JOSÉ MARÍN AMENEIROS | ‘Introspecciones’ | Miércoles 1 octubre 2014 | 21:00
Un par de tíos armados con pistolas ha robado «muy educadamente» la sucursal del Banco Santander de Moeche. Eso dicen las noticias, las mismas que apuntan que el botín asciende a 60.000 euros. Home, ya que te roban, da más caché que lo haga alguien con porte y distinción. Yo, si me van a entrar a casa, la verdad prefiero que sea Catherine Zeta-Jones con aquel peto de cuero negro de La Trampa, y seguro que a más de una le gustaría encontrarse a Danny Ocean y Rusty Ryan hurgando en su joyero.
El caso es que, como ahora está de moda hacer listas para todo, no voy a ser menos y voy a escribir una, cuanto menos tan absurda como las que corren por ahí. Aquí van los cinco robos que recuerdo más opuestos al de Moeche. Es decir, sin educación ninguna, a lo grosero, y con un botín de mierda.
En la quinta plaza se merece estar, por ilógico, el conocido como hurto de la zapatilla. Después de una aburrida tarde en un centro comercial, tirábamos los colegas para el coche cuando sucedió algo inexplicable: uno alargó la mano hacia cierto escaparate y cogió una deportiva Asics, dorada y bastante fea. Para qué querría nuestro amigo un solo pie, el derecho para más señas, no lo sabremos nunca. El caso es que la deportiva pasó el resto de su vida en la bandeja trasera del coche de otro que no era él, junto a un peluche con forma de hoja de marihuana que su dueño llevaba «por tocarle los cojones a la Guardia Civil».
De cuarto se sitúa un hurto en una tienda de estas que abren 24 horas. Que, dada la frenética actividad que sufren a ciertas horas, sólo deberían abrir entre las 5 y las 8 de la mañana. Pues en esa franja horaria, un amigo de Madrid, con una curda capital, decidió que el burrito mexicano envasado que acababa de coger de un estante le iba a salir de balde. El capacho de cubatas que llevaba encima le impidió ver al segurata quien, curioso, le observaba a dos metros mientras él trataba inútilmente de meterse el burrito entre el vaquero y el calzoncillo. Cuando se percató del guardia, giró la cabeza, a la que siguieron, perezosos, sus etílicos ojos unos segundos después. «¡Eh! Que lo voy a pagar, eh», consiguió vocalizar. Después tornó la vista hacia el burrito, hecho migas por los esfuerzos de esconderlo en el pantalón, volvió a mirar al de seguridad y, tras pensarlo un instante, le dijo: «Mejor me cojo una hamburguesa».
Al podio van las cosas serias, y lo es el saqueo a la recepción de un hotel de la costa española, indefinido entre Mundaka y Salou, que me contaron tiempo ha. Dos tipos que tapaban su cabeza con bragas, y sus partes con calzoncillos Abanderado a cuadros, bajaron de su habitación en plan Omar Little, uno con un extintor y otro con el secador de pelo, y encañonaron a la recepcionista nada más se abrieron las puertas del ascensor. Desconozco cuáles eran sus demandas, porque en el recibidor de un hotel lo único que se me ocurre para robar es la clave del WiFi, pero la pobre chavala debió de negarse porque vaciaron el extintor por toda la recepción en señal de amenaza. Lógicamente les costó la expulsión, pero fueron, durante un tiempo, orgullosos protagonistas de YouTube entre sus colegas gracias al vídeo que les grabó un tercer ladrón durante el acto.
En segunda posición está el atraco a mano armada que unos amigos perpetraron en un 24 horas de Xuvia, cuando aún estaba de moda salir de marcha por allí. Viendo amanecer, y tras haberse dejado todo el dinero de la noche en copas, sintieron hambre, así que, armando mano sobre mano, se colaron en el susodicho local al grito de «¡¡Esto es un puto atraco, danos todas las napolitanas de chocolate!!». La dueña asistía flipándolo al espectáculo, mientras dos le encañonaban la cabeza con los dedos modo pistola. En el culmen de la euforia, y tras varios minutos liándosela, uno se acercó a una pila de periódicos, los levantó, los tiró al suelo y, marcando bíceps, dijo: «Soy el rey». Ahí fue cuando la tendera se enfadó y, apuntándole a él con el índice, le soltó una frase histórica: «¡A ti ya no te atiendo!».
El ganador no puede ser otro que un saqueo producido, supuestamente, en Cedeira. Hará algunas Patronas, la gente vio salir el sol a las puertas de una discoteca en esa actitud tan escandalosa de no querer irse a casa cuando todo ha cerrado. Lo que pasó entonces fue tremendo. Alguien apareció con un helado en la mano. Después, otros cuatro más lamiendo algunos polos. Al momento ya había un par de cajas rulando entre la gente y cinco minutos más tarde eran un centenar de personas las que empuñaban, a lo Braveheart, sus helados en alto. La nevera aquella debió de quedar como un contenedor de reciclaje de cartón. No estaba Andrés Iniesta, y la marca de los helados era Camy, pero esa noche ya fue desde entonces mundialmente conocida en Cedeira como la del Kalise para todos.
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