MARTA CORRAL | ‘O Falar non ten cancelas’ | Martes 27 agosto 2013 | 15:07
A Juan, Carmencha y Poli; por ochenteros.
A los ferrolanos nos encanta hablar de Ferrol en tercera persona, como si nosotros no fuésemos parte de este país de Nunca Jamás, como si nada que hagamos pudiera parar la noria en la que viajamos y hacer que cambie de sentido, como si la culpa de todo siempre fuera de los demás.
Seguramente por eso, a pesar de las críticas, 18.000 personas -según el Concello de Ferrol- llenamos el Sánchez Aguilera el pasado viernes, para ver Un día cualquiera. Sí, ese mismo concierto rancio que muchos criticaron, lo petó. Gentes de todas las edades cayeron en el embrujo de una música que nació de la simpleza y ha visto asegurada su permanencia.
Me imagino el careto de Gurruchaga cuando le dicen que viene de nuevo a cantar a Ferrol:
– ¿Pero cómo? ¿Otra vez? Ese pueblo es un filón.
Y sí, Javier, somos un filón porque no somos como los demás. Algo, que por otra parte, también nos encanta decir.
Estoy segura de que la mayoría fue al Sánchez Aguilera a citarse con la nostalgia. A verle los ojos, a echarle la culpa. Ningún tiempo pasado debería haber sido mejor, pero, cuando hablamos de los ochenta en Ferrol, para muchos se podría hacer una excepción.
Peguémonos otro viaje en el DeLorean DMC-12 y aterricemos en el reloj de la plaza de Armas, por ejemplo, el viernes 23 de agosto de 1985. Desde siempre, los viernes han sido mis días favoritos. Volvían mis hermanos de la universidad, llenaban de nuevo la casa, ponían la música alta mientras se vestían y salían a unas calles muy diferentes a las que yo veía de día. Esa mezcla de misterio y envidia llenaba mis viernes. Debe ser por eso por lo que después no perdonaba ni uno solo.
Es media tarde y el rumbo está claro: calle del Sol y Esteiro. Los ribeiros y el Mistela. Las tazas a 15 pesetas, la cerveza cuando se tiene pasta. Hay mucha gente en la calle, pero el tema está tranquilo. Las pandillas se conocen, son ‘golfos sanos’. Cuando haya gusa, ya paparán unas bravas en el Cabazo o unas patatas fritas con tomate Solís en el Sirena de la calle del Carmen. Ojo, las hamburguesas, en el Sailors o en Eder.
Ferrol está lleno de gente joven, las consecuencias de algo que se llamó ‘baby boom’. Todos quieren fiesta, sus padres tienen trabajo y algunos de ellos también. Aún no se prevé el látigo de la reconversión y la tristeza. Todo marcha. Los de fuera también vienen a salir aquí. Y hay mucho donde elegir.
El Discolena, el primero donde se pudo bailar. El Bristol, Micro, Rancheros, Quelíceros, la Gramola, el Nivel 30 -que después fue Lido, el primer ‘after’ de Ferrol-, el Vanellus, el Carteles y el Pinsapo, el Fox, el Koppas, Canasta, Ska, No se lo digas a mamá, Papá ya lo sabe, el Chabely o el Walhalla, el único donde entran marineros. Después llegaría la carpa en la Feria de Muestras y la mítica Nave. Los garitos duran años y están repartidos. El Ensanche es una de las zonas a donde se va a bailar y a beber copas.
Nadie se va. Nadie tiene coche para irse. Los afortunados, dan un garbeo por Vigo para venir a contar de qué va la Movida e imitarla aquí. La música que suena es española y la gente puede cantar sin miedo. Pocos saben inglés, así que es más fácil con Nacha Pop que con Modern Talking. Hay ilusión. Ferrol es divertido y está lleno. Las cosas van bien. Aún hay trabajo en los astilleros y la Marina funciona a todo filispín. Esa generación despega, es libre, es abierta. Ferrol tiene futuro.
Doc viene a buscarnos, ya es hora de volver. El condensador de fluzo está a tope. Es la hora. Hemos vuelto. Y con la misma resaca del sábado, llegamos al Ferrol del futuro y lo que antes era azul ahora es gris oscuro. Como si En algún lugar hubiese sido un presagio. Y, visto el panorama, no me extraña que 18.000 personas fuéramos a citarnos con la nostalgia. Porque, aunque muchos no vivimos conscientemente esa década, nuestros hermanos o nuestros padres se han encargado de chutarnos sus recuerdos hasta hacerlos nuestros.
Por eso sigue funcionando esa música en Ferrol. Porque nos cuenta que hubo un tiempo en que éramos más de 90.000 personas viviendo aquí, comprando aquí, trabajando aquí. Porque nos transporta al Ferrol del OAR y del rajo en el Sexto Pino, al Ferrol de la marcha y el bus a La Nave, al Ferrol de los veranos eternos y los cien bares de tapas en la calle del Sol. A ese Ferrol, en tercera persona, que aún se recuerda, pero que cada día está más condenado al olvido. Al mismo por el que pocos apuestan, al mismo al que no hay que volver. Porque han pasado treinta años y son muchos. Porque podemos y debemos construir algo nuevo, porque en Ferrol, como en Macondo, el tiempo es circular y ya toca abrir las ventanas, matar a las hormigas rojas y quitar la hiedra.
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