ALICIA SEOANE | Sábado 15 de marzo de 2025 | 20:20
Las calles de Ferrol se llenan en la víspera de San José para celebrar una fiesta con una tradición de 180 años: Las Pepitas. Las rondallas inundan de música el barrio de A Magdalena, de fondo resuenan letras de amor, cantadas desde hace casi dos siglos a las mujeres: «As ondas do mar, palabras de amor», suena también «Si las cosas, que uno quiere | Se pudieran alcanzar | Tú me quisieras lo mismo | Que veinte años atrás | Con qué tristeza miramos | Un amor, que se nos va | Es un pedazo del alma | Que se arranca sin piedad… » letras que parecen llorar la pérdida de una tradición, que aunque aún con vida, no parece hallar un relevo generacional.
Una fiesta que tiene más de 180 años de antigüedad, pues tenemos constancia histórica de la llegada de las dos primeras canciones cubanas a nuestra ciudad en los barcos que iban y venían de América desde 1840 (Dolores, dame café y Te quiero mucho) y de rondallas uniformadas desde 1886.
Las Pepitas es una fiesta pionera de la influencia de la música caribeña (las habaneras) en nuestro país, cincuenta años antes de que se popularizasen en el sur de España.
Para entender el origen de esta tradición es importante comprender la historia de Ferrol, una ciudad creada artificialmente por la Corona, que convirtió un pueblo dedicado a la pesca y la salazón donde vivían a penas doscientas familias, en una villa de 40.000 personas, a finales del siglo XVIII. En el siglo XIX, la población ferrolana estaba formada por un 84% de hombres y solo un 16% de mujeres.
Los hombres disfrutaban de asueto los domingos y el día de San José, patrón de los carpinteros y, por extensión, de los obreros navales, porque los barcos se hacían de madera. Esta población encontró en la música y el canto una confluencia de intereses al margen de sus culturas de origen, ya que la música es un lenguaje universal. Esta es una de las razones del nacimiento de la Fiesta de las Pepitas en tascas, tabernas y barberías.
Con la incertidumbre de no saber si el tiempo borrará el sonido de las letras que los hombres dedicaron a las mujeres durante años, o si esta tradición continuará llenando nuestras calles de habaneras y boleros, de momento, las Pepitas sobreviven al olvido, y conviven con el ritmo de la contemporaneidad. La bandurria, y la voz son un rara avis, en un tiempo donde el trap y el autotune imponen las reglas.
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