RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 24 diciembre 2013 | 14:21
Gafas de pasta contra abrigos de pieles. Flequillos desafiantes ante botes de laca. Jóvenes frente a veteranos. Lucha entre empuje y aletargamiento. Una urbe de ciclos. En torno a una misma historia interminable, cierto, pero que sale adelante tras tocar fondo. Toma impulso y estira la sonrisa. Casinos a oscuras, peces de ciudad. Sobradamente preparados.
El Avenida o las terrazas del puerto. Parece una batalla con un claro final. Nada mejor que documentarse: ayer fue el día del retorno al primero de esos lugares. Paradoja: cuántos quinceañeros en la parte trasera, mientras se repasaba un otoño intenso.
Dirk quería aterrizar en Ferrol mientras la pista de hielo apagaba las luces por miedo a los altos vuelos. Unos quieren progreso, otros enredar para envenenar por aburrimiento. Supongo que, en el fondo, los contrastes se diluyen en Navidad. Que estos días todos quieren lo mismo.
Aunque no se sientan atraídos por estas fiestas, muchos las aprovechan para la meditación. Para los balances. Oh, sí, que es final de año. Cuánta inspiración. Reconocerse en estas líneas, recordar lo vivido. Sí, tú, por ejemplo. La normalidad hecha compañerismo.
También tú, abriendo las puertas a una larga conversación entre risas. Qué decir de ti, deseando el reencuentro. En deuda. Otros caerán. Porque este rincón se nutre de vivencias y lo mejor siempre está a punto de llegar. El mayor tesoro es lo que aporta el día a día. Golpes de realidad.
Pero los versos cambian de significado con el paso del tiempo. Un mismo mensaje encierra otro secreto unas semanas después. Progreso. Una casa consistorial en la que se hable de lo que preocupa. Desde la que se sepa llamar a la puerta adecuada con el genio necesario. En la que lo local prime sobre lo general, global, abstracto.
Que nos ocupe el empleo, dejar a un lado alguna que otra superficialidad. Evitar que los baches o las obras sean árboles que tapen el verdadero bosque. Un comercio que recoja el legado de décadas de profesionales entregados. Desterrar la falta de cercanía, querer escuchar lo que el cliente necesita.
Un último esfuerzo, no pecar de noches a la última si a mediodía no se abre. Hay menos funcionarios, hay menos militares. Las nuevas generaciones emigran. Habrá que adecuarse a los tiempos. De esta vez no puede pasar.
La puerta de Esteiro. El astillero. Bazán. Tiene que inquietar a todos. No vale hablar de privilegios, basta ya de desprestigiar a los de dentro. Porque aquella chaqueta pagada a plazos para aparentar se compró en una tienda que vivía gracias a los obreros del naval.
Las ganas de aprender. No alardear de que hace años que no se pasa de la carretera de Castilla. Vivir en una burbuja es absurdo. Ferrol se compone de aristas. De unas playas de ensueño, de barrios cincelados con sudor, de gente capaz de parar un intento de ignominia.
Fomentar el postureo. Asumir que pertenece. Que todos son de su padre y de su madre. En familia, pero para volver a ser más. Vale, sin tanta melancolía. Tiene que servir la bofetada. Para desconfiar de quien lo merece y para confiar en el poder de la unidad de acción.
Llenar A Malata de buenas vibraciones. Pensar que el deporte de la pelota puede dar ilusiones a un enclave desestructurado. Creer en el empuje del baloncesto más allá de un Informe.
Y soñar con un chuletón de los del restaurante para que O Parrulo se salve. Que lo coman con toda su alma los que innovan, los que nos venden en el extranjero.
Que no importan las multas un sábado por la noche si se puede cenar con calma y sortear a la multitud en bares atestados. Brillo, vida. Un lugar orgulloso de lo suyo, sabedor de que lo que cuentan fuera no siempre es cierto. Porque les interesa venderse y dañar. Que problemas los tienen todos, pero tanta capacidad de crítica destructiva pocos la ostentan.
Tener a Pachara como única religión. No acabar como él, en la Residencia. Seguir quedando en Armas, como a los 15. Hacer de la tranquilidad lo convencional, no esperar por lo que no conviene. Buscar en un local de luces bajas la discreción que necesitas.
Atravesar calles y caminos para sortear cualquier obstáculo. Llegar al final del túnel. Recompensa en forma de vistas desde el Parador, de una de raxo (sí, raxo) en el Sexto Pino. Volver a encontrarte al calor de una copa. Que me vuelvas a decir aquello de que somos supervivientes. Y que me dejes claro, siempre, que la gente loca ya no me gusta.
¿Qué pedir a Papá Noel? Calma. Ganas de cambiar el ritmo. No perder la chispa. Aprender a contar las cosas. Tomar todavía más café. Contarlo todo en la intimidad. Pasar a papel tantas ideas; mejor, a realidades tangibles. Olvidar la crisis. Las crisis. Encontrar el camino adecuado. Volver a los lugares en los que se fue feliz.
Son muchos deseos. Se resumen en uno: esperar sorpresas con la cabeza en su sitio. Seguir con la piel de gallina cuando se piense en lo bueno. Si te interesa, prometo abrir el corazón de par en par. No habrá nada rancio que nos pueda parar. Que vean el avance los que lo quieren evitar.
El futuro es nuestro. Traza un nuevo Ferrol. Agarremos juntos el lápiz. Te ayudaré a completar el dibujo. El mapa de todo lo que nos queda por vivir. Nos vemos por la Real.
Debate sobre el post