TEXTO & FOTO: LARA DE LA IGLESIA | Domingo 2 junio 2024 | 8:00
Año tras año, Ares cubre sus calles con las coloridas alfombras florales de Corpus Christi, y, año tras año, se preparan con emoción, dedicación, cariño y mucho, mucho trabajo. Mañana todo estará lleno de personas del pueblo y de alrededores que se acercarán a disfrutar de esta bonita tradición, pero hoy, la postal es diferente.
Es un sábado soleado, las terrazas aresanas están llenas. En las calles, los dibujos marcados sobre el suelo reciben los últimos retoques antes de empezar a tomar su colorida forma final. El viento amenaza con levantar todo lo que se coloque, y hasta las vallas que delimitan el espacio de trabajo se caen por las fuertes ráfagas, pero nadie se echa atrás. Las alfombras se harán, llueva, haga sol o, en este caso, parezca que todo va a salir volando.
Paseando, encuentro uno de los centros de preparación, donde ponen a punto las materias primas de las alfombras, en la calle Real. En una sala, un grupo de mujeres terminan de preparar el verde para la alfombra de su tramo. «Es una pena que no vinieras ayer, que estábamos con las flores», comenta una de ellas sin dejar de trabajar, «vete a esa sala y míralas, son muy bonitas». No miente, lo son. Se les escucha recitar rimas, y, entre varias, intentan recordar, palabra por palabra, el comienzo del Quijote. En la puerta, un niño ofrece, con una gran sonrisa, comprar bolsas «de las alfombras de Ares», antes de ponerse él también a trabajar en ellas.
Los colores empiezan a rellenar los dibujos, aún no se ha puesto el sol y muchos niños, a los que aún no les toca ir a dormir, disfrutan aportando a la confección de las alfombras. Seguramente hoy se acuesten más tarde, pero también más felices y cansados. Este es un trabajo intergeneracional, desde los más mayores hasta los que empiezan a conseguir ponerse en pie, aunque sea con ayuda.
No solo hay gente de Ares, hay quien llega convencido por amigos del pueblo para ayudar esta noche, como Fran, que llegó de Ferrol para ayudar a hacer las alfombras. Está animado, trabajando con amigos y desconocidos, aunque cuenta con terminar de madrugada.
Me vuelvo a encontrar dentro del centro de preparación de la calle Real, donde ahora descansan algunas de las señoras que han estado trabajando y a las que aún les queda una larga jornada. El olor de las plantas que picaron allí aún impregna el ambiente, pero ahora están la mayoría en la calle. La mesa de aprovisionamiento está lista: un gran termo de chocolate caliente, una pota cerrada y varias cajas. «Toma un chocolate, sienta muy bien», me ofrecen entre sonrisas y bromas. Al girarme veo como destapan dos de las cajas: «También sienta muy bien esta bolla, o si no coge un cacho de empanada». Está claro que el aprovisionamiento para la noche está bien preparado. Otra de las mujeres aparece con una caja que no había visto: «Mira los bocadillos». Sí, no van a pasar hambre.
Ha pasado un mes desde que empezaron a picar las plantas para las alfombras, y algo más desde que se empezaron a diseñar los dibujos. «Siempre tienes miedo a que no haya suficiente gente, porque todos somos voluntarios», comenta Ana en un momento de descanso. «Hay gente que viene desde las tres de la tarde hasta las diez», explica haciendo referencia al mes de preparación, «aunque la noche antes de empezar con las alfombras nos quedamos hasta la mañana aquí».
Yo me retiro, pero Ares hoy no duerme. Por delante quedan horas de trabajo, de compañerismo, de bromas y de momentos para el recuerdo. Mañana se verá el fruto del trabajo en equipo, porque, como dijo Ana: «Aquí no soy yo, aquí somos todas».
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