JOSÉ MARÍN AMENEIROS | Cedeira | Martes 20 agosto 2013 | 16:00
No ha existido ni nacerá el guionista o escritor que dé a su historia un final tan apoteósico como el que supone la Xira para la Patrona de Cedeira. Lo que a primera vista parece una simple romería acaba siendo una fiesta sin igual, en la que los cedeireses se divierten y emocionan a partes semejantes, derraman vino y lágrimas y concluyen bautizándola como el mejor día del año verano tras verano.
Es indiferente la hora a la que uno se haya ido a la cama el día 16 por la noche, o los tragos de más con los que se haya propasado. El 17 por la mañana todo cedeirés que se precie –también los que trabajan, porque si cuadra entre semana se pide el día libre- desfila en procesión por los pasillos del Gadis o el Eroski aprovisionándose de pan, embutidos y cualquier tipo de alcohol. Las tortillas vienen de casa; las empanadas, de Arribí. El sol, también este sábado y un año más, estaba incluido en el combo para respetar semejante jornada festiva. Ahí empieza el paseo hasta San Antonio, a pie o en taxis, con unas caras y pintas que nada tienen que ver con las que bajarán varias horas después desde la ermita.
Los coches completan las cunetas; la gente, todo el monte desde la ermita hasta la fuente, tanto en la parte superior como inferior de la carretera. Algunas pandillas sacan una figurada Rotovator para acondicionar la zona de merienda. Otras prefieren huir del bullicio y bajar más allá, hasta el mismo borde del acantilado, para disfrutar en la única compañía de los amigos de siempre de un día con vistas inigualables. Las camisetas grupales, que unos chavales pusieron de moda en el 2010, visten cada vez a más clanes. «Mantede a calma e vide á Xira’13», se lee en una amarilla. «Hoxe tomamos de todo menos decisións», reza otra, azul celeste. La que más controversia generó fue la rosa fucsia, la que, inscrito en letras grandes y en la espalda, decía: «…e aquí, se nos organizamos, fodemos todos». ¿Acabarían el día organizados?
El jolgorio se arma en la zona de la fuente. «A ver, ¿dónde está esa tortilla que tenemos a medias?». «¡Pásame ese cartón de vino!». Comienzan las meriendas. Y demasiado pronto empiezan este año las guerras de agua y vino. Un chico y una chica intercambian disparos de pistola de agua, la pelea se encarniza y remata con el rapaz volcando un cartón de vino descabezado por encima de la chavala. Se oyen risas y ovaciones generalizadas entre los felgos. Arriba, en la fuente, un tipo con vaqueros y camisa empuña un rifle y va calando por igual a cualquiera que le pase por al lado, joven, mayor, hombre o mujer. Una rapaza se venga y le vacía una botella de agua por la cabeza.


Desde la principal zona de meriendas, debajo de la carretera, incoan las idas y venidas a la fuente. Y los resbalones en la arenosa cuesta de bajada. Hay cánticos, fotos, introspecciones a otras pandillas de algún can das merendas. Un casete rosa anima distorsionado las comilonas. Uno de los de la camiseta fucsia se la quita y, vistiendo una pajarita rosa cual boy, se fotografía con uno de los vendedores ambulantes de gafas. Otro le compra un gorro con forma de paraguas y se pone a cubrirlo con felgos. «Es para camuflarme e ir a ver a las chicas mear», dice, y se pierde entre la maleza vistiendo su camiseta rosa fucsia. El alcohol comienza a hacer sus efectos, pero en la Xira es más peligroso si cabe pasarse: una de las colegas de camiseta amarilla se ha dormido y sus amigas le pintan, como dibujo más suave, un bigote en la cara.
El sol comienza a descender, las meriendas se liquidan y el alcohol sobrante se traslada a la ermita, las gaitas ya asubían. La niebla brota, lo que impide ver la puesta de sol en todo su fulgor, aunque aún así fue el momento más emotivo de la Xira, y de todo el año: la bajada con las gaitas tras o solpor. En la primera parada se entona el Miudiño, a berros excitados; después se retoma la procesión, la pista embarrancada de gente, con destino el barrio de Crónicas, bajo la batuta del mítico José de Vigo y su ramallo.
Nosa Señora do Mar cando veu para Cedeira
Subirona molladiña pola praia das Sonreiras
Canta Cedeira entera, en voz baja, solemne, respetuosa, por todos los mariñeiros que izaron e izan el pabellón cedeirés por los mares. «Este misticismo de la puesta de sol, esta emoción, esta magia de que todo el pueblo cante a los marineros, no se puede percibir sereno», comenta filosófico un joven. Con más de uno y de dos secándose las lágrimas, se reemprende la marcha hasta el festivo Son de Cedeira, entre unos «Viva Cedeira!» que la villa corea al unísono como espartanos. La bajada acaba en O Ramón, donde se realiza el último cante y donde este año los Kilomberos emergieron como novedad, cambiando completamente de tercio y haciendo botar a la villa. Incluso hubo un corro de baile a un coche de la Guardia Civil, al que no le quedó más remedio que sonreír ante el regocijo de los jóvenes que lo rodeaban.
La gente se reparte entre los bares y terrazas a cenar, Nacha Pop sube al escenario, el que se va a cambiar pese a estar vestido de vino, barro o carrachas no es cedeirés. Los más heroicos se quedan de madrugada a exprimir la Xira, el verano, el mejor día del año. La Banda del Camión culmina la noche, a eso de las cuatro de la mañana, delante de un público escaso pero entregado, donde todavía se ven algunas camisetas rosa fucsia o azules. Con gran pena en el corazón, aunque alegría para los hígados, llega la hora de irse a dormir una resaca de nueve días, donde el único consuelo para los cedeireses es que ya quedan menos de doce meses para que vuelva a ser 17 de agosto.
Debate sobre el post