CIUDADANA ENFURECIDA | De quen vés sendo? | Miércoles 20 enero 2016 | 17:29
Desde hace más de un año, vengo observando una nueva política municipal que, además de dejarme boquiabierta y transpirando rencor en cada nueva aplicación de la misma, empieza a provocarme escalofríos al preguntarme, en manos de qué insensatos se encuentra nuestro Ferrol del alma.
Es verdad que hay gente que aparca muy mal. A todos nos ha pasado alguna vez, que al ir a girar en un cruce de nuestra ilustre tableta de chocolate, nos hemos encontrado con un coche aparcado justo en la esquina (que por casualidades de la vida, algún tonto había dejado libre), dificultándonos hasta límites insospechados la maniobra; obligándonos a pasar a dos centímetros de los coches cercanos, sin otro consuelo que seguir nuestro trayecto, mirando por el retrovisor el coche aparcado en chaflán, acordándonos de toda la parentela de la mente preclara que decidió dejar allí el coche aparcado, y no cinco minutos para hacer un recado precisamente.
Pero hete aquí, que a alguna lumbrera municipal, no sé si de la nueva corporación melenuda y gualtrapa o de la antigua, engominada y cabezahueca, o del cuerpo de funcionarios y asociados, apalancados en sus sillonazos con enchufes de serie, se dedica últimamente a colocar unos estupendos maceteros, logo municipal incluído, en los puntos en los que detecta que la gente aparca mal.
No estoy hablando de sitios que claman al cielo, de eso ya se encarga la grúa. Estoy hablando de lugares, en los que la gente de a pie, forzados por la irrisoria oferta de aparcamiento pública del centro de nuestro Ferroliño querido, intentando molestar lo mínimo y no interrumpir el tráfico, intenta estacionar para poder llevar a cabo gestiones de su vida cotidiana. Léase, ir a la ferretería o la frutería en la plaza de Canido, visitar el centro médico de Adeslas en la calle de la Tierra, o echar un padrenuestro en la iglesia evangélica de la Avenida del Rey.
Ante esta exhibición de incivismo intolerable, allá van los adalides de la ley y orden urbano y le plantan unas macetas para que los atolondrados parroquianos vuelvan al redil del buen hacer vial. Que se habrán creído y así queda todo más ordenadito: los coches en la carretera, y las macetas digo los peatones en la acera.
Pues ya ven, señores, a eso se dedican nuestros empleados públicos. Podían dedicarse a solucionar los problemas de la gente ofreciendo soluciones inteligentes a problemas reales; pero no, como si una casita de Pin y Pon a escala real regalo de los Reyes Magos se tratase, alguien con tiempo libre, prioridades mal asentadas, acceso a un presupuesto a cuenta de todos y algo de mal gusto, se dedica a eso, a poner macetas everywhere.
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