JOSÉ MARÍN AMENEIROS | Ferrol | Lunes 23 septiembre 2013 | 19:43
Eva Yáñez Ceregido tiene 41 años y es madre de dos niños. Miguel, de 8 añitos, padece hipotiroidismo, hiperactividad, dislexia, asma y rinitis. Igor ya ha cumplido 13, pero no puede valerse como un adolescente más porque es dependiente de grado 3, nivel 1; es decir, tiene diagnosticada una minusvalía del 70 %. Eva, que se dedica 24 horas al día, 7 días a la semana a sus retoños, lleva 5 años esperando una ayuda económica de la Xunta por ser cuidadora de un gran dependiente. Esta madre ferrolana relata su historia desde unos ojos azul grisáceo de iris fragmentado como una tierra de secano, que a pesar de todo lo que su dueña sufre, mantienen la serenidad. «Son mis hijos, son mi vida, es lo único por lo que me mantengo en este mundo».
Igor tiene el síndrome de Freeman-Sheldon, una dolencia rara que se presenta en forma de defectos en manos y pies, contracturas múltiples y malformaciones esqueléticas. A Igor ya le ha enviado nada menos que 29 veces al quirófano para tratar de corregir sus problemas óseos, en especial en las extremidades. «Y algunas para más de una operación; en sus tres primeros años no salía del hospital», explica Eva. La cadera del crío es rígida, y su fémur derecho no se desarrolla más. Esto hace que Eva tenga que vestirle, atarle los zapatos, ayudarle en la ducha cada día. Puede andar, aunque se fatiga enseguida; eso cuando no sale de una operación y tiene que sostenerse durante varios meses de una silla de ruedas o muletas. «Pero él no se rinde, es un peleón como su madre», se enorgullece Eva.
La enfermedad de Igor está diagnosticada y reconocida por la Xunta, que le otorgó desde pequeño el grado de minusvalía del 70 %. Por eso, Eva solicitó a las administraciones, hace ya 5 años, la subvención económica por ser cuidadora de un dependiente. Un aporte económico que aún sigue en el limbo. «Me dicen que antes que Igor hay otros niños que lo necesitan más, pero, ¿cuántos va a haber como él o peores en Ferrol?», se pregunta la madre. Tiene que hacer frente ella sola a los gastos escolares de ambos, a la piscina –los dos la necesitan por sus enfermedades-, el coche para transportarlos –en especial a Igor-, etc.
Eva está divorciada, y recibe una pensión de 500 euros al mes de su exmarido, al que tuvo que llevar a juicio hace pocos meses porque tras la separación se negaba a pagarlos. Aparte cobra unos 400 euros al mes de la RAI (Renta Activa de Inserción) por llevar más de un año en paro. Y es que Eva, que es administrativa y estuvo empleada en el CAMF de Ferrol, no puede trabajar porque ha de dedicarse enteramente a sus hijos. Los lleva al colegio –Igor es incapaz para desplazarse en transporte público-, le hace las curas a Igor, le quita los puntos cuando sale de una operación –el crío tiene la trigésima entrada al quirófano en el horizonte-. «No puedo encontrar un empleo fijo, porque lo tengo que abandonar en cuanto operan a mi niño», expresa Eva.
«Solo reclamo lo que me han dado por derecho, la Xunta reconoció a Igor como gran dependiente», pide Eva, quien mientras sus dos hijos están en el colegio realiza cursos del INEM. Eva, por cierto, también tiene diagnosticada una minusvalía del 38 % y carga con su hijo de 13 años cada día hasta su 2º piso situado en Santa Mariña. «No puedo permitirme uno con ascensor con lo que cobro, no tengo ni diez euros para llegar a fin de mes», dice la ferrolana, que sabe que si recibiera la ayuda todo sería mucho más fácil. También ha solicitado acceso a pisos de protección oficial de la Xunta de alquiler barato, pero hasta el momento, asimismo, ha visto la puerta cerrada.

Y, a pesar de solo recibir caras largas de una vida que nunca le ha sonreído, según cuenta, Eva sí decide alzar las comisuras cuando habla de sus hijos. Recuerda que, desde los 3 años y aún con sus impedimentos físicos, Igor siempre quiso competir en las carreras del colegio. «Quedaba último, ¡pero las acababa cojeando y todo! Y todos los padres y compañeros del colegio le aplaudían», rememora Eva. También agradece la solidaridad de muchos vecinos y amigos, quienes le echan una mano en lo que pueden y le ayudan a sobrellevar los problemas de nervios y ansiedad que la azotan. «Los que menos tienen son los que más dan, eso es verdad», y sonríe.
Igor es, según su madre, un niño psicológicamente muy maduro y muy inteligente, sabedor de su situación. Igual que su hermano Miguel –para el que hace unos días Eva también ha solicitado su reconocimiento de minusvalía-. Ahora Eva solo espera que de una vez la Xunta resuelva la situación y le inyecte la ayuda económica que ella necesita como cuidadora total de sus niños. «Que me la den, solo pido eso, para que mis hijos coman y yo pueda seguir cuidando a Igor», desea. Y que sus ojos, azul grisáceo, tristes pero firmes y serenos, lo vean.
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