RAÚL SALGADO | @raulsalgado | Ferrol | Martes 8 octubre 2013 | 17:48
No creo que esté contando ninguna mentira. Es más, creo que es algo evidente. La crisis afecta a casi todos los lugares de la piel de toro. Vale, en esta esquina en la que el aire da la vuelta llevamos demasiados años sufriendo más en silencio que a gritos. Pero Ferrol es una ciudad pequeña: lo grande se hace gigante y lo pequeño puede convertirse en insignificante.
¿De qué hablamos por aquí? De la crisis del naval, sí, pero también de las tiendas que cierran demasiado a menudo. Los brotes negros en la tableta de chocolate de A Magdalena. El otro día paseaba a esa hora a la que la gente normal -no soy uno de ellos- se sienta a la mesa. Y comprobé algo que ya sabía, pero que quizá no recordaba.
Todos bajan la persiana, pongamos, entre la una y media y las cinco. Por redondear. Solo veo una puerta entreabierta en ese café que tú y yo sabemos, en esa tienda de golosinas que se atrevió a ocupar el bajo de Blue o el Supercor. Para de contar. Y, cuando las tiendas que resisten están descansando, se observa de otra manera lo que está ocurriendo.
Yo, un chico de barrio, me enamoré definitivamente cuando me mudé a la zona vieja. Y, pese a que antes vivía fuera de puertas, yo también era uno de esos que subía y bajaba la calle Real consumiendo paquetes de pipas. De Rico, Rico. Supongo.
Se dice que esa costumbre de atravesar Real de Armas a Amboage por el simple hecho de caminar es muy antigua. Mirar y sentirse mirado. Con amigos o con las primeras chicas. O con la última.

Ahora, cuando alguien reaparece, me gusta pasear por la milla de oro del centro ferrolano. Dejando que el tiempo vuele, disfrutando de su compañía. Olvidándome de que, entre la esquina de Zara/Bershka/ahora está vacío y la del Bla Bla, he contado trece bajos comerciales vacíos. Precisamente trece. Al menos. Ya ves.
Todos tienen su historia. No son justificaciones, es lo que hay. Springfield se quedó en Odeón y no volvió a abrir al lado del Suizo, tras aquel suceso que dejó al edificio bailando la yenka. Yo hacía cola en las rebajas, el día de San Julián. Tuve mi época estudiantil en la que estaban de moda sus jerséis. Quizá, pese a esas ventas, les compensase quedarse en A Gándara.
La mercería entre Andrés y el chino no encontró relevo generacional. Qué decir de ese cartelón que hace unos días llenó el escaparate de Couto, cerrando más de un siglo de comercio tradicional que se quedó en una misma familia. La cadena a la que pertenecían no atraviesa su mejor momento.

Un puñado de tiendas de ropa, justo enfrente, que se mudaron a otros bajos. Esa es otra tendencia: dejar la calle central y construir el nido en las que antes eran secundarias, léase Magdalena o Iglesia. El alquiler merece la pena.
Yo no entré muchas veces, pero juraría que el dueño de Loti tenía fama de borde. Algún cacahuete cogería, pero el local sigue cubierto por el polvo del olvido. A su derecha, vista desde la puerta de Blue, una tienda de fugaz recuerdo para mí. Una de esas franquicias con alguna sudadera de capucha y chaquetas perdidas.
Vacío también está el contiguo a Centromoda, pero creo que alguna vez he visto movimiento de cajas. Como en ese edificio insigne junto a mi casa que tanto tardé en descubrir que esconde un almacén de cervezas en su bajo. Secretos.
Todo funciona a base de recuerdos. Es así de sencillo. Los de las tartas de cumpleaños de La Suiza, que también puso el candado; algunos granos de café en el Galatea, rebosante del recuerdo de aquel Ferrol de los grandes barcos y con una anatomía particular para ser cafetería de hoy en día. Y muchas ópticas que vienen y van, porque nos faltará graduar bien las gafas y ver qué demonios nos está pasando en este lugar.
Por supuesto, yo también fui parte de aquella fiebre surfera. De los que íbamos a Leder a por las bambas y las sudaderas que nos quedaban demasiado enormes. Ahora, juraría, en vez de taparse, enseñan bastante más que en mi juventud. Iré viejo.
En verdad, Leder es puro Cantón, pero emigró al trozo grande de Real y se dejó llevar al otro mundo. El cementerio del gremio comercial. Otro tanto le pasó a una firma que crees inmortal, los jeans de Pepe. Y a una zapatería de toda la vida, Prince. No confundir los no ferrolanos con el cantante antes llamado así. Prin-ce. Tal cual.
Añadan a todo esto los rumores. Hasta en esto hacen de las suyas. Que si ha cerrado este bar, que si fulanito lleva meses queriendo bajar la persiana -pero no acaba de hacerlo-, etc. Vale. ¿Qué hacemos?
Este viernes, con el tiempo parece que acompañando, saldrán a las calles centenares de ferrolanos y visitantes. Se celebra la Fashion Night. Por un día, olvidaremos que el comercio de A Magdalena necesita oxígeno. Por un día, sus dueños lucirán la mejor de sus sonrisas y aparentarán que respiran tranquilidad. Yo solo sé que tengo recuerdos y que creo que lo mejor está por llegar.
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