RAFAEL SAURA | Non serviam | Domingo 20 agosto 2017 | 19:35
Como tantas veces sucedió en el pasado con otras innovaciones tecnológicas, la popularización en Internet de esas plataformas globales de negocio publicitario, que han dado en llamarse redes sociales, desencadenó al principio una oleada de euforia, debido principalmente a que parecían capaces de democratizar el periodismo poniendo al alcance de cualquier ciudadano la difusión directa e instantánea de noticias y opiniones, sin tener que pasar el filtro de los medios de comunicación profesionales.
A pesar de ello, como sucedió con la aviación industrial, que a los pocos años de su celebrado nacimiento mostraba su lado oscuro al ser empleada como arma mortífera en la primera guerra mundial, las aparentemente democráticas redes sociales tampoco tardaron en revelar su faceta perversa haciendo que algunos de nosotros hayamos aprendido a valorar, en la medida que merece, el periodismo profesional con firma de autor, información veraz y contrastada, y el cada vez menos común sometimiento al debido código deontológico.
Y es que en las mencionadas redes reinan básicamente las leyes de la selva, las del odio y, sobre todo, las de la guerra: perversa y destructiva hija de las anteriores en la que, como es sabido, vale todo.
Así resulta común toparse en ese medio con personas bienintencionadas que comparten tiernos vídeos propagandísticos producidos por el ISIS, sin saber que están siendo utilizados por quienes no dudarían un momento en asesinarlos.
También son habituales los que elaboran o comparten contenidos catastrofistas de la situación sociopolítica de nuestro país o del mundo occidental, basados en subjetividades que, aunque no soportarían el más mínimo análisis de una persona informada, culta, madura y reflexiva, consiguen convertirse en trending topics, informaciones virales o sensacionales. Esta clase de contenidos sesgados, cuya difusión a manos de incautos instrumentalizados casi siempre interesa a personas o grupos con aspiraciones de poder político, suelen estar basadas en frases muy cortas y simplistas, enumeraciones de escándalos, colecciones de fotos de corruptos y/o exageraciones que, haciendo pasar por regla la excepción, buscan continuamente socavar los cimientos del sistema democrático presentando simples instantáneas de las imperfecciones y fisuras de este sistema político como supuestas pruebas de su condición diabólica.
Pero ocurre que las «verdades como puños», concisas y simples, tan habituales actualmente en estas redes, siempre han sido más del gusto de los inquisidores ignorantes y fanáticos que de los ciudadanos ilustrados y por tanto partidarios de la duda.
Dada la enorme complejidad de los asuntos humanos, ninguna verdad social cabe en una de esas frases cortas falsamente atribuidas a Einstein, Gandhi o Mandela, a que tan acostumbrados nos tienen los compartidores de simplezas. Un erudito de la Historia suele necesitar del estudio de miles de páginas de otros autores antes de escribir un libro entero en el que expone su propia tesis. No es posible resumir la causa de la caída del Imperio Romano en una frase, ni explicar con dos o tres el origen del desempleo actual en España. Algunos, lamentablemente, creen que sí se puede y hacen pública su idea simplista sin ruborizarse.
Con suerte, un buen artículo de prensa que requiera algunos minutos de lectura, puede acercarnos un poco más a esa verdad siempre cambiante, esquiva, compleja e inaprehensible con la que los humanos no integristas deberíamos acostumbrarnos a vivir. Esto es algo que difícilmente obtendremos compartiendo, en las redes, frases más o menos ingeniosas y falsamente atribuidas a Einstein o a Mandela.
Para colmo de males, las redes sociales han servido en nuestro país para dar soporte a lo que podríamos denominar neoguerra civil española; una cancha digital donde dar rienda suelta al odio, el insulto y la violencia dialéctica entre personas que demuestran un resentimiento histórico que sus abuelos y bisabuelos, víctimas reales de la guerra de 1936 y de su terrible posguerra y dictadura, decidieron superar tras la muerte de Franco en aras de permitir la transición política del país hacia un espacio de convivencia, pacífico y democrático, capaz de traer la prosperidad material y el disfrute de derechos y libertades de que hoy disfrutamos sus hijos, nietos y bisnietos.
Por último, estas redes colectivas han servido como medio idóneo para darle difusión a la ignorancia, la irracionalidad y la locura de algunos grupos o individuos. Aquí surgen como setas los gurús que propugnan tratar el cáncer con infusiones de ajo, los problemas cardíacos con imposiciones de manos, o reducir la mortalidad infantil con la supresión de vacunas. El problema, en este caso, va desgraciadamente más allá de tener que soportar las manías conspiranoicas de personas que han decidido ignorar la evidencia científica para entregarse en brazos de la magia, toda vez que su esotérico y peligroso mensaje puede llegar a seducir a personas con hijos en edad de vacunación, o a enfermos cuya vida depende de medicamentos que sí han superado el preceptivo protocolo científico en sus ensayos clínicos.
Por todo esto me reafirmo en la importancia de regresar a la profesionalidad informativa frente al manifiesto sesgo tóxico, socialmente regresivo y antidemocrático que incorporan esos basureros digitales, tan prósperos económicamente para sus propietarios como de moda en los tiempos que corren.
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