MARTA CORRAL | Ferrol | Jueves 6 mayo 2021 | 12:54
Si yo hubiese tenido la mala fortuna de haber nacido envidiosa odiaría a Patricia Hermida sobre todas las cosas. Nacida en San Sadurniño y licenciada en la USC, es una de esas periodistas ungidas, de las que son capaces de abordar cualquier tema sin levantar sospechas, sin mostrarse impostoras. De enfoque certero, frescura a pesar del bagaje, perspectiva, valentía, alto sentido de la justicia, honestidad y calle. Y una cultura inmensa que admiramos, sobre todo, las que somos amantes de sus referencias.
Yo me quedaría a vivir en una entradilla de Patricia Hermida el resto de mi vida. Iría con ella de la mano por la ciudad metálica hasta el mismísimo abismo. Nos cruzaríamos con los monstruos, los fantasmas y los zombies que se pasean por A Magdalena. Huiríamos de los vampiros en esa suerte de Jerusalem’s Lot en la que ella convirtió a Ferrol, dando caza a los chuchasangues que tan bien se distinguen en la comarca guerreira.
Viajaría mil veces hasta Naraío y bebería unos cubatas de ron Matusalem en aquel concierto de Def Leppard en Santiago. O, mejor aún, en aquel otro de The Clash en defensa del naval que nunca ocurrió, bajo la grúa pórtico. Bergman se mezclaría con John Carpenter, Godard con John Hughes y todos rendirían pleitesía a Tadeo Jones. Los Rolling tocarían con los Sex Pistols y Uxía Lambona; Dickens iría a Las Meninas con Philip K. Dick, Robert Frost, Poe y Xohana Torres. Y Elga Fernández Lamas las pintaría junto a Thomas Cole. Y sería el nuestro el viaje más intenso, al estilo de Ítaca.
Pero desde el pasado mes de noviembre Patricia Hermida ya no teje entradillas en El Correo Gallego aunque se confiese maestra de la costura. Y estas también son sus últimas semanas poniéndole voz a la comarca desde Radio Nacional. Menos mal que, al menos, este jueves presenta el último billete que nos brinda (por ahora) con destino a su universo particular: Antonio. Diario do confinamento. El Torrente Ballester acogerá a partir de las 18:00 horas la presentación de este libro coordinado por el Club de Prensa —gracias, Julia, por tu sensibilidad y compromiso— y editado por el Concello de Ferrol.
En él se agolpan las columnas que Patricia fue escribiendo durante el confinamiento en El Correo. Días en los que estaba trabajando en los dos medios, cuidando de sus hijos mellizos y afrontando que su padre, Antonio Hermida García, se moría en el peor momento posible.
Agora temos medo a non poder despedilos, nin en vida nin en morte, nunha Galicia onde os velorios serven de homenaxe aos finados
«Mi jefe, José Antonio Pérez, me pidió este diario de confinamiento, y escribirlo me ayudó a tomármelo todo con calma. A afrontar el drama, sobre todo en esa situación en la que no puedes darle ni un velatorio ni un entierro digno. Que yo era algo que me imaginaba desde el primer día que supe la enfermedad. El velatorio con muchísima gente, que iba a abrazar a mis amigas, a la familia. Y luego no hay nada de eso. Eso también fue un golpe; pero escribir te sirve. No sé cómo explicarlo, pero te ayuda».
El encargo se convirtió en terapia, pero también en la necesaria llamada de atención sobre una profesión que te maltrata, sobre todo si tienes cargas familiares. En la denuncia de una madre periodista que tiene que compaginar dos empleos para lograr un sueldo, y ocuparse de todo el resto. Patricia me lo cuenta mientras estamos sentadas en la plaza de Armas, donde suelen acabar las manifestaciones que ha cubierto por cientos en estas dos décadas. Va apurada y la espada de Damocles pende sobre su cabeza en forma de camas sin hacer: «Voy rebajando la carga mental desde que dejé el periódico. Estoy recuperando la vida real aunque duela un poco contarlo».
Empieza dejando claro que «puedes dejar el periodismo, pero nunca vas a dejar de ser periodista» y que, durante sus años en El Correo tuvo «la mayor libertad que podría tener» de la mano de sus jefes, Natalia Rodríguez y José Antonio Pérez. Al poco de empezar se dio cuenta de que en su diario de confinamiento, que para los que estábamos al otro lado llegaba puntual como el bálsamo ansiado que era, «acabas relatando tus miserias, que tienes que trabajar para dos medios, que dedicas todo el día, que tienes a los niños viendo dibujos y montañas de ropa esperando».
Entre la vorágine diaria y la destrucción provocada por sus mellizos en la casa, las columnas también sirvieron para comunicarse con su padre: «La pena es que no esté para ver el libro porque si había alguien orgulloso de mí era él. No hacía falta que lo dijera, se le iluminaba la cara con mi hermano Tom y conmigo. Ahora tienes que creer que, allá donde esté, estará orgulloso». El Antonio más guapo mira de reojo en la portada del libro, con sus ojos grandes. «Quería que saliese con su mejor aspecto, en la plenitud de su juventud, con ganas de vida, en la época en la que conocería a mi madre».
O corazon é un misterio que resiste o inferno, pero se desborda por trapalladas
Sale a nuestro encuentro una vez más en el interior, de pequeño, al modo que a Patricia más le recuerda a su hijo Antón. Ni su padre ni su madre, Rosina Torrente, pudieron estudiar, y que sus dos hijos lograran ser licenciados les llenó siempre de orgullo: «Ocurría como a la mayoría de padres de Ferrolterra. Gente muy humilde, hijos de agricultores. Luego él fue camionero, sin seguro y teniendo accidentes, hasta que con 44 años se sacó la oposición para ser civil en la Armada. Mi madre trabajó fregando casas y en una fábrica de conservas. Sus últimos años laborales un poco mejor, como cocinera en una residencia. Los dos curraron como locos».
«Es la vida que les tocó vivir, por eso sintieron orgullo por sus hijos universitarios. Siempre recordaré la cara de mi padre en mi acto de licenciatura, estallaba de felicidad», rememora Patricia. Le pregunto que si estos orígenes humildes, en el seno de una familia trabajadora del rural, han marcado su trabajo periodístico como yo creo que lo han hecho: «Es verdad. Mi padre vivía en una casa sin váter. Yo me crié con él en esa casa y con mi madre hasta que tuve tres años, que nos pudimos mudar a una con váter. Sí, eso te marca».
Podemos esquecer un aniversario de amor; pero nunca as datas que cambian a vida para mal. Mente traidora
Patricia cree que esto es algo común a todos los que llegan a Ferrol «de fóra de portas», que muchas veces han sido cuestionados por mirar la ciudad con otros ojos —benditas y benditos sean—: «Ves todo desde otro punto de vista. Yo creo mucho en la vida como lucha, en la lucha obrera, campesina. Tengo fe en eso a pesar de que ahora sea todo un desastre. No me gusta el enchufismo, no me gusta hablar solo de la élite. Me interesa hablar de la gente más humilde. Es fácil quedar bien con el poder, pero siempre me generó rechazo. Y quizás sea por venir de ahí. Pero este lugar me apasiona, es apasionante por ese choque de polos del obrero, la Armada, clase más alta, clase más baja».
La agilidad de sus crónicas, el género con el que yo más disfruto de esa Patricia explosiva, se mezclaba con una actitud crítica y con ese teclear sin mirar atrás que le han valido, en históricos artículos, un sinfín de escritos anónimos de la ferrolanía ofendida porque alguien les había puesto frente al espejo. Se postraba la periodista cubierta de brea y plumas, o esperando la anunciada chuvia de tomates, en mitad de Amboage. «Soy la misma persona con las mismas creencias, la misma esencia; pero ahora lo consigo sacar afuera hablando. Yo era muy reservada, muy tímida. Menos de noche, que era mi vía de escape. Yo soy nocturna. Es lo que echo de menos ahora: a mi padre y a la vida nocturna».
Sus hijos y la enfermedad de su padre le han enseñado a ser extrovertida, a no dejarse nada dentro, algo que antes le daba pánico. Me sorprende esta afirmación porque, para mí, Patricia siempre ha sido una persona abierta. Una compañera que, antes de conocerla, me imponía tremendamente por lo que decía su trabajo de ella, por su resolución, su personalidad y por el carácter que destilaba. La seguridad que yo percibía de ella era apabullante. Conmigo siempre ha sido muy generosa. No solo en lo laboral —me recomendó para uno de los proyectos laborales más bonitos que he hecho, en Fevino, entre otras cosas—, sino también en lo personal. Parece mentira que una mujer hecha de metal sea tan sensible como ella, tenga el corazón tan gigante.
«Él se marchó contento, queriendo a su familia y sintiéndose querido. Cuando te mueres creo que solo piensas en ti, no en los que se quedan. Estás con la angustia de qué va a pasar, cómo es el tránsito, qué te espera. Estás aterrorizado. Los últimos años, antes de su enfermedad, fue súper feliz. Estaba con mis hijos, era como un segundo padre. Los disfrutó mucho y una se tiene que aferrar cuando se va alguien a que fue feliz. Fue libre».
A Antonio lo cuidaba Peppa Pig en esta «crónica dunha supervivencia tan física como emocional» en la que Patricia recomendó canciones, compartió los menús familiares que ansiaba e incluso un estresante minuto a minuto con los mellis. Tuvo tiempo a darle el pésame al exalcalde Jorge Suárez por la muerte, también, de su padre. Siempre desde una Illa do Tesouro a la deriva, que buscaba atracar finalmente en un campo de margaritas. Mientras tanto, el 26 de abril, el padre, el abuelo, se convertía en estrella y empezaba a mandar besos valiéndose del Arco da Vella.
A vida e a morte, os mellis que medran, e un pai que se converte en estrela
La muerte de su padre le hizo dar un golpe de timón: «La vida te enseña cómo es todo. La vida es eso. La vida es la muerte de tu padre, la vida no es estar en el bar». Le preguntó a su madre «qué le parecería a papá que lo dejase, y ella dijo que siempre había querido que diese este paso. Lo hice amparada por su espíritu, por su fuerza. Me ayudó a ser valiente, a pensar que si no lo hacía yo nadie lo haría por mí. Suena fatal, pero lo que me encanta ahora es ir al campito, estar con las madres del cole. La vida te hace cambiar eso de trabajo, trabajo, trabajo. A mí me encanta mi profesión, es una droga, pero acaba contigo. Te hace olvidar otras cosas, y yo las estoy recuperando».
Dice José Antonio Pérez en el Limiar que ha escrito para el libro que Patricia «pertence ao grupo deses elixidos que merecían estar nos grandes medios de Madrid ou Barcelona» y la compara con Manuel Jabois, un tipo con mucho talento y al que también da gusto leer, sin duda. Sin embargo, ella —a pesar de tener una Licenciatura en Periodismo de la que el otro carece—, no ha tenido esa suerte que, tírenme los tomates a mí ahora, le toca en muchas más ocasiones a los hombres que a las mujeres. Ya saben: los periodistas se quedan hasta las tantas en las redacciones, se fuman el puro con director, se entregan en cuerpo y alma, y ascienden; mientras, las periodistas salen puntuales para recoger a sus hijos, cuidar a sus padres —si no es que se han reducido las jornadas—, y además ahora son feminazis con las que uno no se puede ni tomar una copa tranquilo.
«Tú no puedes competir con un chico que no tenga cargas familiares. Las empresas quieren un perfil que se dedique 24 horas al día, que no tenga vida. Eso te chupa la sangre y las mujeres con hijos no podemos competir. Me jode. Me jode ver que hay gente sin ningún tipo de formación, ya no digamos en Periodismo, no, sin ninguna formación; hombres, sobre todo, que están llevando varios empleos a la vez en esta profesión y que no pasa nada. Eso hay que denunciarlo. Como hay que denunciar que los hombres se lleven los puestos más deseados porque tienen más disponibilidad, porque el hombre contrata al hombre. Encima, si lo denuncias estás como una cabra: ‘Ya está la pesada esta con lo de siempre’. Pues no. Entonces, ¿para qué nos metimos en esto, para aguantarlo todo? No»,
Rosina Torrente se emocionó cuando vio el libro. Patricia mantuvo la sorpresa hasta el final: «Se quedó impresionada, pero después su conclusión de madre fue: ‘E ti que estiveches todos estes anos en Santiago de borracheira?’. Fue de broma, obviamente, pero fue lo que dijo. Y yo creo que entras en Santiago para estudiar la carrera y también para abrirte a la vida, porque si no es un desperdicio. La vida es para patearla y saborearla hasta el final». El libro también servirá para que los mellis recuerden a su abuelo para siempre, el empeño más grande de su madre: «Ellos son unos seres súper felices, como todos los seres de 4 años, pero me importa hacer memoria. Que sepan de dónde vienen, que tengan referentes y valoren todo. Les digo que está en el cielo, que es una estrella, y yo quiero pensar algo así».
Pronto chegará o verán no que deixe o xornalismo; e, sen embargo, durante este tempo aprendín a ser feliz de novo, papá
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