ALICIA SEOANE | Miércoles 30 de abril de 2025 | 11:00
El lunes vivimos uno de esos días que como dijo esta mañana una amiga, «ya nos lo han enseñado antes en las películas», de nuevo ante el caos, como sucedió en la Pandemia, el papel higiénico fue uno de los primeros bienes que volaron de las estanterías del supermercado, «si el mundo se acaba, no me quiero morir sucio», podría ser uno de los argumentos ante este nuevo tipo de comportamiento social.
A las 12:33 el apagón nos encontró a mi y a mi hija dentro del Novoa Santos, en una revisión de poca importancia, sin embargo, fue curioso porque la doctora, no conseguía enchufar uno de los aparatos para revisarle el pie, al momento apareció en escena una enfermera, que nos informaba de lo sucedido, « no es cosa del aparato, ha habido un corte de luz que afecta a toda la comarca, al parecer también ha llegado a As Pontes, Navantia… », la doctora un tanto perpleja, le respondió que no sería nada grave, «no creo que Ferrol sea un lugar estratégico al que atacar», a lo que la enfermera en tono de humor, respondió «bueno teniendo un Arsenal, lo mismo son los rusos», todo quedaba en una broma, en esa parte del hospital bien iluminada por los ventanales.
Al dejar atrás la consulta, los pasillos del Novoa, estaban llenos de médicos y enfermeras desconcertados que todavía no sabían lo que había sucedido, en las zonas más oscuras, el personal con linternas nos iba orientando para poder salir al exterior.

Mi hija tras las bromas del ataque ruso, y tras escucharme por teléfono hablar sobre el apagón, comenzó a llorar angustiada, digamos que ella si tuvo un pequeño colapso, « mamá, pero cómo vamos a comer, mamá, pero y cómo va a hacer la gente en los colegios sin luz ni nada, además mamá, ahora es Galicia, luego será España y Portugal y seguro que es el mundo entero, mamá, no puedo relajarme», mientras esperábamos al taxi, comencé a recordar lo divertido que me parecían los apagones cuando era niña, mi padre encendía una vela en la mesa de la cocina, y nos reuníamos a contar historias alrededor, entonces le recordé a mi hija que la mayor parte de la historia de la humanidad se había vivido sin luz, que todo iba a salir bien. Diciéndomelo a mi misma…
A medida que nos acercábamos en el taxi a la parada de la plaza de España mi hija empezaba a calmarse, la última noticia que escuché en la radio es que había más países europeos afectados, entonces con esta última información (que luego resultó ser un bulo), y una parte de mi familia atrapada en un tren, mi cabeza comenzó a recordar el Kit de supervivencia de Ursula Von der Leyen, y pensé ¿qué está pasando?…
Comenzó esa sensación de desasosiego y de desconcierto, de observar todo alrededor de mí, como si fuese más rápido de lo que soy capaz de anticipar. Mi instinto materno me llevo a tientas al Mercadona, necesitamos comida y cena por si acaso, comida y cena para un día, (no para encerrarme en un búnker un mes en caso de guerra nuclear), escenario que observamos al entrar en Mercadona donde el día ya se avecinaba de batalla campal.
Algunas personas comentaban, «ve al cajero y retira efectivo, pero ¡vete ya!», otras personas se saludaban y comentaban lo que estaba sucediendo, soltando rienda suelta a la imaginación y dejando salir todo tipo de especulaciones, naturales cuando no se tiene ninguna certeza ni se comprende la explicación.
Las estanterías del supermercado estaban cerradas y la gente, las apartaba para conseguir algo fresco, un queso, gazpacho, cualquier alimento que pudiese salvar la jornada, otros carros estaban repletos como si no fuese a haber un mañana. Ese era el miedo, el momento cero, despertar y que el mundo no sea mañana, que sea de nuevo ayer…
Llegando a casa hablamos y saludamos a los comerciantes de nuestra calle, algunas personas ya volvían de la ferretería del barrio, «las colas son tremendas, y no tienen acceso a los códigos de los productos, no los tienen etiquetados, no saben ni cuánto cobrar, hay colas largas para comprar linternas… »
Entonces, al llegar a casa, empecé a entrar en modo MacGyver, en ese momento ya estaba mi pareja llegando de trabajar, y organizamos el comando Radio, afortunadamente, mi hija tiene un casete de doble pletina con radio, que usaba yo allá por el final de los ochenta, y ese aparato digno de museo, nos salvó la jornada, informativamente hablando.
Gracias a la radio, mis confabulaciones, y el miedo se fueron calmando, es sólo España y Portugal, Bilbao a las cuatro de la tarde ya había recuperado la luz, entonces empezaba a pensar que habría mañana, que serían horas. La radio fue la aglutinadora de muchos corrillos en la calle, y fueron las voces de otras compañeras y compañeros las que nos dieron ese aliento ante la incertidumbre.
Pero el día también tuvo muchos momentos placenteros tras el caos inicial, los adolescentes y la gente joven se reunían en las plazas y hacían corrillos charlando sin mirar sus teléfonos, algunas madres, como una compañera, me comentaba que volvió a dormir con su hija de doce años y a charlar juntas antes de dormir.
Otra señora explicaba que había dormido mucho más, y que se notaba «bien descansada», no todo fue el desconcierto, y la inseguridad inicial, hubo momentos para pensar si «apagar» no tiene también sus beneficios positivos.
La noche dejó escenas increíbles, además, de un tono desconcertante propio de las películas apolalípticas, calles oscuras, linternas de vecinos que te deslumbran la vista, gritos de gente que no sabes si son de diversión, de pánico, o son los mismo de siempre… estrellas que relucían en la ciudad como si estuviésemos en un paisaje retirado.
De madrugada en mi dormitorio comenzó a vislumbrarse una luz de la farola de la calle, entonces levanté, los plomos, y descubrí que el apagón se había acabado. Sin embargo en quince horas fuera del sistema, comprendí que algo me había pasado.
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