
JOSÉ MARÍN AMENEIROS | Lunes 17 junio 2013 | 23:54
Tres son los varones que sobresalen en el santuario particular de Cedeira: Isidro, Andrés y Antonio. El primero acoge en su playa la fiesta que psicológicamente –ya se sabe que la realidad en Galicia luego es otra- da inicio al verano; al segundo es mejor ir a peregrinar en vida –y admirar su paisaje- si no se quiere subir como alma en pena una vez fallecido. El tercero cuenta con un cruceiro, una ermita y todo un extenso monte donde celebrar dos fechas señaladas en el calendario de cualquier cedeirés: la fiesta de San Antonio en junio y la tradicional Xira de cada 17 de agosto. Este fin de semana le ha tocado a San Antón disfrutar de su día en el santoral, con una mini-romería anticipo de la Xira y una “festa rachada” de la mano de los grupos oriundos que mejor saben animarlas en la villa: Sonreiras y Los Mezcales de San Antonio.
“Por fin estamos na casa”. Paco JB, guitarrista, coge el micro casi por primera vez desde que Los Mezcales se constituyeron hace siete años, y se pronuncia. Y es cierto, desde que el grupo se autodenominó con el nombre del lugar cedeirés, nunca antes habían tocado en este su sitio de origen. Ni había salido una palabra de la boca de Paco JB. Son las once de la noche del viernes, el campo de la ermita está abarrotado y expectante. “Déixovos con Freddy Fender Barcia”, concluye Paco. Suso, el vocalista, se coloca el micrófono bajo el bigote y, en cuanto suenan los primeros acordes de “Whisky river”, la expectación se torna en saltos y bailes por doquier.
Unas 36 horas antes, mismo escenario pero con decorado matutino, se desarrollaba la sesión vermú, previa a la romería por San Antonio. El más omnipresente del fin de semana, Esteban Blanco, acordeonista de Los Mezcales de San Antonio y miembro de Sonreiras, se movía por la fiesta repartiendo papeletas con las que la comisión sorteaba un perico. “¿Pero viene con jaula?”, decía uno, acodado en la barra del toldo. “¿De qué tipo de perico estamos hablando?”, bromeaba otro, quizá obnubilado por el vermú rojo. El periquito al final recayó, precisamente, en Aitor, vocalista de Sonreiras. Los gritos de “¡tongo, tongo!” retumbaron en las paredes de la ermita, entre risas de la concurrencia.
Entonces comenzó la subasta de cinco roscones, con la que la comisión recaudaba fondos para la venidera edición de la fiesta. Los precios finales fueron desde los 60 euros del más pequeño hasta los 110 del más grande. Tras un breve pase de la orquesta Solara, la gente se repartió por los aledaños de la ermita para disfrutar de las meriendas.
La tarde fue avanzando, mientras el sol descendía hasta punta Chirlateira, y Solara entonaba de nuevo sus ritmos. Y cada litro de alcohol era un kilo que hundía hacia abajo los párpados de la gente, ayudado por la luz directa del astro tras el cruceiro de San Antonio. Y cada baile era celebrado como si fuera el último. La música de Solara resonó por los montes cedeireses hasta bien entrada la madrugada, cuando los acordes se retiraron a descansar hasta la noche del viernes.

El viernes, antes de que Sonreiras y Los Mezcales pusieran verdaderamente toda la carne en la lareira, hubo una churrascada en el campo de la ermita, al atardecer, bien organizada una vez más por la comisión de fiestas. Cuando las brasas se extinguieron, Sonreiras empuñó el micrófono en un pase previo a Los Mezcales. La zona se encontraba henchida de gente, tanto o más que durante la tarde del jueves. Luego, Los Mezcales tiñeron la noche de verde, blanco y rojo con sus cumbias, rancheras y corridos, una mano de pintura mexicana que ni la lluvia pudo diluir; el público sólo se movía del campo para acercarse al toldo a por otra copa.
Tras el “original tex-mex” de Los Mezcales, todos bajaron del escenario –excepto Esteban Blanco, que sólo tuvo que cambiarse de camisa- para dar paso a Sonreiras de nuevo. El cuartero cedeirés consumó la fiesta moviendo los hilos del baile, sin que faltara una subida de público al palco para poner la coreografía a una canción del ubicuo –tanto o más que Esteban- Pitbull. Al apagarse la música, los más resistentes bajaron en dirección a Cedeira para culminar la noche en los bares, con la sensación de que habían disfrutado casi de la verdadera Xira de agosto. Lo mejor de todo es que aún no lo era.
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