SAÍNZA RUÍZ | De quen vés sendo? | Viernes 26 febrero 2016 | 8:31
Cada vez que oigo a personas jóvenes alegar argumentos rotundos sobre sus criterios para merecer o no el derecho a la sanidad pública española, no puedo evitar que me recorra por todo el cuerpo un escalofrío paralizante. Es habitual ver en televisión a algunos altos cargos políticos de nuestra sociedad hacer alegatos apelando al sentimiento, siendo el miedo o el chovinismo las estrategias más recurrentes para marcar la diferencia en contra de la formación del pensamiento crítico de una mente en desarrollo.
El mensaje transmitido -en connivencia del “conocimiento” inmediato de “wikienciclopedia”-, suele ser: «Oh tú, currante de a pie, que te dejas la piel trabajando o buscando trabajo todos los días, permites que un emigrante tenga los mismos derechos sociosanitarios que tú». Triste pero cierto.
Este mensaje no verbal va calando profundamente en la juventud -de cualquier condición o clase-, y encuentras réplicas fanáticas en debates de bar dignas de La Ola (Die Welle). Esta película basada en un hecho real refleja un experimento psicológico llevado a cabo en jóvenes en situaciones de encerramiento -propios de una sociedad en crisis y/o con ciberadicciones-, estudiando la voluntad de gente sin patologías a seguir instrucciones de figuras autoritarias incluso en contra de su conciencia y principios; todo esto sumado a la influencia del efecto de la decisión del grupo: «Si acudimos nosotros, vendrán todos detrás».
Sólo con esta hipótesis de vértigo en el marco de un experimento social, y sólo así, podría explicarse la inactividad de la diplomacia internacional en el 40 triste aniversario de la lucha del pueblo saharaui por la posibilidad de autodeterminación. 40 años de exilio forzoso de 200.000 españoles al sol del desierto del Sáhara al que se le niegan derechos humanos universales a cambio de intereses económicos.
40 años de abandono cobarde en campamentos de refugiados del Tinduf por parte del Estado español, administrador legal de la situación saharaui. ¿Realmente creemos que son los seres humanos los que saturan nuestro sistema sanitario o son las aves de rapiña que privatizan y se nutren de nuestro mayor bien? ¿Debemos permitir que nuestros gobernantes hablen alegremente en Europa de refugiados sin exigirles la rendición cuentas ante la negación del asilo político de activistas saharauis por los derechos humanos? ¿Tenemos la memoria muy corta o alguien está pensando por nosotros?
Mientras, los “actuales” líderes políticos seguirán limpiando sus conciencias con la caridad sanitaria de las acogidas de verano, abogando con un rancio orgullo nacional en debates en prime time por una sanidad excluyente de migrantes, refugiados y exiliados. No olviden que el orgullo nacional es presumir por el mundo adelante del sistema socio-sanitario más solidario, eficiente y universal, no abandonar a 200.000 habitantes por intereses económico-comerciales y ofrecerles caridad estival o negar asistencia sanitaria a refugiados. Recuerden que mañana pueden ser sus hijas las exiliadas o emigradas que estén girando en la cinta transportadora de maletas de un aeropuerto en tierra de nadie a la espera, por ejemplo, de la sanidad o asilo político de algún país impasible. No olviden que los refugiados saharauis no son meros titulares de hace ya 40 años y que su grito sordo sigue pidiendo auxilio entre las dunas del Sáhara. Recuerden que «si acudimos nosotros, vendrán todos detrás» para impedir el medio siglo de injusticia.
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