RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 6 mayo 2014 | 16:55
Nació esta aventura periodística en la que navegamos y me decidí a retomar el contacto con la actualidad deportiva. Por todo lo alto: Racing. En realidad, era un estreno. Hasta el pasado verano, mi experiencia en ese ámbito se limitaba a una página de mi vida que sigo recordando con orgullo, mi primera vez ante un micrófono radiofónico de color rojo.
Inicié entonces el contacto -laboral- con fútbol, baloncesto y fútbol sala, pero también con la base y los deportes minoritarios. Dándoles cancha, nunca mejor dicho, a casi todos. Sin embargo, mi trabajo consistía en darles voz. En esta ocasión, tocaba vivirlo en directo. Contarlo en directo. Tímidamente, los escarceos veraniegos del primer equipo de la ciudad sirvieron para retomar la relación que ya me había unido con A Malata años atrás.
En general, con el fútbol. Porque uno, que nació en O Inferniño, veía los partidos por la ventana, pero mi relativa juventud me impide recordar todo lo que me gustaría de aquellos años. Sí mantengo vivos los sonidos, la algarabía anterior a cada duelo, los de Gordos y Flacos. Con mi abuelo. También, por qué no, los peores años del Manuel Rivera.
En una atalaya privilegiada, Ferrol se dotó de un recinto envidiable. Pasear por los pasillos del estadio ayuda a comprobarlo. Yo fui uno de aquellos que se convirtió en abonado tras el ascenso del 2000. Ocupé religiosamente durante varias temporadas mi asiento en fondo sur, sin olvidar que la conversión a sociedad anónima deportiva me introdujo en todo aquel marasmo de las acciones.
La mezcla que desde hace varios lustros caracteriza al Racing era esencia al arranque de aquella década: una buena dosis de calidad autóctona con fichajes que prometían llegados de otros lugares. Con una capacidad económica limitada, incluso en años de desparrame, al pie de la ría lograron que se hablase de nosotros por algo tan bueno, sobre todo hoy en día, como que se cobra cuando hay que cobrar.
Nunca más tarde. Partiendo de lo que hay, sin endeudarse, se puede levantar un buen castillo. Al igual que en los 80 de mi estreno escolar parábamos a Lavodrama cuando íbamos de excursión a cualquier sitio de la ciudad, muchos veían estimulada su curiosidad al tropezarse con Gontzal Sueiro, Pazolo, Manu Miranda, Horcajada, Manel o el goleador Pablo.
Aquí despertó para la élite Luis César, gurú consumado que ha demostrado que vale mucho más de lo que en alguna ocasión le han dejado confirmar por ahí adelante. Nos hartamos con tantos épicos de Ismael o Razov, aupamos a un Mario Bermejo que sigue recordando aquella etapa mientras sostiene a un pujante Celta.
Entre medias, otro descenso con rápido retorno a la categoría de plata. Con otra máxima: promocionar a los de casa en el cuerpo técnico. Si Sampedro ya conocía el coliseo al milímetro, es ahora Aira el que controla cada detalle tras sus años como futbolista en el club. Fortaleciendo un sistema y un estilo ante el que algunos dudaban al comienzo, porque los riesgos no son apoyados por cualquiera.
En el otro lado de la balanza, los hermanos Veiga que merecieron, precisamente, tantas críticas. Tampoco les tocó bailar con la más guapa, siendo sinceros. Como a Luisito. Manolo Sánchez Murias, Míchel Alonso y Manolo García también lo intentaron; los dos últimos dirigen este año a la parte de la comarca en la Tercera, al borde de un play off que es una gesta para el Somozas y regreso a viejas satisfacciones en As Pontes.
Yo soy de esos bichos raros que no viven el fútbol desde el forofismo que excede los límites. No entro en ese perfil de personas que se saben las alineaciones de memoria y que «ven el fútbol» -expresión que odio- al instante. Lo del balón va por barrios. Cada uno lo entiende y vive a su modo. En mi caso, es un espectáculo que roza la perfección. Disfruto de cada partido como si fuese el primero, aprendo y sigo aprendiendo.
Sobra decir que este año más que nunca, porque me ha tocado fijarme y retener lo observado. Que, créanme, no es lo mismo que llevar el paquete de pipas y jalear, como hacía antes. Opté por la táctica habitual de ir paso a paso, sin prisas. Libreta en mano, que soy tradicional, y bolígrafo a punto.
Anoto cada jugada, echo la imaginación a volar cada semana y pretendo contarlo de otra forma. No, miento: a mi manera. Ni mejor ni peor, como me sale. Fijándome, como cotilla que soy, en lo que rodea al césped. Desde las miradas a los gestos o las ropas que visten la noticia. Como si de una romería se tratase, y aunque tenga coche, opto por caminar al estadio. Desde hace unas semanas, con bolsa ligera de portátil en el hombro.
Ya que los domingos suelen traer de regalo comida familiar, parto, mira tú, de O Inferniño, atravieso la plaza de España, subo la avenida do Rei y me asomo de repente a Canido. Desciendo a velocidad de vértigo O Raposeiro y ya está todo otra vez en su sitio. Ni 20 minutos, oye.
Me queda mucho por ver en el Racing. Y lo digo tras una temporada, en cierto modo finalizada este domingo pasado, que asombra a cualquiera. Los números en Tercera, que no olvidemos que allí estábamos hace menos de doce meses, fueron históricos y de alcance nacional.
Y, ya ves, cuando no ha transcurrido tan siquiera un año tocamos con la punta de los dedos la categoría situada no uno, sino dos escalones más arriba. Lo ha dicho varias veces Isidro Silveira y lo repitió este domingo: Ferrol necesita barcos, pero quizá también a un Racing en Segunda.
Aunque la globalización Cristiana y Mesiánica ha absorbido lo que no gira a su alrededor, la plateada es una división de prestigio. En todo caso, no descuidemos que en Segunda B subsisten equipos que, en tiempos de escasez, solo recuerdan como algo lejano sus éxitos en la mismísima Primera.
Es decir, que la Segunda B es el gran cajón de lo que fue excelente y puede seguir siendo muy bueno. La repercusión que ganaría la ciudad está fuera de toda duda, aunque ya sabemos que siempre habrá quien no quiera mirar hacia esta esquina.
Algunos solo le dan importancia a las que están por debajo de Primera División si juega un grande con la suficiente capacidad de atracción. Si no, nos olvidamos u optamos por intentar restarle mérito a lo que no se mueve por sumas millonarias. Ahora bien, ascender no pone todo en bandeja. Algunas cosas, pero no todas.
Habrá que continuar con el rejuvenecimiento de cara a la opinión pública, el acercamiento mental y físico hacia la afición. Consolidando una plantilla carismática, con rostros reconocibles y seguidos.
Todos hemos girado este domingo los ojos hacia Jorge Rodríguez, obrero cántabro del fútbol. Que se lo ha trabajado, al que nadie le dio nada gratis, que falló y tuvo apoyo de los suyos -y fuerza mental- para marcar el segundo.
Cuatro porteros en un año: Marcos Valín, siempre demostrando que la palabra bondad se le queda corta, dando un paso al frente; el espíritu abierto de Camacho, la profesionalidad de Souto y la frescura con experiencia de Mackay, recién llegado y ya camino de un espacio propio.
Llegó Víctor Vázquez y quiso desde el principio aportar lo que de él se esperaba, mientras Rubén Comesaña es cada vez más fuerte en el lateral. De Diego Dopico, pontés recio, dije una vez en la cabina que era la última canción de la discoteca, porque «enciende las luces y resuelve ante la realidad».
Seguimos recordando esa frase cada vez que salta al césped a modo de refresco cuando el juego necesita marcha. Ha demostrado tesón Antonio, como paciencia Pumar para regresar tras su lesión y ser básico en el esquema. Pérez y su energía, la velocidad con estilo de Marcos Álvarez y la clase que caracteriza a don Iosu Villar.
Siempre con una sonrisa al salir de los vestuarios, sin las tonterías que vemos en otras plazas. Dani Rodríguez sigue teniendo la picardía de un crío, Iago Iglesias llegaba como mago y sigue provocando que muchos se saquen el sombrero a su paso.
Los silencios de Iván Forte, que asume una de esas funciones que no siempre brillan, pero sin las que esto no sería lo mismo. Ese pequeño torbellino que es Diego Vela; el apaciguador Pablo Rey, capitán que aúna voluntades y dispara como cualquiera desearía. Qué decir de Barreiro, ese muchacho tan largo al que todos esperan y que nunca falla.
Sabremos el lunes a dónde nos tocará viajar, prensa y equipo. En qué puntos del mapa español habrá que vérselas con la suerte. Pase lo que pase, siempre nos quedará el café caliente del ambigú en los descansos -me toca pagar- y el sabor de los de siempre. De los que creen en el Racing, de los que creen en Ferrol.
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