ALEXANDRE LAMAS (Psicólogo) | “Esa cabeciña…” | Sábado 5 mayo 2018 | 12:34
“La psicología moderna tiene una palabra que seguramente es más usada que ninguna otra en psicología. Es la palabra inadaptado. Esta palabra es el lamento de la psicología infantil moderna. Inadaptado. Por supuesto todos queremos vivir una vida bien adaptada para evitar personalidades neuróticas y esquizofrénicas. Pero mientras voy concluyendo, me gustaría decirles hoy de manera clara que hay ciertas cosas en nuestra sociedad y en nuestro mundo de las que estoy orgulloso de ser un inadaptado. Y hago un llamamiento a todas las personas de buena voluntad a estar inadaptados a estas cosas hasta que las buenas sociedades se den cuenta. Francamente, no pretendo adaptarme nunca a la segregación racial ni a la discriminación. No pretendo adaptarme a la intolerancia religiosa. No pretendo adaptarme a las condiciones económicas que toman las necesidades de los muchos para darle lujo a los pocos, dejando a millones de hijos de Dios ahogándose en una jaula de pobreza en la niebla de un sociedad de despojos”.
Cinco años después de pronunciar este discurso, Martin Luther King murió tiroteado en un motel. Ni su premio Nobel, ni sus inspiradas palabras, ni toda la fuerza de sus razones pudieron detener aquella bala. El mundo entero se estremeció al conocer la noticia de que aquel hombre de paz había muerto bajo los golpes de la violencia que combatía.
El eco de aquellas balas resonó hasta alcanzar a los niños y niñas de tercer curso de la clase de la profesora Jane Elliot. La incomprensión se apoderó de ellos y le pidieron a su profesora que les explicase por qué habían matado a un hombre bueno. Eran niños y niñas blancos, y el racismo era para ellos tan solo un drama televisivo. Su profesora comprendió que a esa edad la falta de madurez hacia inútiles las explicaciones, solo la experiencia podía acercarles a la verdad.
Así que dividió la clase en dos grupos, en dos categorías sociales. Niños con ojos azules y niños con ojos marrones. Se propuso convencerlos de que los que tenían los ojos azules eran “más limpios y más inteligentes”. Dijo cosas como “George Washington tenía los ojos azules, el padre de nuestra patria tenía los ojos azules”. “Y yo tengo los ojos azules y soy vuestra maestra”. “Y el padre de Jenie tiene los ojos marrones, y la semana pasada, Jenie nos contó que su padre le había pegado, y eso nunca lo haría un padre con ojos azules”.
Mientras la señorita Elliot hacía esas afirmaciones, los niños de ojos marrones agachaban la cabeza y miraban a su maestra confusos mientras los niños con ojos azules se llenaban de orgullo. En el patio se les prohibió hablar y mezclarse con aquellos de un color de ojos distintos, se les prohibió beber del mismo vaso. Ojos marrones se convirtió en un insulto.
Los niños de ojos marrones, en tan solo un día, empezaron a mostrar signos de depresión. Niños con buen rendimiento, empezaron a fallar respuestas que conocían porque dudaban de si mismos. Cuando esto ocurría los niños de ojos azules les ridiculizaban al unísono. Rápidamente los Ojos Marrones desconfiaron de todo el mundo excepto de los suyos. Rápidamente se volvieron menos activos, sus ojos abiertos de par en par eran como los de un animal asustado.
Por el contrario, los Ojos Azules se crecieron. Especialmente los niños de frágil autoestima. Esos se sintieron dueños del mundo. Y a lo largo de los años cada vez que se ha repetido el experimento, los experimentadores se han sobrecogido ante el cambio que se produce en estos niños. No porque mejore su rendimiento académico, que mejora; ni porque se vuelvan más alegres o extrovertidos, que lo hacen. Si no por su creciente crueldad, por su falta de empatía hacia sus compañeros. Por su ciega adhesión a la idea de la superioridad.
Unos días después la profesora Elliot acabó con el juego y se desdijo de todo lo dicho. Les explicó que todos eran iguales, con palabras sensatas les intentó mostrar que no había ninguna diferencia por el color de sus ojos. Y cuando el hechizo se rompió, el resentimiento cobró vida en algunos de aquellos Ojos Azules. Más de uno odió a su profesora y quiso abandonar la escuela. Su autoestima se había inflamado con aquella idea que los situaba en lo alto de una pirámide y ahora que la pirámide se había derrumbado, su ego quedaba herido.
Y qué hay más peligroso que un animal herido. Y qué habría ocurrido si hubiesen tenido balas.
Alexandre Lamas es psicólogo y ejerce profesionalmente en Ferrol, para más información podéis visitar su página web en este enlace.
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