.
Oh, verano, nadie potencia los sentidos como tú. Qué bien sabe un bocadillo después de un baño. Qué maravilla dejarte seducir por el olor de una churrascada. Por el de la crema solar, tan apetecible y evocador. Por el sabor del salitre en la piel. El tinto de verano, las paellas, las sardinas, la ensaladilla, las cañas, el vino blanco bien frío. Dormir bajo la sombra de un árbol. El azul del cielo, la brisa en el cara, inspirar aire caliente. El asfalto evaporándose. Tu piel morena sobre la arena, nadas igual que una sirena. El aftersun de después de la ducha en la que observas cómo cada vez tienes más marca. El calor que irradia tu cuerpo sentado en el sofá tras un día de exposición solar. Ay, aparta y no me toques.
Hasta las tormentas son preciosas en verano. El olor que las anuncia. Esa sensación en el aire. La humedad en aumento. El primer trueno a lo lejos. Correr a refugiarte, en chanclas, sin que te importe empaparte. Tienes la excusa para quedarte en casa, para jugar a las cartas en el bar, para ir al cine. Observas cómo los rayos caen sobre el mar, cómo se disipa y vuele a salir el sol.
Hasta los pasajes más bonitos de un libro son los que describen los veranos.
Oh, verano, nadie embellece como tú. Doras nuestra piel creando una fuerza irresistible que nos impide levantar la vista de nuestro antebrazo y acercarlo al de los congéneres para comprobar quién tiene la más oscura tonalidad. ¡Ya estás negra! Nos llenas de seguridad, de confianza y hasta blanqueas las dentaduras. Nuestros pies te adoran aunque quemes su empeine. Los dedos bailan con sus uñas pintadas, más felices que nunca.
Verano, eres naranja. Naranja como tu calor. Como esa primera hoguera en la playa, los pies descalzos y la cabeza apoyada sobre sus piernas. Como las luminarias de San Juan con las que inicias tu indiscutible protagonismo y que purifican nuestros espíritus y nos fortalecen para cumplir los deseos que pedimos.
Salta luminaria de San Xoán.
Que no me trabe cadela nin can.
Nin can nin cadela.
Nin cousa que pase por riba da terra.
(Inés, estas palabras siempre me recordarán a ti y a tu abuela pasando la pierna por encima del fuego en cada verso porque también vale así)
Feliz noche de San Juan y feliz verano. Recuerda que la piel incandescente es horrorosa y, sobre todo, tiene muchísimo peligro. Usa cremas con protección alta: te pones moreno igualmente y obtienes un color más bonito. Y si pelas, me llamas para arrancártela a jirones, ese placer.
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