ÁLVARO ALONSO / GALICIA OLÍMPICA | Ferrol | Sábado 12 septiembre 2020 | 14:17
«El día 23, cuando se estaba corriendo la cuarta serie y me puse el traje para correr en la mía, se me acercó un señor hablándome en francés, pero viendo que yo no lo entendía, se dirigió a un señor de Barcelona, el cual, después de hablar ambos, me dijo que por orden del jurado no podía participar». Este relato, publicado en El Correo Gallego, se sitúa en los Juegos Olímpicos de Amberes (Bélgica), el 23 de agosto de 1920, y tiene como protagonista a un ilustre vecino de la comarca: Abelardo López Montovio (Cariño, 1887). Así fue cómo hace ahora un siglo acabó, de la peor forma posible, su paso por la máxima competición deportiva, algo que, no obstante, solo supuso un borrón diminuto en su dilatada trayectoria como nadador. Porque Abelardo, más allá de estar a punto de convertirse en el primer olímpico gallego, cubrió a lo largo de su vida una hoja repleta de hazañas acuáticas que nadie se ha atrevido a repetir.
El periplo olímpico de Abelardo López nació cuando, a poco más de dos meses de la cita, el Naval Club ferrolano se entera de la celebración de los Juegos y le propone participar. De hecho, antes de eso, él no tenía ni idea «de lo que eran los concursos y las carreras» y, por lo tanto, nunca había competido. «Aprendí a nadar en la playa de Cariño, de donde soy oriundo. Cuando vine al Servicio Militar [a los 19 años], elegí el oficio de velero, y nunca más logré apartarme de Ferrol, de la Marina y del deporte. Son tres cosas que me han sujetado fuertemente», contó al diario La Noche.
La oportunidad de ir a Amberes le llegó con 33 años, mientras trabajaba en el Arsenal de Ferrol, donde era conocido como la foca, porque todo el año, sin interrupción —«invierno y verano, con cualquier tiempo», aseguraba—, se metía en el agua a las 6 de la mañana y nadaba desde detrás del campo de Batallones hasta A Graña, ida y vuelta, unas cuatro millas. En ese momento era vecino de Mugardos, una villa que, junto Cariño y Ferrol, siempre lo tuvo en cuenta.
Un sueño olímpico auspiciado desde Ferrol
El Naval Club, apoyado insistentemente por El Correo Gallego, fue por lo tanto el que se encargó de crear una campaña para llevar a Abelardo a la cita olímpica, que se plasma por primera vez el 15 de junio. «Es un nadador que reúne todas las condiciones precisas para sobresalir en las pruebas más severas», publicó el periódico, al tiempo que narraba una travesía del ferrolano, realizada el 3 de junio, desde la punta del muelle nuevo hasta la punta sur del muelle de Mugardos (1.820 metros), en 27 minutos y 26 segundos. «Este resultado es sencillamente admirable, pero Abelardo López, que pretende asistir a la Olimpiada de Amberes, que se celebrará en agosto próximo, necesita entrenamiento para obtener el lauro que sin duda conseguirá en este deporte, que es uno de los que abarca el concurso», añadía.
En ese momento, el Naval Club, apoyado por «varias personalidades ferrolanas», ya había escrito al Comité Olímpico Español (COE), desgranando las grandes capacidades de Abelardo, pero la entidad tardaba en dar señales de vida, por lo que se pedía que la iniciativa particular supliese «las vergonzosas deficiencias oficiales». «La Diputación provincial, el Ayuntamiento, las sociedades, centros y corporaciones de toda clase pueden y deben recoger la iniciativa con la posible urgencia para que nuestro paisano pueda acudir al gran certamen y obtener en él un lauro para nuestro Ferrol», concluía El Correo Gallego. Entre otros, Diario de Pontevedra también se hacía eco: «Ha dado pruebas de ser un excelente nadador, dispuesto a luchar con el que sea campeón del mundo».
Solo dos semanas después, un diario nacional, ABC, se interesa por unas «pruebas realizadas en El Ferrol» por Abelardo López: 16 kilómetros y 773 metros en 3 horas y 45 minutos. «Si se confirman estas pruebas, en Amberes será el seguro campeón», concluye la breve noticia. Eso sí, no se trata de un ensayo realizado en la ciudad departamental, sino en San Sebastián, donde el COE finalmente lo reclamó como respuesta al citado escrito.
«Ha sido declarado apto, con elevado concepto»
Con 150 pesetas del Naval Club y los gastos de estancia a cuenta del COE, Abelardo recorre esos casi 17 kilómetros en los que se enfrenta, según El Correo Gallego, al belga Vencinel, con el cronometraje del Real Club Náutico donostiarra. «Ha sido declarado apto, con elevado concepto», subraya el mismo periódico. Allí, no obstante, una ligera indisponibilidad hace saltar las alarmas, y el doctor que lo atiende le recomienda una alimentación especial «con objeto de asistir a la Olimpiada». «Necesita usted cuidarse, comer bien, tomar hierro», le dijo. A su regreso a Ferrol, el Naval Club también le costea esa dieta, con 200 pesetas.

Es importante resaltar que este modesto obrero del Arsenal que quiere «realizar el sueño dorado de su vida», como escribe esos días Chuco da Riveira (Coruña Sport), buscará desempeñar «un papel muy brillante» en Amberes «sin métodos científicos y sin preparación especial para ello». De hecho, la mencionada prueba de larga distancia o sus hazañas en la ría eran incomparables con lo que se encontraría en Bélgica, donde no había competición de aguas abiertas y se tendría que lanzar a una piscina, para una distancia de un máximo de 1.500 metros.
Finalmente, el COE confía en él, lo reclama a través de un telegrama y el 20 de julio sale de nuevo para San Sebastián —con 150 pesetas del Naval Club— para pasar la última prueba eliminatoria. «En el puerto donostiarra, con fuerte gaberna y lluvia de cara» —narra El Correo Gallego—, hace 1.400 metros en 23 minutos, una marca que le valía perfectamente para enfrentarse a los mejores. En tierras donostiarras lo observa el hijo del conde de Aguilar, «quedando dicho señor altamente satisfecho de las indicadas pruebas», explica el propio nadador, y añade: «Me dio orden de que fuera a entrenarme a Pasajes, como así lo hice. El día 7 [de agosto] me reuní con los corredores [los 15 integrantes del equipo de atletismo] y al día siguiente salimos para Amberes. Entonces de natación no iba ninguno más que yo». Lo hicieron desde la estación de tren de Hendaya, con transbordo en París.
Ambiente enrarecido con los demás nadadores
El hombre que lo observó era el diplomático Álvaro de Aguilar, a la postre secretario del COE en Amberes y principal impulsor de la participación del ferrolano. Precisamente, el historiador olímpico Fernando Arrechea habla de Aguilar como el descubridor de Abelardo y habla de imposición respecto a su inclusión en el equipo. «El COE decidió imponer su participación a la recién creada Federación Española de Natación, con sede en Barcelona. En el trasfondo de esta polémica menor se escondía el enconado enfrentamiento entre el Comité Olímpico Catalán y el COE. […] El nadador gallego apareció en San Sebastián en la concentración previa al viaje y se negó a entrenar, sus relaciones con los otros nadadores y jugadores de waterpolo (todos catalanes) eran casi inexistentes y el ambiente estaba más que enrarecido», explica en el artículo Misterios Olímpicos (V). Abelardo López Montovio: el tragamillas, de CIHEFE.

Con este clima, Abelardo llega a Amberes y se aloja, con los demás deportistas españoles, en las antiguas escuelas públicas de la ciudad, utilizadas como cuarteles durante la Primera Guerra Mundial, que fueron habilitadas como humildes barracones. «Todos protestaron, tanto de las camas como de la comida. Mi comida no podía ser más frugal: una sopa de ortigas, medio huevo cocido con una patata cocida, un pedazo microscópico de carne y una ciruela», contó el ferrolano.
Tres días después de su llegada, arribaron los nadadores y waterpolistas catalanes, con los que el cisma era total. «Toda mi estancia en Amberes la pasé en la escuela y solo veía a los demás españoles en el Stadium: no me hacían caso. Esto me mortificaba», dijo Abelardo en una entrevista posterior a los Juegos.
Asimismo, narró varios episodios del desprecio con el que, según él, le trataban los demás deportistas acuáticos españoles y también el entrenador, Mr. Albert Berglound, un técnico sueco contratado para la ocasión. «Un día fui a la piscina donde debían celebrarse los concursos de natación –señaló– y me encontré con los nadadores catalanes. Insté a Cuadrada a que nadara conmigo, a lo cual contestó que no tenía inconveniente, pero cuando llegó el momento, se negó, y el entrenador me dijo que no me quería ver nadar en dicha piscina. Le contesté que estaba inscrito por el Comité para correr los 1.500 metros y me respondió que me iba a mandar para España. Yo le contesté que no había derecho a tratarme en semejante forma».
También se quejó el nadador de que se repartieron a cada nadador un león como emblema para poner en el pecho del bañador y tuvieron la descortesía de no entregarle el que le pertenecía: «Como si yo no fuese español como ellos, pues yo me creo tan digno como el primero».
Problemas para competir
No obstante, el periodista que en 1994 trajo la historia a la actualidad, Joan Fauria (Mundo Deportivo), recuperó una crónica en El Correo Catalán del periodista gallego Handicap. Este, que viajó a Amberes y vivió todo in situ, explica que Abelardo realizó un test y se retiró a los 800 metros con un tiempo que, extrapolado a los 1.500 metros, daría más de 32 minutos, lejos de la marca de San Sebastián. A las críticas, según Handicap, el ferrolano respondió «despotricando contra los catalanes» y diciendo «que todo es envidia». «Estos [los catalanes], que hasta entonces le llevaron siempre consigo, le dejan en el hotel y allí pasó sus quince días… metido en el cuarto. Las relaciones entre los nadadores y el Comité se hacen cada vez más tirantes hasta que llega el momento de la carrera», escribió el periodista gallego, que se refería a él como «hombre-hélice» y «fenómeno natatorio». El historiador Arrechea añade también los apodos «tritón» y «tragamillas».
En medio de esas luchas, el presidente del COE refuerza a Abelardo y le asegura que correrá, al igual que los demás. Así que el 23 de agosto, jornada de las series eliminatorias de los 1.500 metros, se presenta en la piscina para nadar la quinta y última, en la que estaba inscrito. Y es ahí cuando le dicen que no puede saltar al agua. «Al ver esto me vestí y me dirigí al presidente de la Federación Española, el cual contestó que no podía correr por no haber allí ningún documento que acreditase la federación del club a que yo pertenecía, y lo puse en conocimiento del Comité, el cual hizo la reclamación al día siguiente», explicó el ferrolano.

Lo que ocurrió lo contó, un mes después, el que había sido presidente hasta los primeros días de julio del Naval Club, es decir, uno de los impulsores de su participación: «Algunos días después de mi salida, recibí un telegrama del Dr. Bartrina [médico del equipo olímpico español] desde San Sebastián, diciéndome que era indispensable que nuestro club se federara para que Abelardo pudiera figurar oficialmente en el concurso de Amberes. Este telegrama lo entregué inmediatamente de recibirlo a uno de los que componen la Junta, para que me hiciera las gestiones necesarias». Sin embargo, Corcuera, tras su salida, no se ocupó más del asunto, y el Naval Club no consiguió el objetivo de federarse, algo que no se supo hasta que Abelardo se quedó sin participar.
Bartrina, sobre la reclamación del COE, asegura que se hizo, pero sin poder lograr sus pretensiones, «ya que era contra el reglamento». «Todo esto que a mí me pasó fue obra rastrera de los catalanes, porque sabían que nadando yo, quedaban muy por debajo. El tal Cuadrada [Joaquim, que sí participó en los 1.500 metros], que presentaban como campeón de España, representaba para mi concepto un verdadero inocente. Si tal señor quiere aceptar el reto, a cualquier hora que quiera le doy 200 metros de ventaja en un recorrido de 2.000», dijo enfadado Abelardo al regresar de los Juegos.
La vuelta a Ferrol, una odisea
Sin nada más que hacer en Amberes, el nadador pensó de inmediato en su vuelta a casa. Aquí también chocan su versión con la del doctor Bartrina, pero, leyendo en conjunto las entrevistas y cartas de El Correo Gallego, se llega a la conclusión de que dos días después del disgusto, Abelardo se marchó solo, en tren, hacia Irún, con transbordo en París. Esa impaciencia provocó que viajara sin compañía —Bartrina quería que fuera con un directivo catalán— y casi sin recursos, acusando al médico de haberlo abandonado: «Yo solo tenía dos francos y con este dinero me expuse a un viaje tan largo como es, y gracias a un caballero español que viajaba en el mismo tren no me he muerto de hambre». A esto, el doctor responde achacando una actitud impropia del ferrolano: «¿Se puede llamar abandono por mi parte cuando él riñó con los catalanes, particularmente con el entrenador, porque nos decía que este no le dejaba entrenar? […] ¿Es propio de un hombre de su edad salir así caprichosamente y despidiéndose en la forma que se despidió?».
Lo cierto es que, fuera como fuera, Abelardo López llegó a la estación de Irún y después a San Sebastián «sin un céntimo y con un hambre canina». El 9 de septiembre, apenas días después de la clausura de los Juegos Olímpicos, una carta a El Correo Gallego de un colega periodista donostiarra es la que alerta de la situación del nadador, que se encuentra allí «abandonado y sin recursos». De una conversación entre ambos, en la que se desahoga, es de la que salen la mayoría de las declaraciones de este reportaje.

«Créame usted —le dice Abelardo al periodista— que se me han quitado las ganas de nadar para siempre y solo deseo llegar a casa para abrazar a mi mujer y a mi hijo. Algunas caritativas caseteras me han socorrido, y yo, que nunca he pasado hambre [asegura llorando como un crío], he sentido vergüenza al recoger lo que esas buenas mujeres me daban, pues nunca me he visto en trance de mendigar». El Progreso, que se también se hace eco de la charla, la titula El nadador ferrolano dice que nade Rita.
En ese momento de la entrevista, un marino de la Comandancia de San Sebastián le entrega un telegrama donde le anuncian que el Naval Club le envía una cantidad de dinero para costearle el viaje, gracias a que Abelardo, que no tenía billete hasta Ferrol, se había puesto en contacto por telegrama con su esposa. En concreto, fueron 100 pesetas, que el club naval le giró por telégrafo.
De esta forma tan dolorosa termina el periplo olímpico de Abelardo López, aunque todavía tiene un último capítulo, porque no se olvida del reto que le había lanzado a Joaquim Cuadrada. Propone San Sebastián como sitio neutral, recorriendo allí las cuatro millas que separan a la boca de Pasajes de la Concha. Incluso el Naval Club se ofrece a pagar los viajes y la estancia del catalán, «gane o pierda». No obstante, el enfrentamiento no va más allá de un intercambio de cartas entre esa entidad y el Club Natación Barcelona.
Los Juegos Olímpicos quedan atrás
A pesar de haber amenazado con dejar de nadar, lo cierto es que se trataba de algo impensable para Abelardo López, que cuando se reencontró con su Santísima Trinidad —Ferrol, la Marina y el deporte sin competición—, también recuperó su felicidad.
Con el paso de los años, el ferrolano creció como maestro velero y como nadador, enlazando una hazaña tras otras en los dos ámbitos, a los que se dedicaba en cuerpo y alma. En el apartado naval, del que se retiró con 55 años con el planeta entero recorrido, recibió hasta cuatro condecoraciones: la Cruz del Mérito Naval con distintivo rojo, a bordo de la corbeta Nautilus, por su buen comportamiento durante el temporal que la sorprendió navegando desde la Martinica a Santander; la Cruz del Mérito Naval de Plata, concedida durante el viaje de circunnavegación con el Juan Sebastián Elcano entre 1934 y 1935 –también navegó en el Galatea–; la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo; y la Medalla de la Campaña, de la Guerra de Liberación.
«Distinguida en el más alto grado fue también la conducta del contramaestre don Julio Labisbal y el operario velero Abelardo López, quienes motu proprio subieron al velacho, haciendo ostentación de valor sereno y ostentoso derroche de virtud militar y marinera», valoró el comandante del Nautilus el 27 de julio de 1921, día del temporal.

No obstante, si por algo era conocido Abelardo era por los retos acuáticos que se proponía y alcanzaba, convirtiéndose en una especie de David Meca de la época. Su principal proeza fue la de recorrer los 86 kilómetros que separan la desembocadura del río Guadalquivir, en el puerto de Bonanza (Sanlúcar de Barrameda), y Sevilla. Este «récord mundial» de distancia y permanencia —subrayaron los periódicos— lo logró con 55 años y en tres etapas (27, 29 y 30 kilómetros), en 21 horas y media con breves descansos, entre la una de la tarde y las cinco de la tarde del día siguiente. A su llegada, con gran expectación, recibió una copa donada por el diario deportivo Gol, la única que le entregarían en toda su vida.
La travesía de Ferrol hasta A Coruña
Además, a lo largo de su trayectoria, salió en varias ocasiones a nado desde Ferrol con intención de llegar hasta A Coruña. La primera vez que lo intentó fue en julio de 1923, pero le sentaron mal los «huevos crudos con azúcar y una pequeña cantidad de vino de Jerez», que tomó «por orden del médico», según El Correo Gallego, y se quedó a medio kilómetro del islote de A Marola.
Sobre la segunda tentativa, apenas tres semanas después, conviene aclarar que, a pesar de que se ha dicho siempre que llegó a A Coruña, no fue exactamente así. Con una alimentación parecida antes y durante el recorrido —terrones de azúcar impregnados de coñac—, partió del Vispón a las 11:03 horas y, cuando alcanzó el Seixo Branco (Oleiros) a las 15:40 horas, le obligaron a subirse a la lancha de auxilio «para llegar a la capital a buena hora» y porque era «por puro sport». Por lo tanto, sí es cierto que las 5 horas y media fueron el «récord Ferrol-Coruña», como dicen los diarios de la época, pero desde el Seixo Branco hasta la urbe herculina fue a bordo de una motora.
Algo parecido ocurrió en 1947, cuando también se dice que lo consiguió, en cinco horas, pero igualmente se quedó en el Seixo Branco. «Lo hubiera rebasado de no haberse presentado en aquellas aguas una manada de peligrosos arroaces», especificó La Voz de Galicia. No obstante, tanto ese como el resto de intentos supusieron auténticas hazañas para la época, con un gran seguimiento a ambos lados de la ría.
Más allá de estas travesías, a inicios de los años 40 también realizó varias en la bahía de Cádiz (La Carraca-Cádiz, Puerto de Santa María-Cádiz o Cádiz-Rota), mientras se encontraba allí con Elcano. Asimismo, en 1947 recorrió 19 kilómetros desde el puente de Neda hasta punta Segaño, por la ría; en 1952, con 65 años, nadó de Cariño a Ortigueira; en 1955, ¡con 68 años!, cubrió 10 kilómetros desde el puente de Neda hasta el muelle de Mugardos en poco más de dos horas; y al año siguiente, otra semejante, de 9 kilómetros en 2 horas y 39 minutos. Además, tuvo en mente cruzar el canal de la Mancha y nadar de Montevideo a Buenos Aires en la desembocadura del río de la Plata, pero por diversos motivos, nunca lo pudo intentar.

«El paseíto» de cada mañana
No es que Abelardo López hubiese conseguido la pócima de la eterna juventud, sino que se cuidaba, y mucho. Su entrenamiento principal era el paseíto matinal, como él lo llamaba. «Todos los días, a las ocho de la mañana, se despertaba y salía de nuestra casa de la calle Espartero hacia la playa de Copacabana. Mi madre le decía que a dónde iba y él le decía que a dar el paseíto. Cogía una toalla o un albornoz debajo del brazo e, hiciera frío o calor, lloviera o no, dejaba la ropa en la playa, iba nadando hasta Mugardos o A Graña, y volvía a recogerla. Todos los días», rememora su hija, Elisa López Carro (Ferrol, 76 años), que más de una vez tuvo que esperar por él en la orilla de la playa antes de que la acompañara al colegio.
«Él estaba convencido de que sus facultades, nadara lo que nadara, no le iban a fallar nunca. Nunca pensaba que le fuera a pasar nada», añade Elisa.
Homenajes de todo tipo
Mucho antes de que sus vecinos le rindieran honores, Abelardo López tuvo su reconocimiento en San Francisco (Estados Unidos). Allí atracó a bordo de Elcano y se reencontró con el diplomático Aguilar, el mecenas e impulsor de su participación olímpica, que ejercía de cónsul general de España en la ciudad. «Mañana te espero en el Fairmont Hotel. No faltes a la cena», le dijo al nadador, que al día siguiente se encontró con que le tenía preparado un homenaje: una cena a la americana a la que asistió la alta sociedad local y altos jefes de las Marinas española y norteamericana.
Al fin, en 1955, Abelardo López recibió un gran homenaje en su casa, impulsado por el Frente de Juventudes de Ferrol, con una travesía entre la urbe naval y Mugardos que acabaría convirtiéndose en una tradición. En la meta, situada en la villa mugardesa, le entregaron una placa y una figura de plata, entre lágrimas de Abelardo.
Eso sí, al año siguiente, en 1956, fue cuando recibió su máxima distinción: la Medalla al Mérito Deportivo, que le entregaron en los preliminares del encuentro de fútbol entre el Racing de Ferrol y el Tarrasa, en el estadio Manuel Rivera. «Los miles de aficionados aplaudieron prolongada e intensamente en el momento de la imposición», publicó La Voz de Galicia.

Abelardo López Montovio falleció el 21 de marzo de 1963 en Ferrol, a punto de cumplir 76 años, debido a una diabetes. «Él nunca llegó a saber que estaba diabético, no sentía que tuviera nada malo, porque sus facultades y su presencia física eran imponentes y estaban intactas, por eso no hubo forma de solucionarlo», lamenta Elisa, que recuerda cómo los médicos, en los «tres o cuatro días que únicamente pasó en el hospital», le gritaban «¡Abelardo, Abelardo! ¡Nadador, nadador! ¡Despierta, despierta!».
Su recuerdo en la actualidad
En este momento, el Trofeo o Travesía Abelardo López, que se celebró en etapas alternas desde aquella primera vez de 1955, marcha ya por su 28ª edición, ahora con la organización del Concello de Ferrol y con la colaboración del Marina Ferrol, aunque no tuvo lugar ni en 2019 —por falta de organización— ni este año —por la pandemia—. Además, la piscina municipal de Cariño, donde nació, lleva su nombre desde 2015.

Su hija pide que, para recordarlo, «se siga haciendo la travesía, con nadadores de toda Galicia, y que ni las instituciones ni los medios de comunicación se olviden de él». «Fue un padre maravilloso, afectuoso, cariñoso. Una persona verdaderamente buena, íntegra en todos los aspectos de su vida. Siempre que tuve alguna dificultad en mi vida pensé cómo hubiera reaccionado él, siempre lo tuve como espejo», concluye Elisa, que no se separó de su lado.
«Yo siempre nadé por amor al deporte, fuera de competiciones oficiales y sin perseguir con ello lucro alguno», recalcó siempre Abelardo, que con su estilo de cuchillo y su braza de pecho en el mar dejó un legado inmenso para el crecimiento de la actividad física y la natación en toda la comarca, con un pequeño sabor olímpico.
Su bisnieto, David Deibe Pérez, realizó este año un documental, como trabajo de clase en 2º de Bachillerato, para recordarlo:
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