ARY LÓPEZ | Ferrol | Viernes 11 diciembre 2015 | 9:49
La Galería Sargadelos de Ferrol acoge este sábado (19:00 horas) la presentación de Peregrinos del amianto, un libro del fotoperiodista ferrolano Rober Amado.
La obra arranca con la historia de José Teijeiro, un soldador de Bazán al que en marzo de 2010 le detectaron un adenocarcinoma en estadio 4, con metástasis hepáticas, ganglionares, óseas y suprarrenales. En origen, se trataba de un cáncer de pulmón causado por una excesiva exposición al amianto, también conocido como asbesto, un material tóxico empleado para múltiples fines a lo largo de la historia y cuyo uso en España está prohibido en la actualidad.
El autor de este arduo trabajo de investigación recoge los duros testimonios de más de cincuenta personas de nuestra comarca afectadas por la misma enfermedad que acabó costándole la vida a José Teijeiro, uno de los muchos autodenominados “fumadores pasivos” a los que su profesión les obligó a ser manipuladores de amianto. Solo en Ferrolterra se calcula que el número de víctimas mortales por la asbestosis asciende a más de seis mil.
FERROL360 – ¿Se ha hablado suficiente del amianto y de sus consecuencias?
ROBER AMADO – Me da la sensación de que no. Antes sí había una marcada línea editorial respecto a este tema, ya que se vendía y había muchas empresas vinculadas. Pero lo raro es que ahora, una vez ilegalizado, apenas se habla de él y rara vez ocupa una portada en algún medio. Fíjate si es raro, que mi libro es el primero escrito en el país que habla desde el punto de vista de las víctimas y de su situación y sufrimiento. Hay otros libros, como los escritos por Francisco Báez Baquet o Ángel Cárcoba que hablan desde un punto de vista más técnico, toca más temas como el aspecto jurídico, o la situación política, pero las víctimas no hablan. Hasta ahora.
360 – ¿Por qué ha costado tanto reconocer la asbestosis como enfermedad laboral?
RA – Por lo que te comentaba antes. Había mucho en juego. Empresas como Uralita S.A llegaron a ser una multinacional muy potente. Había muchos puestos de trabajo en juego, y la estrategia de «salud por dinero» fue muy efectiva. Era preferible no hablar del tema y tener trabajo a sacarlo a la luz. Al fin y al cabo, muchos de los trabajadores tenían, y tienen, consigo la frase «de algo hay que morir» grabada a fuego. Por otro lado, las empresas también jugaron muy bien sus cartas, y al menor movimiento interno, la presión era brutal. Hasta el punto que representantes sindicales se vendieron, y acabaron por defender la idea de que el amianto no era tan nocivo, y que esas muertes se debían al tabaco. Y de ahí a la política hay un salto pequeño. Esa misma idea fraguó hasta bien entrado el nuevo siglo. De hecho, una de las cosas que solemos obviar cuando hablamos de la escena política es que España fue de los pocos países de la Unión Europea que, en 1999, pidió una moratoria para seguir usando el amianto hasta 2005. Fue gracias a la presión social y sindical que surgió a raíz del movimiento en Ferrol, que logró retirarse la moratoria en 2002.
360 – ¿Y por qué España demoró tanto la prohibición del uso del amianto?
RA – Creo que el sector del amianto en España era lo suficientemente potente como para establecerse en un lobby de presión continua mientras durase. Hasta que no se hizo tan evidente que no podían negar la mayor, lo estuvieron demorando.
360 – También la justicia fue lenta a la hora de resolver los casos.
RA – Según Paco Varela, periodista de La Voz de Galicia que fue el primero en sacar los casos de personas que denunciaban en los juzgados, cuando se hizo público y hubo una avalancha de casos, los jueces decían, off the record, que no tenían ni información ni pruebas para demostrar nada. Llegó un momento en el que rechazaron cualquier demanda relacionada hasta que el Tribunal de Xustiza de Galicia se pronunciase. Tardaron dos años en resolver el primer recurso, y fue favorable a las víctimas. Como sentó como precedente, se crea jurisprudencia, y claro, a partir de ahí empezaron a salir favorables prácticamente todas las demás.
360 – Hay un antes y un después en la lucha contra esta problemática, y en parte se debe a la labor de personas como el médico Carlos Piñeiro o colectivos como Agavida.
RA – Sí. Al final la Historia la escriben fulanos que luchan solos contra corriente y llevan palos de todas partes hasta que al final se les reconoce su papel. Carlos Piñeiro se jugó su puesto de trabajo para demostrar que la muerte de dos de sus colegas no fue por el tabaco ni por llevar una mala vida. Pero no fue el único. Carlos es la cabeza reconocible de algunas personas que, en la sombra, presionaron para que esa situación cambiase. Rafael Pillado tuvo que enfrentarse a miembros de su propio sindicato, que ayudó a fundar en la clandestinidad, para que la situación cambiase. Otros, que prefieren no dar su nombre, presionaron a jefes de personal, forenses o personal clínico para hacer autopsias y así encontrar partículas de amianto en pulmones de trabajadores fallecidos que, según la empresa, morían por el tabaco o por neumonías mal curadas.
360 – ¿En qué términos legales aparecen reflejadas las consecuencias del amianto en los contratos de los trabajadores?
RA – Desde la prohibición hecha efectiva en el primer semestre de 2002 y los cambios en el seguimiento de las patologías de los afectados hecha en 2006, gracias a la presión de colectivos como Agavida, llevados por Cristóbal Carneiro, ahora se mira con lupa todo trabajo en el que se realice alguna manipulación con amianto. De hecho, cualquier presencia de amianto en el trabajo debe ser comunicada, y se han llegado a parar obras por culpa de eso, hasta que venga una empresa autorizada a retirarlo. Llegan con equipos aislados de cuerpo entero, hasta con su propio sistema de respiración autónomo, y trabajan un máximo de cuatro horas seguidas. Parecen astronautas. Es algo caro, y las administraciones no tienen ningún tipo de plan de ayudas al respecto, porque es el propio propietario de la obra el que se hace cargo del coste, así que, en obras pequeñas y en lugares apartados, se tira sin ningún tipo de control.
360 – En el año 2001 se llevó al Congreso una proposición no de ley por parte del BNG, PSOE e IU enfocada a combatir la asbestosis en los astilleros públicos. ¿Qué medidas se adoptaron?
RA – Ninguna. Así, a pelo. Aquel día podría haber sido importante para marcar una agenda en favor de los afectados, pero el Congreso, con mayoría del PP, se limitó a decir que los afectados estaban atendidos y las medidas eran las que estaban y estaban las que eran. Fue un palo enorme. Así que tuvieron que salir a la calle. Y lo hicieron durante cinco años, que se dice pronto. Hasta el 2006, que les echaron un capote.
360 – Háblame del censo de edificios del amianto.
RA – En un pleno municipal en 2001 en Ferrol se aprobó que habría que hacer un censo de edificios con amianto. Pero estamos esperando todavía…
360 – En estos últimos quince años, ¿qué avances crees que se han producido en relación a las consecuencias del uso del amianto?
RA – En el aspecto legal, el hecho de que se haya prohibido es importante. En el laboral, que se reconozca que el amianto tiene un tipo de uso muy específico y que no puede tocarlo cualquiera. Pero en el personal, ninguno, porque los afectados siguen estando solos.
360 – Es tu primer libro. ¿Cómo nació y cuánto te ha costado sacarlo a la luz?
RA – Nació mezcla de necesidad y suerte. Necesidad porque como autónomo tengo que sacar mis propios temas si quiero comer. Suerte porque empezó como un tema de un mes, y acabó así. Mi padre conocía al presidente de Agavida, Ramón Tojeiro, y mi madre es muy amiga de Ana, la mujer de Carlos Piñeiro. Tenía en mi mano a dos de los actores principales de esta historia, pero cuando empecé a desarrollarla todo el mundo tenía un familiar o un amigo afectado por esto. Ahí fue cuando me di cuenta que en un mes no haría nada, si lo que quería era contarlo todo y de la manera más fiel posible.
360 – Y tu primera intención era fotografiar las consecuencias de esta enfermedad…
RA – Sí, pero pasé una sequía fotográfica del copón y no era capaz de ver nada. Lo dicho, iba para un reportaje de un mes, con fotos y algo de texto, pero después de tantas mañanas sin apenas sacar la cámara, sin hacer preguntas del tipo pregunta-respuesta tan propias de una entrevista, me di cuenta que la gente quería contarlo todo, incluso aquellas partes más dolorosas y más íntimas. Así que no me quedó más remedio que apartar la cámara y sacar la vena plumilla que siempre me quedó tras leer Hiroshima de John Hersey.
360 – ¿A quienes recurriste para construirlo?
RA – A todas las personas que pude. Hablé con mujeres que habían perdido a su marido hace apenas unos meses, a hijos hechos polvo por perder a su padre, o incluso a los propios afectados, a los que veías con el tiempo su progresión. Desde los propios actores principales, como los afectados, las afectadas, porque las viudas son las eternas olvidadas de esta historia que, como decía Emilio Espiñeira, uno de los de Agavida, la asociación terminará siendo de viudas, porque son ellas las que llevan la carga una vez nos vamos nosotros, al personal más técnico, como Carlos Piñeiro o Carmen Diego, la neumóloga jefe del hospital Arquitecto Marcide. No obstante, también hay una inmensa cantidad de información hecha por técnicos de todo el mundo que puede consultarse en internet. Además consulté trabajos de gente de todo el país, incluyendo a afectados de Getafe y Cartagena.
360 – ¿Qué ha supuesto para ti escribirlo?
RA – Una meta cumplida. Un gustazo. Una manera de reconciliarme con mi ciudad.
360 – ¿Qué te gustaría alcanzar con él?
RA – Que al menos se conozca esta historia y que no se olvide.
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