RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 19 noviembre 2013 | 16:45
He visto vecinos de A Magdalena que no han caminado más allá de Orión. Es decir, de la plaza de España. El fuera de puertas resiste, como la aldea gala, en el corazón de muchos ferrolanos. Más de los que podríais creer.
El desembarco de nuevas áreas comerciales provoca que un folleto suelte un «Nevoa Santos» al citar al hospital y que un buen grupo de nativos no sepa situar en el mapa O Boial. Voy más allá: para algunos, «es más Narón que Ferrol».
Yo tenía ideas en la cabeza para esta columna. Muchas. Y va y se aparece Pachara. Me enteraba del suceso un rato después, tarde de fútbol en A Malata. Hablábamos de él en la cabina. Pensaba con un compañero en su importancia en la vida local. Me preguntaba cómo explicarle a alguien de más allá del trópico de As Pías quién es. Y por qué nos interesa. Acabó en «la Residencia». José Manuel Sayar, 72 años dicen las crónicas.
Disiclín, puro, palomas y un ejemplar de La Voz bajo el brazo. El terror de los que hemos trabajado en el Cantón, de los que viven cerca del árbol caído. El susto de cualquier mañana muy temprano bajando por A Magdalena. Muy temprano. El embajador de la ciudad, el que saludaba al difunto Cuiña. Esto pasa en ese punto del mapamundi en el que bajamos el polvo, palmamos a clase y haces gasolina.
Las bravas del Cabazo, los buses a La Nave -yo era niño-. Irisarri saludando al salir del agua con la tabla en Doniños, la melena coloreada por el salitre. FTV, noroeste en la sangre.
Nos aferramos a lo nuestro. A veces, incluso, no queremos ver más allá de nuestras propias narices. Apelamos al corazón. A Malata vive una de sus mejores entradas en décadas porque a los de Informe Robinson se les ocurre traer a Nate Davis, gloria del OAR que puso a Ferrol en el mapa ACB. De repente, todo el mundo lo recuerda jugando. El mito se hace carne.
Nos sumergimos en una semana temática de nostalgia, palabra que se inventó aquí. Ahora, el equipo se llama La Sidrería Ferrol y sobrevive en una categoría inferior. Con la ilusión intacta, con la afición fuera del pabellón.
A Malata, que no tenía goteras, acogía a jugadores de prestigio. Otros menos conocidos por los medios, pero joyas de la corona también. Gentes de mundo que vestían abrigos de pieles caras que hasta entonces la calle Real solo había visto tapando a mujeres. Anillos más grandes que los de una boda en dedos de jugadores de color. Cosmopolitismo ferrolano paralelo a la movida madrileña. Ciudades de luz.
Camisetas vintage recordando al OAR. Fotos, autógrafos y recuerdos de Davis al aire. La sorpresa al pasear, cero racismo. La época en que la Feria de Muestras colapsaba el tráfico. Bajaba toda la comarca. Al volver de la playa o cuando lloviznaba. Sin llegar al diluvio del Santo Encuentro y el abarrote en Armas.
La tarde de las 300.000 personas sin luz en la comarca por el atentado del Exército Guerrilleiro do Pobo Galego Ceibe. 13 de septiembre de 1991. Escuchando a Luqui en la radio. Sí: 3, 2 o 1. Tú y yo lo sabíamos.
Cuando Ferrol tenía casi 100.000 habitantes, barcazos en Bazán y Astano, miles de personas haciendo la mili. Mecano y su «buenas noches, Logroño». Miguel Bosé con la ventana de casa abierta en una noche de verano.
El Manuel Rivera mantenía al Racing antes del platillo volante de A Malata en el que ahora aterrizan Iosu Villar, Dani Rodríguez, Marcos Álvarez y el Marcos Valín que cuenta los días para volver a los palos. De Guntín a Ferrol Vello, él sí que sabe.
No es exclusiva ferrolana. Quizás un defecto español, en términos generales. Arrasamos con el quiosco porque Ferrol sale en la Interviú. Profundiza en lo que aquí ya ha denunciado la oposición, con medios de comunicación locales como altavoz. Pero nos escandalizamos como si no supiésemos nada hasta ese momento.
La charla se queda en el bar, porque todo se ha reducido a queja política y los tribunales no han dictado sentencia sobre tales acusaciones. De momento, que ya se sabe de su lentitud.
Abre un centro comercial. Ni tan grande ni tan pequeño. Nos falta tiempo para ir a estrenarlo y, justo a continuación, criticarlo. Es más: vamos, pero ocultamos que hemos ido. Yo no he ido, ojo. Y claman muchos ante una sociedad consumista que se deja llevar por la tentación facilona. Las lecciones de moral. En un lado de la balanza, llenar el carro en el Media Markt; en el otro, ir a un concierto de música supuestamente culta.
Mejor no recuerdo aquella foto el día que abrió Brico Depôt. Césped artificial sobre los coches, gestos triunfantes de los primeros clientes. Ni que hubiesen conquistado el Everest. Las vidas de ahora no son las de antes. No despegamos la mirada de una pantalla de móvil, chocamos por las calles, solo pensamos en nosotros y nos olvidamos de lo demás. Lo queremos todo, cualquier cosa. Para ayer.
Se nos llena la boca defendiendo el comercio tradicional, pero esos mismos lucen tipo en la ciudad vecina. Emplean el sábado en alternar en cafeterías refinadas y grandes almacenes tan consumistas como los de aquí.
«Es que no hay aparcamiento». Ya, por eso todos metemos el coche en Riazor. Previo pago, se me olvidaba. «Demasiadas obras». Hombre, cualquiera lo niega. Pero yo las recuerdo desde que era niño, hace 31.
Quizá no se quiere ir a las tiendas de A Magdalena, llamadme atrevido, por la comodidad del mall norteamericano, como dicen los cursis. La cafetería en la puerta contigua al comercio de ropa. El techo que resguarda de lluvias y vientos fríos. Buscamos la versión callejera del sofá y la manta del domingo. También en buena compañía. De repente, nadie va a Odeón. Ni a Alcampo. Todos compramos en la tienda de Canido o Ultramar.

¿Crisis? Llevamos treinta años en crisis, es como si ya no existiese. En el resto de España, la conocieron hace poco. Por algo invertirán aquí y ahora. También porque somos muy particulares en esta ciudad.
Las Fashion Night en las que llevamos los zapatos limpios y las mechas frescas. Pero en casa se cenan salchichas, porque hay que aparentar. Una noche más. Prendas costosas y cardados relucientes que cotizan a la baja en la calle Real. A veces, pendientes de pago, pero indispensables para el día a día.
Estamos dormidos si no somos conscientes de que la calidad de vida no depende del confort estrictamente personal. Lo digo por la peatonalización. Merece un trato digno, no se trata de poner unas vallas. Es imprescindible. Hablamos de Pontevedra, Oviedo. Pero aquí no queremos porque los coches en la puerta o, sobre todo, encima de la acera son tendencia que puede con las décadas.
¿Qué es eso de Abrir Ferrol al mar? ¿Marca Ferrol? ¿Hay vida inteligente más allá de la tapia? La pared. El muro. Claro, el del Arsenal. Muchas preguntas, tantas que no tendrán nunca respuesta. Bajar y subir del Parador a la Cuesta de Mella en una cápsula. Kubrick remasterizado entre A Magdalena y el muelle. Para rehabilitar la cuna de la ciudad departamental no hay dinero.
Todo se diluye, como el largo y cálido verano del 2003. O el de este año, que nos quejamos de vicio. Fuegos de Amboage adelantados al invierno cuando acaben las obras de la plaza de España. Y del parque. Nos queda el Cantón. En 2014 cae la capital de los altibajos: la calle del Sol.
Queremos una ciudad bonita, pero nadie se pone manos a la obra. Tampoco hay muchos que apoyen la moción. Y, como la gente solo acepta lo que le gusta y no entiende lo que buscan los demás, nos enfadamos. Miles de ferrolanos han abandonado la comarca de manera trágica. Por ser finos. No solo por la reconversión. Obligados, no fue por elección. Ahora, cuando la crisis es patrimonio común, a muchos se les «queda pequeño» Ferrol.
Lo fácil es irse. Lo sencillo es hacer cosas que nadie va a apoyar para luego quejarte. Lo cosmopolita es soltar que te vas al extranjero -no diré ciudades- porque aquí no hay «de lo mío». Realmente, fardarás de un simple acento spanglish y trabajarás en cualquier cosa. A veces, para ganar, hay que dar un paso atrás justo antes. Pero dar un paso atrás en público es de valientes. Irse a Madrid, dice Jabois; irse de Ferrol, osado yo.
Luego se regresa, se sabe poco inglés a mayores del ya conocido y, en cambio, no se sabe hacer cierta letra con un canuto en idioma ferrolano. Postureo, presumir de unos conocimientos y un bagaje de los que realmente se carece. Por suerte, existe la otra cara de la moneda. Ferrolanos anónimos, pero que yo mismo trato, que no solo están en su oficio, sino que innovan más allá de este país.
Otros más conocidos, que han logrado que nos conozcan. Serán muy mainstream y os chirriará. No negaré el mérito del Jesús Vázquez que jugaba en el Reina Sofía, la Paula Vázquez que sigue teniendo su refugio en el paraíso de Pantín o el Carlos Jean más haitiano. Son de Ferrol, no de El Ferrol. Pero así sigue apareciendo.
Decía un amigo mío de Barcelona, fascinado por nuestras cualidades, que a saber lo que bebemos o respiramos. Porque, sin ir más lejos, hemos llenado concursos de televisión en una proporción aplastante en apenas unos años. Vale, no es un detalle que nos haga pasar a la historia. Pero me hace pensar que somos demasiado particulares.
Deportistas cinco estrellas: Gómez Noya. Self made man. El gran sueño ferrolano. Aquí, en cambio, con orejeras. Desconocemos lo que tenemos. Pero es que esto ya es demasiado. Hay otro Ferrol. Está ahí fuera. En tus narices. Y no te das cuenta.
Cinéma verité. Pantalla grande. Bomberos que conviven con goteras y trenes infantiles, montes de Chamorro que arden en días de lluvia. Esto sí es Ferrol. Saltarse las normas. Embajadores rusos que quieren conocer nuestros astilleros, responsables públicos empeñados en ponerles el candado.
Contrastes en la ciudad del vértigo, de los extremos. De las virtudes y los defectos. Trabajadores hartos de que el corazón esté agitado por la incertidumbre, un mes de protestas que pone a toda una comarca en el disparadero. Velas para pedir que, ahora sí, caiga trabajo. Que el sueño de ser navales no se desvanezca. Que no nos quiten lo nuestro.
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