JOSÉ MARÍN AMENEIROS| «Introspecciones» | Domingo 1 de diciembre 2013| 13:15
Hubo un día en el que casi aparco dentro del escaparate de El Corte Chino contiguo a muebles Picu por el sobresalto que me provocaron unos coloridos neones enfrente. «¡Coño, un puti nuevo!», dije y, cuando ya estaba poniendo el intermitente para estrenarlo, reparé en que se trataba de las luces de Navidad del Alcampo. Puse el pie derecho en la chapa rumbo a Odeón, reprochándome mis escasas nociones del calendario y mi mente olvidadiza, para aprovisionarme de regalos.
Nada más entrar, me recibió un Papá Noel muy alegre, regalándome bolsas de caramelos, y le correspondí con un baile al ritmo del Pero mira cómo beben los peces en el río que atronaba por los altavoces. A su lado, un vendedor de Lotería sospechosamente parecido a Raphael me ofrecía ya décimos de la Navidad del 2014, y se los compré no fuera a ser yo el único tonto de todo Odeón que no pillara cacho.
Fui a Zara esquivando niños que cabalgaban en renos de peluche a batería, pero antes de acceder, el mismísimo Rey Melchor me quiso sentar en su colo para que le recitara los regalos. «Oiga, se la mandé certificada hace unos días, quéjese a Correos», dije antes de saltar a por una corbata para mi padre y algún abrigo elegante para mi madre. La dependienta me dijo que tenía hasta el 10 de enero para cambiarlos, y amablemente se ofreció a envolvérmelos en un papel muy navideño, cosa que a mí me recordó a cuando compré un fular en Pull and Bear y en la caja la chica me dijo si lo quería para regalo y me cobró 8 euros en vez de 10, hasta que yo, extrañado, me fijé en un cartel que había a la derecha: «20 % de descuento en todos los complementos de mujer».
Seguí mi compra compulsiva, sin olvidarme de pasar por Parque Ferrol, donde su Carrefour me recibió con los brazos abiertos y montañas de turrón y uvas peladas, sin pepitas y enlatadas de doce en doce sobre relucientes anaqueles decorados con guirnaldas. Al pagar, el cajero me ofreció mazapanes y champán en oferta, y una figurita del Belén a escoger entre Jesús, María, José, el buey o la mula.
Con el maletero colmado de regalos aproé hacia casa, viajando bajo coloridas luces de acebo y abetos que atravesaban perpendicularmente las calles de fachada a fachada, y sonriendo ante esos Papanoeles de peluche que pretendían escalar hacia la ventana de cada vivienda. Canté a pleno pulmón todos los villancicos que me salieron por la carretera de Cedeira, con la ventanilla bajada y agitando el brazo, y una vez en casa besé a mis padres y dispuse todos los presentes bajo el árbol. Mi madre había hecho de cena sopa y rape con guisantes, lo cual no me pareció muy de Nochebuena, pero no me importó y engullí todo, y luego bajé al Uni y le canté a Suso más villancicos, y me emborraché con mis amigos como todas las Nochebuenas hasta que Santa Claus nos llevó a casa en su trineo al amanecer.
A la mañana siguiente me desperté con la sensación de haber dormido poquísimo, como siempre que me emborracho, pero no debió de ser así porque cuando ya enfilaba el salón maldiciendo la comida familiar de Navidad me encontré con que allí no había ni mi prima. «¿Qué pasa, mamá, tanto me ha durado la resaca que he amanecido el día 26?». «25 hijo, hoy es 25 de noviembre».
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